Se apagaron las luces y se encendió por última vez la pantalla en la cuarta edición del Barcelona Creative Commons Film Festival (BccN). La película, 15M: Excelente, Revulsivo, Importante, no necesitaba demasiada presentación, y menos a tres días de que se cumpliera el segundo aniversario del movimiento que había inundado las plazas de todo el país demandando transparencia política, el fin de los recortes sociales y una democracia real.
Algo quedaba claro tras el visionado, una nueva política implica una “nueva cultura” de los derechos de autor, tal y como lo definió Stéphane M. Grueso en su intervención. El director, documentalista y activista político, entregaba al dominio público su mirada personal a los días de la acampada en Puerta del Sol. Y así quedaba reflejado en los títulos de crédito del documental: CC-By-Sa, o en otras palabras, cesión de los derechos de copia, distribución, comunicación, modificación y explotación comercial, siempre que se cite al autor y la obra derivada se comparta con la misma licencia. La que se proyectó en el Auditorio del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona era la versión 1.7, cifra que condensa en apenas unos números una forma de ver el cine y la cultura en general, en los que la copia, el remake y la reutilización son conceptos esenciales si hablamos de difusión de una obra en tiempos de Internet.
La clausura del BccN 2013 parecía cerrar el círculo de reflexiones sobre cine y cultura en la red que se abrió en la inauguración. El documental de Stéphane M. Grueso combinaba a la perfección con la obra con que arrancó el festival cuatro días antes: The Pirate Bay: Away From Keyboard, de Simon Klose. El director sueco decidió narrar el juicio en el que las grandes compañías distribuidoras de la industria cinematográfica, musical y del videojuego estadounidenses –entre las que se encontraban 20th Century Fox, Columbia Pictures y Warner Bros– demandaban a los fundadores de The Pirate Bay, la mayor plataforma de enlaces a archivos compartidos peer-to-peer (P2P). Se trataba de un choque frontal entre el modelo tradicional de distribución de obras artísticas, amparado por el copyright, y las nuevas prácticas y formas de difusión que ha propiciado Internet. Finalmente, el peso de la industria y de la tradición determinó la decisión del jurado, que condenó a los demandados a pagar una indemnización de casi cuatro millones de dólares. Una sentencia que, indirectamente, venía a reforzar la criminalización de la copia en el entorno digital.
Este choque, sin embargo, no es un suceso puntual, sino que se enmarca en un debate abierto en el que BccN ha decicidido tomar parte desde su fundación en 2009 con el fin de aportar nuevos puntos de vista a un fenómeno complejo y comúnmente reducido a los extremos de legalidad o ilegalidad. “Estamos en un cambio de paradigma en el cine y la cultura y no existe ningún modelo definitivo de futuro, por eso queremos mostrar todas las alternativas”, apunta Luís Roman, director de BccN.
La univocidad del copyright. Frente a las voces que demandan un cambio de paradigma, la legislación se ha posicionado históricamente a favor del copyright como método principal de protección de los derechos de autor, limitando de este modo la difusión de otras opciones como el copyleft o las licencias Creative Commons.
En 1998, cuando Internet apuntaba nuevas formas de entender la distribución, el parlamento norteamericano aprobó una extensión de la vigencia de la propiedad intelectual hasta los 70 años después de la muerte del autor. La ley se conoció comúnmente como la Mickey Mouse Protection Act, ya que de esta forma evitaba que las primeras películas del personaje de Walt Disney pasaran a dominio público. Eric Eldred, abogado y programador, decidió recurrir la ley ante los tribunales por considerarla anticonstitucional. A él se le unieron varios proyectos universitarios de Stamford, Harvard y el MIT, con Lawrence Lessig y Hal Abelson a la cabeza, abanderados del software libre. En 2003 el Supremo rechazó la demanda. Sin embargo, para entonces, ya había nacido la organización Creative Commons.
La pregunta a la que quería responder la organización podría resumirse en: ¿Qué pasa con los autores vivos? ¿Pueden decidir si quieren ofrecer sus obras gratuitamente para el uso público? ¿Pueden cederlas a otros para que las copien, remezclen y redistribuyan? Las licencias que lanzó Creative Commons en 2002 –y que fueron adaptadas a la legislación española en 2004– dibujaron una escala de grises frente a las estrictas restricciones del copyright. Dichas licencias permitían a los autores decidir si querían ceder o no los derechos de copia, distribución, comunicación, modificación y explotación de sus obra por parte de terceros.
