Llega un momento en el que creemos haber entendido la cultura japonesa. Conectamos algunos elementos suyos con los nuestros y por un corto espacio de tiempo vivimos la ilusión de haber aprehendido esa cosa escurridiza que es lo nipón. Pero de repente, en un pequeño despiste, las certidumbres se desvanecen. Se abre una brecha a nuestros pies y al otro lado del abismo aparece una adolescente japonesa –ataviada con uniforme de colegiala– que se encoge de hombros, se tapa la boca con la mano y emite una risita aguda e indescifrable mientras se aleja.
También pensábamos que sabíamos qué era eso del karaoke. Pero no. Que estén a la vuelta de la esquina o dispongamos de ellos en nuestra videoconsola no aclara nada. Para nosotros, es un producto importado, una actividad esporádica con una función social similar a las discotecas. Un entretenimiento, un tanto pueril, que consigue flexibilizar barreras interpersonales y poner, provisionalmente, en suspenso el runrún constante de las conversaciones.
En Japón, el karaoke es algo más que un pasatiempo para el lucimiento de cantantes de andar por casa. En Shibuya, por ejemplo, los hombres de negocios –los salarymen o sarariman– tras finalizar jornadas laborales extenuantes deambulan sin rumbo por las calles y matan el tiempo en karaoke boxes que alquilan por fracciones de hora. Al trabajo duro le sigue un ocio duro, implacable.
El sarariman viaja hacia al centro de la noche de Tokio entre alcohol, salas de pachinko, karaokes y flirteos con excéntricas lolitas y colegialas hiperbolizadas que rondan por la zona. La mayoría de las veces, las adolescentes se limitan a reír las gracias y dar conversación a los ejecutivos en cubículos de karaoke a cambio de una módica remuneración. En otras ocasiones, la compañía se convierte en un tipo de prostitución casi amateur.
Su objetivo es cubrir necesidades del todo supefluas como la adquisición de ropa de marca, móviles y otros gadgets que conforman su particular lifestyle. A cambio, las jóvenes acceden a las fantasías más o menos softcore de unos ejecutivos solitarios y a la deriva. Colegialas imposibles haciendo horas extras en Shibuya antes de volver casa de sus padres; Kogal schoolgirls, loli-goths, kawaii teens y otras subculturas adolescentes de la míriada que cada día nacen y mutan en Tokio. Shibuya es, visto desde este punto de vista, el lugar donde todos los fetiches, tribus y fantasmas del capitalismo confluyen.
En el karaoke box, el sarariman y las colegialas cantan juntos sobre una banda sonora a la que previamente se ha extirpado la letra –karaoke significa, literalmente, ‘orquesta vacía’, es decir, sin voz–. En los vídeos amateurs de Youtube –protagonizados por lolitas como Yumiko Shirasagi, SoloBilly, Shotaro Nakamura, 17586063 o Otsupon– las adolescentes no doblan la voz sino que replican el bajo o la guitarra de alguno de sus hits favoritos mientras este suena de fondo. Por lo general, se graban a sí mismas en su dormitorio, muy en la línea de la selfshot mania digital. ¿Y el sarariman? ¿Se ha esfumado? No, ahora las observa desde el otro lado de la pantalla.
En este subgénero del vídeo amateur, la lolita es, para nuestra sorpresa, una experta instrumentista que rinde tributo a su grupo favorito. La puesta en escena es bastante sencilla pero en absoluto improvisada. La grabación consiste en un plano fijo que oculta el rostro de la protagonista. Esta, indefectiblemente, luce falda corta y unas eróticas medias hasta la mitad del muslo. Se ha de destacar, además, que en muchas ocasiones aparece un peluche gigante en algún margen del cuadro –extraña fijación la de las mascotas en Japón–. En el caso del vídeo que encabeza este texto, llaman también la atención varios elementos fetichizados de la cultura estadounidense. Por un lado, el estilo rockabilly y, por otro, los productos de McDonald’s.
Por último, se ha de señalar que estas recreaciones suelen ser ambiguas en cuanto a género. La orientación es normalmente transgender, algo muy común en las subculturas niponas. La pregunta más habitual en los foros y comentarios de Youtube es: ¿son chicas o chicos travestidos los que realizan estos vídeos? Es evidente que está cuestión preocupa sobre todo a los hombres. Hombres que han sucumbido al erotismo de los vídeos y que ven cómo por un momento se pone en duda su heterosexualidad normativa.
Konichiwa, sarariman!