Iniciamos una nueva etapa en Pliego Suelto. Tras tres años publicando bimestralmente la revista en internet en formato issuu/pdf (Archivos Pliego Suelto), miramos a nuestro alrededor, hacemos un reset, cogemos aire y nos replanteamos algunas cuestiones fundamentales, y otras más superficiales, acerca de la pertinencia y el enfoque de una publicación como Pliego Suelto en la web.
¿Hacía falta un magazine online más? ¿otro sitio realizado con WordPress? ¿una revista de literatura más en la web? No, sinceramente, no. No hacía falta otra publicación digital. No era necesario añadir ruido al ruido, comentar lo comentado, copiar, pegar, regurgitar y difundir lo visto y oído hasta la saciedad.
No, de veras. No hacía falta publicitar ni escenificar nuestra opinión. Porque a pesar de todas las buenas intenciones –de todas las motivaciones filantrópicas de la divulgación cultural en la web– sospechamos que nuestro comentario no hace más que colaborar en la confusión y la vorágine informativa que circula en las redes y reverbera en nuestras pantallas cada segundo. Información en cascada reprocesada y empaquetada constantemente que reconstruye una especie de doble del mundo inofensivo, previsible, insignificante e indiferente. Un flujo de información incesante en el que se substituye la profundidad y la distancia por el cambio constante, la hiperestimulación y la amnesia. Simulacro que no hace más que neutralizar, banalizar y aniquilar la realidad de las cosas (ilusión de la ilusión del mundo). Modelo numérico e ideal de un mundo seguro, confortable e interactivo que transcurre al son de un tiempo abstracto, imposible e inhumano -el tiempo real de las redes sociales e internet–.
Y, sin embargo, aquí estamos. Metidos hasta el cuello en las contradicciones, en la cresta de la paradoja, como todos. Para salvar ese abismo –para deshacer este lío– unas veces optaremos por acelerar procesos, comentando hasta el paroxismo, infoxicando, agotando todos los recursos hasta llegar a la disolución de todo sentido. En otras ocasiones, en un ejercicio de periodismo estoico, cerraremos el paso a cualquier posibilidad de opinión, comentario o escenificación en la escritura. Nos ceñiremos a una visión literal y lacónica de las cosas desactivando así cualquier posibilidad de banalización o neutralización de la fuerza imprevisible y aleatoria de los acontecimientos.
Del mismo modo, tantas veces como podamos, abordaremos la crítica literaria como un ejercicio de creación en sí mismo. No como una escritura de segundo grado o como el minucioso desglose y comentario de una obra primera. No, las bibliotecas y la red rebosan textos de ese tipo. Pedro Páramo de Juan Rulfo, por ejemplo, es un libro brevísimo que ha generado kilómetros de glosas y ediciones críticas y no necesita ninguna puntualización más por nuestra parte. Como afirma Steiner en Presencias reales, la mejor crítica a una obra es aquella que constituye una obra en sí misma. O dicho de otro modo, la mejor crítica que puede tener La Odisea de Homero es el Ulysses de James Joyce.
Sin aspirar, evidentemente, a equipararnos con el autor irlandés trataremos siempre el ensayo, la crítica y el periodismo como una actividad literaria experimental y creativa en sí misma, independientemente de la obra a la que aludamos -que en la mayoría de los casos solo nos servirá como chispa que inicia la ignición, la del viaje fractal e impredecible de la literatura a ignotos alrededores–.
Y, por último, aunque suene algo naif por nuestra parte, la mayoría de las veces buscaremos en la literatura el antídoto más seguro contra el aluvión actual de medios digitales. Reivindicaremos la lectura y la escritura como herramientas utilísimas para recuperar la distancia perdida, la reflexión y la perspectiva. Y lo haremos siempre desde el mismo seno del medio digital, con conocimiento de causa de lo que implica el multimedia, las nuevas tecnologías e internet, aquí y ahora. Una crítica de la tecnología realizada siempre desde el interior de la tecnología, nunca desde fuera.