Más recientemente, gobiernos europeos y estadounidenses ratificaron su defensa al modelo tradicional basado en el copyright al unirse en una cruzada contra la piratería. Después de que la presión de usuarios y organizaciones como Wikipedia, Anonymous y Google paralizara la aprobación de dos leyes antipiratería que restringían el tráfico en Internet (la Stop Online Piracy Act y la Protect IP Act), la aprobación multinacional liderada por Estados Unidos del Anti-Counterfeit Trade Agreement reforzó la protección de los derechos de autor, beneficiando a los lobbies pro-copyright y al modelo de negocio de la industria cultural tradicional. El rechazo posterior de la Comisión Europea limitó el efecto global de ACTA y reabrió el debate.
En España, no obstante, la posición sigue muy clara. La conocida como ley Sinde-Wert, que empezó a aplicarse en el primer trimestre de 2012, fue reforzada por el Consejo de Ministros el pasado mes de marzo con la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual. El objetivo es forzar a los proveedores de servicios de conexión a Internet a ejercer un mayor control del uso que hacen los usuarios, así como perseguir legalmente a los responsables de las páginas de enlaces a contenido protegido.
Alternativas lejanas al “todo gratis”. Esta acérrima defensa de la propiedad intelectual y del copyright como modelo dominante supone un ataque en toda regla a la neutralidad de la red y establece un primer paso hacia la censura de las libertades de comunicación y expresión que Internet favorece. El restrictivo modelo tradicional contrasta con la filosofía de licencias libres como Creative Commons, cuyo objetivo es promover la divulgación de obras culturales, dotar a los autores de un control en la cesión de sus derechos y permitir a los usuarios el acceso y modificación del material si los autores así lo especificaran.
“El problema principal es que el gobierno simplificó las alternativas al copyright”, afirma Ignasi Labastida, representante de CC en España. “Se abusó del tópico del ‘todo gratis’ para referirse a las licencias no tradicionales, cuando Creative Commons no es eso”. Para el profesor de la Universitat de Barcelona el objetivo es claro: “No debemos confundir cultura libre con cultura gratuita, lo que elige el artista es ceder algunos derechos, pero no renuncia a comercializar su obra”.
Sin duda este es uno de los prejuicios más comunes en relación a las licencias libres, junto con la creencia de que la cesión de derechos sólo puede beneficiar a autores pequeños. Sin embargo, el caso de El Cosmonauta contradice estos tópicos. La película dirigida por Nicolás Alcalá y producida mediante una extensa campaña de crowdfunding –en la que participaron más de 4.500 fans inversores– se estrenó el 18 de mayo de este mismo año en multiplataforma, explotando los beneficios tanto de las salas de proyección tradicionales y los canales de televisión como de la distribución a través de Internet. Algo impensable para la industria tradicional pero que los chicos de El Cosmonauta han conseguido mediante una estrategia comercial diseñada alrededor de Creative Commons, que permite al usuario el acceso al filme de forma gratuita por Internet pero que, a su vez, establece tarifas de cesión de derechos a todos aquellos que quieran ganar dinero con la explotación de la película.
Desde el mismo Barcelona Creative Commons Film Festival se propone también otra alternativa. Un modelo basado en patrocinios que permite la sostenibilidad del festival en cualquier lugar. La estrategia CCWorld, creada bajo la premisa “Copia este festival”, ha permitido que otros organizadores hayan importado el BccN a distintas ciudades de España como Madrid, León, Vigo o Donosti y a países como Suecia, Noruega o Perú, entre otros.
Todas estas alternativas tienen en común la visión de la “nueva cultura” que señalaba Stéphane M.Grueso al inicio de este reportaje: una cultura acorde a los nuevos tiempos y tecnologías y que se fundamenta en la libre circulación de las ideas, la remezcla, el reproceso y la colaboración entre autores de forma más transversal en un marco legal menos restrictivo.