El otro día un buen amigo me dijo que Capra era “ñoño”, le maldije por tres razones. Uno, porque “ñoño” es una palabra horrible que deberíamos exterminar por repelente, dos por referirse a Capra con un término desagradable y despectivo y tres porque le entendí, sabía a qué se refería y puede que tuviera algo de razón (es un poco sensiblero, sí) pero como buena amante de Capra me niego a aceptar cualquier crítica que se le haga. Lo amo y estoy dispuesta a promover su encomio a todo volumen. Sí, esa es mi intención y es que, aunque muchos no lo sepan todavía, Frank Capra está de moda. Con su optimismo infinito nos habla a nosotros, a los desencantados, y nos inyecta el aliento que necesitamos para evitar una muerte por desengaño.
Capra, uno de los clásicos menos valorados, es antídoto, perfecto purgante para el siglo XXI. Y con esto no estoy insinuando que los tiempos pasados fueran mejores (soy de la opinión de que el mundo siempre ha estado en pleno derrumbamiento, sea por huracanes o tsunamis, por la hipoteca o porque se escape ese bisonte que va a dar de comer a la familia que aguarda en la caverna). Tampoco pretendo situar a nuestro hombre en el género “crisis” ni en el de “autoayuda”. No, no, no, ¡ni muchísimo menos! En todo caso lo situaríamos en el género “prometeico”, sí, eso sí. Capra, como buen Prometeo, asiste a ese perpetuo derrumbamiento mediante su humanismo máximo.
Frank Capra es el director post-crac del 29 por excelencia. Su público es ese hombre decepcionado con el poder y el dinero. Y es a este hombre abatido a quien le dice: «tranquilo amigo, los estúpidos son ellos«. Sus personajes son el paradigma del idealismo y la inocencia y es precisamente esto lo que les da fuerza, la suficiente como para demoler el mundo brutal y feroz al que se enfrentan. Este es el argumento de Juan Nadie (1941), Caballero sin espada (1939), El estado de la unión (1948), Vive como quieras (1938) o El secreto de vivir (1936). Un mundo corrupto donde las noticias vuelan sólo puede ser destruido con amor, belleza y una armónica, instrumento predilecto de muchos de sus protagonistas como Juan Nadie (Gary Cooper) o Martin Vanderhof (Lionel Barrymore), el abuelo de Vive como quieras.
Armónicas y tubas como la de Mr. Deeds (Gary Cooper en El secreto de vivir), mucha música y mucho humor inundan los dramas de sus personajes, hombres y mujeres corrientes pero disparatados, ingenuos, libres y soñadores que hacen que su cine sea entrañable y que toda su crítica a los valores materialistas y a la plutocracia sean menos una crítica política que estética. Capra no busca la reacción de sus espectadores, sugiere un cambio en la mirada. Propone una mirada limpia y nos invita a que gritemos: ¡Qué bello es vivir!
En Horizontes Perdidos (1937) –una de sus películas menos reconocidas, basada en la novela de James Hilton– no encontramos a ese típico sujeto capriano que lucha por un ideal, nos topamos con el ideal mismo, nos muestra la u-topía, el no-lugar. Nos presenta Shangri-la, un pueblo del Himalaya absolutamente apartado del resto del mundo donde una sociedad perfecta vive en total armonía. Lo mejor de todo es que cuando termina la peli te quedas con la sensación de que Shangri-la existe, así que una sonrisa de oreja a oreja se instala en tu semblante durante como mínimo dos horas (comprobado). Aunque no podría decir que este efecto sea particular de Horizontes perdidos, lo mismo te sucede con todas sus películas, su optimismo es contagioso.
Comedias románticas como Sucedió una noche (1934) o la maravillosa Arsénico por compasión (1944), películas de discurso como Juan Nadie o Caballero sin espada, rarezas como Horizontes Perdidos o el mediometraje didáctico El extraño caso de los rayos cósmicos (1957) en el que Edgar Allan Poe, Fiodr Dostoyevski y Charles Dickens forman el jurado para decidir el mejor relato de misterio de la primera mitad del siglo XX. En todas las películas reconocemos su sello y es que el extraordinario universo Capra es traslúcido y necesariamente generador de buen rollo.
¿Cómo no vamos a rescatar del olvido a un tipo como Capra? Ya no por la identificación que podamos sentir con su discurso o por lo actual que éste resulta, ya no por su técnica, rescatémosle aunque sólo sea por sus efectos secundarios.
WK
17/08/2013
La única digna de Capra es «Arsénico por compasión». Por lo demás, es un tipo reaccionario, moralista y formulario, la clase de directores malignos que limpian la cara del sistema cuando se ha vuelto inoperante y nocivo; voz de la conciencia de todas las acciones abyectas (en ninguna otra película como en «¡Qué bello es vivir!» las instituciones bancarias salen tan bien paradas) para que, como si así pudieran expurgarse, al hacer de la desgracia una pasajera noche de frío uno tenga que convertirse en religioso de la tragedia, lo mismo que la esperanza es la servidumbre de los miserables.
WK
17/08/2013
para… así expurgarlas*