El corazón de la fiesta (Anagrama, 2020), de Gonzalo Torné (Barcelona, 1976), sirve como punto de partida a nuestro colaborador Daniel Marchante para analizar en clave sociolingüística esta novela, planteada como una comedia romántica, y que evidencia una sociedad tensionada por los sentimientos y las diferencias de clase, el cóctel explosivo que forman al mezclarse el nacionalismo y el dinero.
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A todos nos bautizan con un nombre. Nos identifica más allá de la muerte. Nos guste o no es la base de cualquier individuo en una sociedad.
Conforme crecemos, la gente con la que nos relacionamos nos nombra con otras palabras. Nos dan apodos. Dichos vocablos no pertenecen al campo de los nombres propios. Denotan un rasgo distintivo que los demás ven en nosotros. Nuestra identidad se construye así a través de la mirada del otro.
En los textos literarios se le da una vuelta de tuerca más a este fenómeno sociolingüístico. Entran en escena los denominados «nombres parlantes».
La filóloga Montserrat Amores en el artículo «De nombres parlantes y apodos en la novela realista española» (incluido en Al otro lado del espejo. Comentario lingüístico de textos literarios) define los nombres parlantes así:
La denominación es, sin duda, un elemento esencial, puesto que gracias a ese mecanismo se vinculan una serie de características individuales con una sola identidad. El autor decidirá entonces si el nombre propio será arbitrario o transparente; puede elegir deliberadamente que el antropónimo sea significativo para caracterizarlo mejor.
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Siguiendo esta premisa, llama la atención la novela de Gonzalo Torné, El corazón de la fiesta, donde a los miembros de la familia protagonista, Los Masclans, se los conoce por uno u otro apodo o nombre parlante.
El patriarca de la familia es Pere Masclans. Debido a su ambición política y contactos, llega a la presidencia de la Generalitat de Catalunya. Unida a su carrera política están sus negocios. Por todo esto, se lo conoce como El Rey de Cataluña o simplemente El Rey.
En su caso nos encontramos a un hombre que ha dedicado su vida a llegar a la cima del poder, la fama y el dinero a raudales. De cara al público, es un ejemplo de éxito. Asimismo, en el ámbito familiar, ejerce como cabeza del clan Masclans.
Los Masclans son una familia llena de secretos y vidas paralelas. En la novela, sus cuatro hijos, sus cuñadas y el pequeño de la tercera generación de Masclans también son rebautizados.
El primogénito de este linaje nace fuera del matrimonio de El Rey. En toda la obra se lo conoce como El Bastardo. Según qué personaje lo menciona, se le alarga el nombre parlante denominándolo El Bastardo de las Pistas o de Cataluña. Tal y como su antropónimo indica, es un hijo ilegítimo. En ocasiones, también se comporta como alguien deleznable, haciendo gala de la palabra que lo identifica. Tanto es así, que nadie lo llama por su nombre de pila. De esta forma, la obra incide en la importancia de su nacimiento.
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Como suele ocurrir en las castas familiares que quieren perpetuar el nombre del padre, este se repite en uno de los hijos y en los hijos de este, generación tras generación. Es una forma de mantener vivo el poder que hay alrededor de un nombre propio.
Los Masclans no son excepción. Pere Masclans Senior bautizó al hijo que tuvo con su esposa como él. Para diferenciarlos, la pareja de El Bastardo usa su creatividad:
“—¿Y tu hermano? ¿El que falta? ¿Yúnior? ¿Piensa como ellos?
—¿Por qué lo llamas así?
—¿No me has dicho que se llama también Pere Masclans? Tengo que diferenciarlo de tu padre, y Yúnior mola. Yúnior es nombre de príncipe de vallenato, se supone que el bailarín eres tú, pero te ha salido una noche apagada”.
Es un lugar común que al haber dos nombres repetidos se le otorgue al más joven el membrete de «Junior». Aun así, es interesante denotar que en este caso se cambia la jota por una i griega («Yúnior»).
Esta elección no es inocente. Probablemente, se haya producido para recordar el origen humilde de la nuera de El Rey. Al recibir este nombre parlante, Yúnior se perfila como un hombre que hace lo que sea necesario para mantener el buen nombre de la familia y que esta siga llevando un tren de vida solo apto para las élites. Es decir, pretende comportarse como un reyecito.
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Por su parte, a su hermano menor, Francesc, lo autodenominan El Taradet. En español esta palabra catalana podría traducirse como tontito o taradito según en qué zona dialectal del castellano se encuentre uno.
El joven Masclans apenas hace nada. Actúa como si careciera de inteligencia alguna. Su rol en la familia es más testimonial que activo.
A renglón seguido, a su hermana Mercè se la renombra como La Paradeta. Se podría considerar que es una mujer sin trabajo que solo se ocupa de cuidar de su anciana madre. Y, sin embargo, es la más sagaz, la más inteligente y la que comprende mejor los entresijos familiares.
Su apodo en lugar de definirla de forma literal lo hace dotándole de una condición contraria a la que se le ha impuesto por ser la única hija de El Rey.
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La familia política de Los Masclans también es sometida a la mirada transformadora de los nombres parlantes.
A las dos nueras de El Rey se las bautiza como La Culpable. La primera en recibir este honor es la esposa de Yúnior, a quien, dada su procedencia venezolana, se la tacha con este despectivo apodo.
Cabe destacar que dicho mal nombre posiblemente lo recibe por la obsesión de algunas familias de que sus miembros procedan de los mismos círculos sociales y geográficos. Esta manera de pensar refuerza el elitismo en este clan de la alta burguesía catalana.
Por su parte, Violeta Mancebo, alias Violet, recibe este último sobrenombre y también el de La Charnega. De nuevo, entra en escena la supuesta pureza clasista que tanto obsesiona a algunas personas con poder. Ella, al ser introducida como la pareja de El Bastardo, es bautizada por la familia con estos dos nombres parlantes para que a nadie le quepa duda de dónde viene.
Extrañamente, al hijo que esta tiene con el primogénito de los Masclans lo llaman Hijito. Es decir, su nombre reside en que carece de uno. Se queda en la condición de recién nacido sin ningún nombre propio que se refiera a él.
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En conclusión, el uso de los nombres parlantes por parte de Torné en su novela pone de manifiesto los rasgos con los que se asocian estos personajes.
No importa si son positivos o negativos. Literales u opuestos. Cada uno de estos antropónimos responde a reforzar la crítica social de la novela.