Un hombre, hace millones de años, inventó la taxonomía biológica al trazar en la piedra rojiza de su residencia en Altamira el boceto de ese inmenso mamut que rondaba por los alrededores. Sí, ese hombre plasmó y definió, y así, aunque él no lo supiera, nos inició en los procesos de clasificación.
La cuestión es que esta actividad tan humana de ordenar ideas y conceptos se inauguró con los animalitos —fieros y no tan fieros— esa alteridad con la que tanto nos identificamos y a la que tanto tememos por ser nuestra versión indómita, lo Otro insondable, reflejo brutal.
Pero tuvieron que pasar millones de años para que esa necesidad de clasificar a las bestias culminara con los Bestiarios Medievales, lo cual resulta muy acorde con las exigencias moralizantes de la época, pues era necesario determinar qué animales eran criaturas de Dios y cuáles hijos del Diablo.
Sin embargo, no era esa la única necesidad que cubrían los bestiarios- De hecho, no todos tenían una función didáctica moralizante, también satisfacían la curiosidad por el animal, pero además, hablaban de la manifestación de lo sagrado en la tierra, lo divino en nuestro mundo sensible y cotidiano.
Y esto va más allá de la alegoría moral y dogmática por dos razones: una, porque entramos en el terreno de los universales (el gran tema filosófico del Medievo, relacionado con la discusión sobre la ausencia, o no, de fronteras entre el mundo sensible e inteligible). Dos, porque entramos en el lenguaje de lo simbólico. Entendiendo el símbolo como algo universal y polisémico, a diferencia de la alegoría, que tiene un significado unívoco y sirve para instruir, para mostrar algo concreto, una actitud ejemplar y moral.
La palabra simboliza la idea, así que por el símbolo clasificamos, y siendo este polisémico, como hemos dicho, nos queda que no hay una sola forma de clasificar, verdadera y auténtica. Y digo esto no por fastidiar y obligaros a pensar “¡qué **** me estás contando!”, sino porque puede resultarnos extraña la manera de ordenar a los animales según los elementos que tiene el bestiario medieval, pero no por ello es menos correcta:
Telúricos: Animales que pertenecen a la tierra, a la materia, lo cual puede simbolizar la madre pero también el submundo, los infiernos. Por consiguiente, en este grupo encontramos algunos animales proscritos como el vanidoso tigre o el simio, encarnación de Lucifer, pero también animales divinos como el león.
Acuáticos: pertenecen al agua, líquido amniótico; elemento que representa lo maternal-protector. El pelícano, aunque sea un ave, se encuentra en esta categoría. Sin embargo, el agua también ahoga y engulle, y la ballena es un ejemplo de esos animales materno-devoradores.
Aéreos: el elemento aire se identifica con lo trascendente, pero también con lo humano, con los vicios humanos concretamente. En la categoría aérea encontramos aves como la perdiz, reptiles como el camaleón, del que dicen que ni come ni bebe pues se alimenta de aire; y animales fantásticos como el grifo, el león-águila.
Ígneos: pertenecen al fuego, elemento transformador por excelencia. Tránsito y renovación. Aquí encontramos el eterno fénix y la incombustible salamandra que vive en el fuego y es inmune a las llamas.
Híbridos: son los que participan de varios elementos. Aquí hay un montón de seres fantásticos como las sirenas y los centauros, pero también animales reales como cocodrilos, hienas o hipopótamos.
En muchas ocasiones se les atribuyen cualidades, actitudes o miembros ficticios a los animales reales, mezclándose con los seres imaginarios en las categorías. Y es que la existencia o inexistencia de la bestia es lo de menos, lo importante aquí es a qué elemento pertenece y si su carácter es positivo o negativo.
Es una manera de catalogarlos tan válida como cualquier otra, porque en este mundo todo es susceptible de ser clasificado y los puntos de referencia sobre los que partir son incalculables. También el mar es ordenable. Los mares se pueden ordenar por su concentración de sal, por el color predominante de los peces que los habitan, por la extensión de sus orillas, por el número de barcos que los transitan, por si contienen o no más de cinco botellas con mensaje secreto o por si son escenario habitual de homicidios cometidos por tiburones.
Sólo lo infinito, lo que no se puede pensar, escapa a esa manía tan nuestra que es el ordenar. Así que menudo anhelo —muy humano por cierto—el de pretender abarcar lo ilimitado, ¡menudo caos!
Y el animal, la bestia, siempre ha sido motivo de nuestro maniático propósito. Imagino que por ser el ente más apropiado para proyectar angustias y aspiraciones, perfecto objeto de dominio o perfecto ídolo, ser para el sacrificio y sacralización, y en fin, por ser fuente inagotable de inspiración.
Me despertó un grito: «Soy el alfa y el omega».
Las rocas y algunos árboles temblaron
en las profundidades de sus propios dominios.
Eché a correr y una ausencia saltó detrás de mí.DIOS-PERRO, Poemario de animales, Ted Hughes.