La guerra civil en Guatemala (1960-1996) dejó unos 200.000 muertos, 45.000 desaparecidos y un millón de refugiados. En ese periodo, las principales figuras de la literatura guatemalteca también fueron blanco de sangrientas represiones de las dictaduras militares, cuyos tentáculos se extienden hasta la actualidad. Al respecto, nuestro colaborador Pablo Gonz entrevista a Luis Eduardo Rivera (Ciudad de Guatemala, 1949) –poeta, narrador, traductor y Premio Nacional de Literatura 2019– para hacer un recorrido por su obra; reflexionar sobre el exilio en México y París; hablar de Cernuda, Nicanor Parra, Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias y Monterroso; y describir el panorama de las letras del país centroamericano.
Rivera ha publicado los siguientes libros de narrativa y ensayo: Pasado en blanco (Ed. Cultura, 2019), Entretiempos (2019), Fechas inciertas (Editora Regional de Extremadura, 2007), Velador de noche/soñador de día (1988); de poesía: Palimpsestos (Ed. Del Pensativo, 2021), Poesía prepóstuma (Tipografía Nacional, 2008), Salida de emergencia (1988) y Servicios ejemplares (1978).
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Luis, naciste en Ciudad de Guatemala y en el año 1949. ¿Cómo se desarrollaron los primeros años de tu vida y cuáles fueron tus primeros nexos con la literatura?
Viví mis primeros seis años en la capital. Luego, un año en Quetzaltenango, segunda ciudad del país. Posteriormente, a los ocho, en la ciudad de Antigua. Mi madre era profesora y la mutaban a distintos centros de enseñanza. Mis primeros contactos con la literatura fueron sobre todo las lecturas de autores nacionales, narradores y poetas.
¿Fue tu madre quien te acercó las primeras lecturas? Danos algunos nombres de los autores que citas. ¿Hubo una obra en concreto que te llevara a decirte ‘yo quiero ser escritor’?
Lo que hizo mi madre en cuanto a mi educación, fue dejarme plena libertad y apoyarme en mis elecciones, en eso que podría llamar mis aptitudes. Estas eran aptitudes que no cuajaban con la mentalidad de una familia de la clase media en ascenso: literatura, música y pintura.
Crecí en medio de una familia de seis hermanos. Yo era hijo único. Mis hermanos eran en realidad primos-hermanos. Tres de ellos ingenieros. No tuve restricciones en lo que se refiere al control de mis lecturas, leía lo que quería leer. Mi madre hizo lo que pudo para ayudarme a encontrar mi propia vía. No era una intelectual, era maestra, creo que su gran cualidad fue el respeto al prójimo.
Como te decía, mis primeras lecturas fueron los autores nacionales, que tenía más a la mano. Son autores más bien locales. Mi primer gran deslumbramiento fue El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias. A los 16 años, leía todo lo que se podía encontrar de él en las librerías.
Otro libro que me impactó a esa edad fue una antología de la poesía norteamericana, traducida por Alberto Girri, gran traductor y poeta argentino. Ese descubrimiento me hizo alejarme de los tics modernistas y posmodernistas de mis primeros años. Soy músico aficionado, y la cadencia de la poesía de estos autores me hizo por primera vez descubrir otra manera de poetizar, tan distinta al endecasílabo de la poesía moderna española.
¿Y fue esta nueva manera la que sirvió de marco al original desarrollo de tu obra o reconoces en tus primeros trabajos otras influencias?
Dos influencias determinantes en mis quince o dieciséis años fueron Neruda y Vallejo y, más tarde, Nicanor Parra y Octavio Paz; un poco de León Felipe, y, sobre todo, de Luis Cernuda.
Te pido un consejo para un lego en poesía, como yo: ¿por qué hay que leer, por ejemplo, a Luis Cernuda? ¿Qué lo hace especial? ¿Qué justifica el renombre que adquirió y mantiene?
