Dios: esa versión etérea de mi padre y José María Aznar

Dios manifestándose en forma de triángulo

 
Ocurrió ayer, mientras comíamos pizza en el salón. Mi hermano, mi padre y yo estábamos manteniendo una conversación de lo más amena sobre las últimas películas en cartelera. Como pasa en todas las conversaciones, la charla fue derivando a otros temas, y entre esos otros temas estaba el uso de la zeta en inglés. Entonces mi padre, con su inseparable gorra azul embutida en la cabeza como testigo, dijo: “En inglés no existe la zeta, excepto en Denzel Washington”. Por unos segundos, el tiempo quedó en suspensión: la porción de pizza que iba a llevarme a la boca se detuvo delante de mí, el agua que se estaba bebiendo mi hermano se solidificó y mi padre siguió comiendo como si nada. Al terminar esos segundos de sorpresa, mi hermano y yo estallamos a carcajadas. Acto seguido, felicitamos a mi padre, y luego le propusimos que fuese a la Universidad de Georgetown con su adorado José María Aznar a defender su tesis ortográfica.

El caso es que, aunque parezca que me haya ido de madre con esta anécdota, viene a colación: Dios es a la vida y la moral lo que mi padre a la ortografía anglosajona y lo que José María Aznar a la política, e incluso podríamos afirmar con contundencia que Uno es la versión etérea de los otros dos. Quizás alguien, basándose en toda la sabiduría registrada en los textos científicos y filosóficos desde los sumerios hasta hoy, busque argumentos para desacreditarme, pero eso es debido a un concepto erróneo de Verdad que se ha venido propagando estos últimos milenios. Porque la Verdad no es la correspondencia entre el pensamiento y la realidad, tal y como decía Aristóteles, ni el “desocultamiento” de algo, como sostenía Heidegger, sino lo inesperado, aquello que rompe el relato convencional de los acontecimientos: la sorpresa. En este sentido, la Verdad toma más el aspecto de un chiste que de un enunciado científico o un juicio sintético “a priori” kantiano.

¿Revelación o piromanía?

Da lo mismo que Aznar diga que tiene una oreja enfrente de la otra. La imagen será imposible de asimilar o de adecuar a la realidad, pero el shock mental que provoca en el lector y el oyente es tan devastador que no queda más remedio que aceptarla, y aceptarla es certificarla como Revelación. Dios, que a veces se manifiesta en forma de triángulo, sabe un rato de todo esto, pues fue Él mismo quien mandó al pueblo judío vagar sin un motivo claro por el vasto desierto egipcio e hizo creer al pobre José que la muy preñada María era aún virgen.

A pesar de todo, la gente le tuvo y le tiene fe, no se sabe por qué, pues matar de sed y hambre a los pueblos semíticos y copular con la mujer de un carpintero no se amolda a la conducta de quien decretó aquello de “No matarás” y “No cometerás adulterio”, si bien es cierto que como gags históricos funcionan a las mil maravillas. Ludwig Wittgenstein dijo aquello de que se puede escribir una obra filosófica seria compuesta únicamente de chistes, pero es que todo esto de la Revelación va un paso más allá, ya que todos los códigos morales y civiles, todas las instituciones sociales y todas las visiones del mundo están directa o indirectamente influenciados por los chascarrillos divinos. Ahí es nada.

La Revelación es, en cualquier caso, un enunciado performativo: es decir, un enunciado que determina los hechos y no a la inversa. Por poner un ejemplo, si mi padre, con o sin gorra, le pide a mi madre que vaya al hospital a por los resultados de una analítica que jamás se hizo, mi madre deberá cumplir su cometido, aunque este determine una concatenación de incidentes que concluirán en un “vete a la mierda, José Antonio”. Pero así son las revelaciones: contrastarlas es negarlas. Hay que creer en ellas, pase lo que pase, por muy paradójicas que sean. Kierkegaard lo definió muy bien en el salto de fe que propone: el salto, que no es más que una transición cualitativa del incrédulo hacia un estadio de certidumbre plena en Dios y para Dios, contiene en sí mismo el hecho de no plantear dudas. Se ve que mi madre nunca ejecutó ese salto, puesto que hizo más caso a la estupefacción del hematólogo que a lo que le repetía mi padre con insistencia: “Te juro que creía que me había hecho esa analítica”. La Verdad no tiene nada que ver con la realidad.

Para ir terminando, quiero hacer hincapié en una clase de revelación sobrenatural: el milagro. Si algo define a Dios es su capacidad de generar sucesos inexplicables para la Razón. El más paradigmático de todos ellos fue aquel que se le atribuye a Jesús, un vértice del triángulo divino, y que consistía en la transmutación de los panes en peces y el agua en vino. Para constatar algún milagro de Aznar hay que acudir a las hemerotecas de internet. Según El País, en la cumbre del G-8 celebrada en Canadá en julio de 2002, el ex presidente español le aseguró a Bush que hacía los diez quilómetros en cinco minutos y veinte segundos. No está mal, teniendo en cuenta que el recordman de entonces, el etíope Haile Gebreselassie, los corría en veintiséis minutos y veinte segundos. Cito a El País textualmente:

Es más, el presidente supera incluso al guepardo, capaz de alcanzar los 110 kilómetros por hora cuando se abalanza sobre alguna presa.

Pero ni la conversión de los panes en peces y el agua en vino ni el hecho de sobrepasar los ciento diez quilómetros por hora sorprenden a nadie ya. Lo extraordinario pasa ahora por percibir la imagen del accidente, entendida como el milagro a la inversa, que plantea el tecnólogo Paul Virilio en Ciudad Pánico. Pues bien, mi padre no solo vio, sino que sufrió uno de esos milagros a la inversa, y lo superó con otro milagro: se cayó por un precipicio en un accidente automovilístico (según comentan, el siniestro ocurrió porque se distrajo mirando a una de esas meretrices que frecuentan la carretera de Tordera), dio tres vueltas de campana y, aun así, salió prácticamente ileso, y ahí es donde radica el doble milagro: el del accidente y el de la salvación, el invertido y el erguido. El del fallo del airbag y el del ojo morado.

Llegados a este punto y final, me pregunto cómo reaccionará Dios si lee que lo he comparado con mi padre y Aznar y qué opinarán estos dos cuando se enteren de que los he cotejado con algo en lo que no creo. Por si acaso, me agarraré a la única de las respuestas que, hasta la fecha, me ha demostrado ser infalible: Denzel Washington.
 

Sobre el autor
Devoto de Dios y su Triple Personalidad, participó en las cruzadas como cheerleader oficial del Vaticano, dirigiendo coreografías que combinaban música dance, linchamientos reales a herejes y barbitúricos. Joven y casto, está senil.
2 total comments on this postSubmit yours
  1. Hola Ivan, vete preparando, esta noche hablamos del tema Aznar y Yo.
    tu Padre!!

  2. Hola Ivan, vete preparando, esta noche hablamos del tema Aznar y Yo.
    tu Padre.
    Por cierto, Mi accidente de coche fue por exceso de velocidad!!

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