Si después de leer esto alguien más me viene con el rollo de los e-books, las editoriales que publican en digital o los clásicos en formato pdf, juro aplicar el arte de la taxidermia sobre vosotros. Vuestra quietud será mi descanso.
Y es que la literatura digital es otra cosa. Toma la palabra como base para matarnos de belleza y de entropía, en una incertidumbre estética y cognitiva que engatusa y altera, en una palabra que se abre y que vierte su intimidad más esencial sobre nosotros, para luego crecer hacia dentro y explotar y convertirse en otra cosa. Una palabra que puede rascarse infinitamente en un infinito palimpsesto borgeano, como en este poema de Deena Larsen.
Pero que nadie se entusiasme: las instrucciones para leer literatura digital son muy Club de la lucha, la primera instrucción es que no hay instrucciones. El lector inicia el recorrido por la obra digital perturbado y knokeado, violentado por tantos medios y tantas voces, por tanto caos, como en esta locura hipermedia de Isaías Herrero.
Los textos digitales son espacios transitables, fragmentados y dispersos que solo adquieren sentido en virtud de nuestra capacidad explorativa e interactiva. Son textos que se escriben mientras se leen y que se leen mientras se escriben. La dimensión performativa de la palabra digital transforma esta literatura en un arte del espacio, en una arquitectura simbólica, como un castillo en el aire, una ciudad invisible o una tela de araña que el usuario construye con su lectura. O cómo transformar a Wittgenstein en una constelación, o en 88, como nos propone David Clark, más allá de Orión.
Que nadie busque la comodidad y la calma del libro en la literatura digital. No hay largas horas de plácida y horizontal lectura, no hay cuerpos abandonados a la languidez de una tarde. No. La literatura digital es desbordante, y exigente con nuestro cuerpo. Nada de tumbarse en la cama y fumar mientras se lee. No. Los textos digitales apelan a otro tipo de sensualidad, que se parece más a la del cuerpo feliz y despierto de una corista descarada. El cuerpo se convierte en una máquina de placer estético. Con cada espasmo, la disgregación y el fragmento adquieren sentido, el nuestro, el que nosotros le damos. Doménico Chiappe lo sabe muy bien, y nos invita en esta delicia perturbadora a buscar el amor, a extraer petróleo de las entrañas de la tierra, a encontrar el tesoro del secreto enterrado desde la sensualidad más desgarrada.
La frialdad de la máquina no es más que un cuento chino. Lo digital nos abre en canal como un cuchillo afilado porque transforma el acto de lectura en una experiencia de delirio sensitivo, en una sinergia de artes y de voces que apelan a nuestros sentidos para atacarnos el tuétano de la emoción. La literatura digital genera paisajes oníricos y extraños, donde la complejidad conceptual no impide conectar directamente con la lírica más exacerbada y brutal, como en esta adaptación poética del cuento Amor, de Clarice Lispector, realizada por Rui Torres.
Podría seguir hasta agotaros, pero me quedo con la idea de la palabra digital como laberinto, como puerta abriéndose al abismo y sobre todo, como homenaje a la tecnología como máquina humanizadora.
María
12/06/2013
«Los textos digitales apelan a otro tipo de sensualidad, que se parece más a la del cuerpo feliz y despierto de una corista descarada.» Me encanta.
BRF
25/08/2014
Magnífico artículo.
No le sobre ni le falta ni media coma.
Es rematadamente excelente.
Gracias.
BRF
25/08/2014
sobra*