Perec falsificador: De copias y máscaras infinitas

Ummagumma, Pink Floyd, 1969

 
La primera novela de Georges Perec, titulada Le Condottière (Anagrama, 2013), rechazada por Gallimard en su día, recuperada milagrosamente y publicada ahora por primera vez, treinta años después de la muerte de su autor, tiene por protagonista a un desesperado falsificador de cuadros. En El gabinete de un aficionado (Anagrama, 2008), su última novela, la falsificación de la obra de arte es la clave de la historia. Así, una de las más bellas formas de impostura abre y cierra el conjunto de la obra de Perec, si la contemplamos ordenada cronológicamente. Pero no lo hace en tanto que simple peripecia o motivo anecdótico. La copia artística es una pieza clave del universo del autor francés y su atracción irresistible por lo enmascarado, lo equívoco, lo juguetón y la pícara ambivalencia, así como una forma más o menos velada de mostrar su visión de la escritura y de lo literario.

En Le Condottière, sabemos ya desde las primeras páginas que Gaspard Winckler, un virtuoso falsificador, acaba de matar a Anatole Madera, el obeso adinerado para el que ha trabajado toda su vida produciendo una cantidad obscena de falsificaciones de las más exquisitas obras de arte y los más excelsos pintores. La muerte de Anatole Madera es una venganza. Winckler se ha rebelado contra su triste vida de falsario, que equivale más bien a una ausencia de vida: no se trata para él de un oficio sino de un perverso engranaje que atrapa cada vez más al individuo que se encuentra en su interior. El falsificador cree alcanzar ciertas glorias, trazar su propio camino, pero lo cierto es que se encuentra encadenado a la repetición más atroz, a una sucesión infinita de máscaras.

Il Condottiero (1475)

En cada copia, el falsificador se pierde a sí mismo como individuo, deja de existir al no poder más que actuar bajo el nombre de otros, muertos siglos atrás. Confrontado al proceso de copia del retrato de Il Condotiero, de Antonio de Messina, Winckler piensa que debe proceder esta vez de un modo distinto, que le llevará a superar en grandeza al maestro a imitar. Pero la desesperada búsqueda de sí mismo que sacude a Gaspard Winckler hace que en el lienzo, en lugar de la cara enérgica y dominante del condotiero, aflore su propia cara, mezquina y angustiada. Ése es el motivo de su fracaso y de su pulsión criminal. En La vida instrucciones de uso (Anagrama, 2012) Perec recuperará a Winckler y le hará artífice de una venganza similar, menos sangrienta pero no menos cruel.

En El gabinete de un aficionado se construye la historia de una fantasía especular. La novela gira en torno a un cuadro que representa una sala repleta de las obras de la colección de un rico fabricante de cerveza. Este cuadro no reproduce solamente otros cuadros, sino que se contiene a sí mismo, conteniendo otra vez los mismos cuadros y otra vez a sí mismo hasta que el tamaño de la tela lo permite, sugiriendo sin embargo un juego de espejos hasta el infinito. Se trata de una vertiginosa maquinaria de copias. Las pequeñas variaciones introducidas a cada repetición por el artista son interpretadas por los críticos mencionados en la novela como gestos de una melancolía provocada por la imposibilidad de ser autor en un mundo plagado de reproducciones; un vestigio de aquella necesidad de autoría propia y auténtica que había abocado a Gaspard Winckler al cuchillo y la sangre.

La estocada final de El gabinete de un aficionado es la falsedad de todo el conjunto. Destapado el engaño, el juego de falsedades amplía su recorrido en círculos concéntricos: el propio cuadro, todos los cuadros supuestamente existentes que reproduce, la identidad del pintor, los motivos de existencia del cuadro, la historia sobre él, con todos sus datos. La impostura se expande hasta alcanzar el libro en su conjunto, con gran deleite confesado por el autor.

La omnipresencia de la imagen falsificada responde en Perec a su manera de entender la obra literaria. Constata que la obra se mueve necesariamente entre lo propio y lo ajeno, y que la creación propia no existe por sí misma; se da en el marco de la repetición, de la copia, de la apropiación, en suma, de la obra ajena anterior. Una “muerte del arte”, se llega a denominar en la historia. Lo propio del creador se realiza sólo a partir de lo dado, que es reproducido e incorporado. En este sentido, el crítico de El gabinete de un aficionado titulaba su estudio del cuadro “Arte y reflejo: toda obra es espejo de otra obra”. Lo especular, lo reflejado, se convierte pues en la esencia de la creación. La impostura es inevitable, la máscara infinita.

El gabinete de un aficionado

El ideal romántico de la obra como expresión de un yo único y comunicable en su unicidad queda anulado en las obras de Perec, y ello se muestra en sus propias técnicas de creación literaria. Sus obras (podemos pensar muy especialmente en La vida instrucciones de uso) fueron pergeñadas como enormes puzzles compuestos de citas de otros autores (ver la larga lista de préstamos al final de La vida; tarea titánica localizarlos en el texto), de obras de arte, de historias, de vida en su estado natural inabarcable y caótico, ensamblado todo ello gracias a la mecánica impersonal de las fórmulas matemáticas que a Perec le divertía utilizar para combinar los elementos de sus obras y que convierten el resultado final en fruto de un azar minuciosamente calculado. Cálculo y libertad, caos y enumeración, impostura y autenticidad.

El juego es el componente básico de la literatura de Perec. Es a través de lo lúdico y del humor que toda esta cosmovisión se expresa. Podría parecer correcto pensar, a este respecto, en una evolución en la obra de Perec. Le Condottière, en tanto que primera novela, podría ser calificada de canto a la autenticidad, de manifestación de la tristeza y la vacuidad de la copia, y El gabinete del aficionado, en tanto que última, jugaría el papel de obra de madurez en que se ha asumido la inevitable condición reproducida, frágil, aparente e incontrolable de la vida y el arte e incluso se celebra, y se juega a engañar con placer y sonrisa pícara.

Georges Perec se habría movido así de la angustia a la ironía y el juego, cerrándose el círculo entre la primera y la última de sus obras. Pero pocas cosas hay tan precarias y engañosas como establecer líneas de evolución entre las obras de un autor. En Perec más bien parece que la ironía y el juego estuvieron siempre en el interior de la angustia y la melancolía, y que la angustia y la melancolía penetraron a su vez, casi siempre, la ironía y el juego. La obra del autor francés oscila entre ambos extremos. Los mezcla en un gesto humilde como pocos, aceptando la expulsión del yo creador y dominante de la autoría de las obras y convocando a un yo catalizador, punto de contacto entre muchos otros yos. Perec consigue con ello el más fiel retrato de esta falsa vida, de este falso arte, de este remake eterno. María Kodama debería, sin duda, leer a Perec.
 

Sobre el autor
(Palma, 1985) Es licenciada en Derecho y en Teoría de la Literatura por la Universidad de Barcelona. Mientras aplaza la cuestión de su sustento y persevera en el caos y la pobreza, emplea su tiempo en redescubrir su isla natal, leer dispersa y masivamente y dar forma junto con Martina Zuccaro a la terrorífica criatura, Hálito Ediciones.
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