El mundo digital, esa piscina de nuestra modernidad en la que uno encuentra todo lo que busca, ha polarizado en cierto modo la escritura. Están los que no abandonan el papel por ser la tradición en la que siempre se han movido. Y están los que se han zambullido en lo digital y se niegan a salir ni para coger aire. En otros tiempos, escoger uno de los extremos habría sido la actitud más punk, pero ahora no parece que esté tan claro. En estas andábamos cuando –frente a una gran mayoría de escritores que ya se habían decidido– llega Agustín Fernández Mallo, se sube a la mesa y, ante la atención de todos, se sienta en el centro.
El escritor gallego analiza cuanto sucede a su alrededor y propone crear una literatura de la interrelación, llevar la intertextualidad un poco más allá. Así, da lugar a una literatura sobre papel en la que interviene Internet y en la que el lector es una pieza clave. Dicho así parece que tampoco se haya descubierto América porque es la técnica a seguir en blogs y páginas web. Pero lo cierto es que hasta ahora no se había llevado al papel y el resultado es un juego literario de lo más entretenido.
Hace ya casi treinta años que se realizó la película Rocky Horror Picture Show. En ella se invitaba al espectador a participar si quería disfrutar plenamente de la obra –si bien es cierto que cuando se estrenó apenas tuvo repercusión, pues quizá fuese demasiado para la época–. Esa película hizo que el cine se atreviese a involucrar a sus espectadores mientras que la literatura estaba inmersa en otro tipo de experimentación. Es cierto que, por ejemplo, Julio Cortázar en Rayuela (1963) decidió recapacitar sobre este asunto y creó un nuevo modelo de lector, un lector comprometido que decidiese cómo leer la obra según su propio criterio. Pero desde entonces hasta ahora el lector se ha mantenido intacto, nadie se atrevía a tocarlo –quizá por miedo a una posible respuesta negativa– hasta que Fernández Mallo ha decidido que, si queremos introducirnos en el mundo cultural que nos plantea, debemos hacerlo por nosotros mismos.
Las intertextualidades que ya planteaba Borges –y que Fernández Mallo ha adoptado con gran maestría– son llevadas en El Hacedor (de Borges), Remake al plano digital. En «Mutaciones» nos propone, por ejemplo, un paseo por las calles de New Jersey sin que ni la voz protagonista ni nosotros nos movamos de casa. El paseo es ilustrado mediante imágenes extraídas de Google Maps. Y tú, lector, al pasar los ojos por las fotografías y las letras te sientes como el icono naranja en forma de hombre que va dando saltos conforme Fernández Mallo te lo ordena.
Otra de las maneras –la más interesante en mi opinión– de introducirnos en el mundo digital a través del papel se da en algunos poemas y relatos que vienen acompañados de una serie de enlaces a Youtube con vídeos subidos por el mismo autor y a través de los cuales podemos ampliar la experiencia literaria. Es el caso, por ejemplo, del poema “Los Borges”:
Los Clash
Los Ramones
Los Beach Boys
Los Sex Pistols
Los Nikis
Los Zoquillos
Los Strokes (…)
Y a continuación nos ofrece el siguiente enlace: «Los Borges«.
En el vídeo, podéis ver un cochecito de juguete girando sobre un disco de vinilo que a su vez está detenido sobre los fogones de la cocina. El resultado es un experimento sonoro y visual que, como explica el pie del vídeo, acompaña a la versión digital del Remake. Lo mismo ocurre con el relato “El reloj de arena” en el que nos ofrece el siguiente enlace con el fin de complementar la experiencia lectora: Aeropuerto Vacío [Filmar América 18]. Por suerte, los vídeos se han conseguido mantener en línea después de que la señora Kodama –también podríamos llamarla la Courtney Love de la literatura– se decidiese a privarnos de esta obra. Pero es que parece que borrar las huellas del gigante de Internet es mucho más complejo que secuestrar toda una edición.
Pero volviendo al tema de la interrelación, nos encontramos con que Mallo no nos lo da todo mascado. Dentro de la ironía que mueve a muchos de sus poemas –por no decir todos–, nos damos cuenta de que en “El otro tigre” el autor ha dejado caer un código ISBN. Ante esto puede haber dos tipos de lectores. Los que digan: “qué ingenioso”, y los que añadan: “¿qué querrá decir con esto?”. Yo me he decantado por lo segundo y, al introducir en la web esa referencia trazo un círculo que se cierra sobre mí misma: la obra a la que se refiere es El Hacedor de la Editorial Alianza. Ese “otro tigre” no es más que la obra a la que homenajea este libro.
No voy a destripar aquí el Remake, que por otro lado no vais a poder comprar en ningún sitio –aunque por suerte hay universidades que aún lo tienen en sus bibliotecas–. Solo pretendo daros algunos ejemplos de cómo el autor juega con nosotros y nos hace participar de sus ideas. Fernández Mallo nos propone diversos retos, no solo de lectura sino también de interpretación. Podría decirse que el autor ha sabido entender que la literatura es un juego con el que se puede –y se debe– experimentar al gusto y eso le ha llevado a crear todo un entramado entre el papel y lo digital. Quien decide hacer una lectura completa –mirando los vídeos y navegando por el libro a la par que por Internet– se da cuenta que esta lectura transforma el modo de entender la literatura.
Y es que, ¿cómo se puede catalogar un libro así? No es literatura digital, desde luego, pero tampoco es literatura estrictamente en papel porque sus lazos van mucho más allá del propio libro tangible. Sea lo que sea, el escritor ha entendido que la literatura es algo más que hojas llenas de historias porque, como dice él mismo en Creta Lateral Travelling (2004), “para escribir como en el siglo XX siempre estaremos a tiempo”.