‘No te hagas, no te hagas, mi cuate’, como dicen en México. Tú no eres ningún lego. Pero si te interesa mi opinión, te la doy al toque. Creo que es porque desde el principio trató de tomar sus distancias con la tradición española, aunque sin negarla ni alejarse demasiado de ella, influenciándose con la tradición poética inglesa, por un lado, francesa, por otro, y alemana. Era un gran admirador de Hölderlin.
Hay que recordar que Cernuda fue traductor en esas lenguas. Esto lo liberó muy temprano del monótono endecasílabo, que hasta hoy predomina en la poesía peninsular. Y sus temáticas son muy universales. Además, también puede contar que es el primer gran poeta español que conozco que haya manifestado abiertamente su homosexualidad en su poesía. Todo eso lo ha vuelto diferente dentro del grupo generacional al que perteneció y dentro de la poesía de nuestra lengua.
Parece que era un cabrón intratable y vanidoso, pero eso no cuenta cuando se juzga la calidad de la obra en sí. Cuando me fui a vivir a México, ya había leído una buena parte de La Realidad y el Deseo y también el penetrante ensayo que Octavio Paz escribió en Octaedro.
Háblanos de tus primeras obras. ¿Fue poesía o prosa? ¿Las escribiste aún en Guatemala o ya en México?
Escribí mi primer ‘poemario’ a los doce años, en una máquina portátil Remington que mi madre me regaló para mi cumpleaños y que conservé hasta los treinta, cuando me la robaron en México DF. Hice unas cuantas copias al carbón que afortunadamente se perdieron. Eran unos doce o quince textos, llenos de ingenuidad y faltas de ortografía.
Mi primer libro de poesía ‘en serio’ está formado por poemas escritos en Guatemala y en México. Se titula Servicios ejemplares, en 1978. Algo antes, aún en Guatemala, formamos de manera espontánea un grupo que más tarde se dio en llamar ‘Generación del 70’. Poetas y narradores reunidos alrededor del novelista y poeta Marco Antonio Flores, secretario general de la revista Alero de la Universidad de San Carlos.
¿Fue en ese grupo donde se formó tu intención de dedicarte en serio a la literatura? ¿Cómo era la dinámica de las reuniones? Yo creo que esto es algo que ya no existe, quizás un epígono de las tertulias del XIX.
Como tú ya sabrás, una amistad lleva a otra, y ésta a otra más. De esa manera, se fue formando nuestro grupo generacional. Pero ya, unos más que otros, teníamos el objetivo de dedicarnos a la literatura. La decisión fue concretándose con los años y con los libros publicados. En la Guatemala de los militares, durante los años setenta del siglo pasado, las tertulias estaban tácitamente prohibidas y muy mal vistas por el poder. Pero nosotros desafiamos esta censura por un periodo de tiempo que duró un par de años.
Luego, cada quien tomó su camino, por decisión propia o bien obligado por las circunstancias políticas reinantes. Algunos se quedaron en el país, sufriendo el exilio interior. Hay una frase que define el destino de los escritores y artistas guatemaltecos durante todo el siglo XX: «A los intelectuales guatemaltecos no les quedan más que tres salidas: el encierro, el destierro o el entierro» (Alfonso Orantes).
Luis de Lión, narrador y poeta de nuestro grupo, fue asesinado en 1985 por el ejército. Esas reuniones, donde el ron corría a flotes, estaban punteadas por discusiones caldeadas en las que sobre todo predominaban dos temas: la literatura y la política.
Entiendo que tú fuiste de los que partió al destierro. ¿Cómo fue tu llegada a México? ¿Qué ambiente cultural encontraste allí? ¿Te recibieron bien?
Cuando llegué al DF, el ambiente cultural era bastante cosmopolita. En particular había muchos exiliados, argentinos y chilenos sobre todo; los españoles habían llegado en los años treinta. Y los guatemaltecos en los cincuenta. Muchos de ellos trabajaban en instituciones culturales. Eso favoreció mi instalación en ese ambiente, durante seis años. Allí publiqué mi primer libro de poesía, gracias a la mediación de un compatriota mío, gran poeta y crítico de arte, Luis Cardoza y Aragón, una leyenda dentro del medio intelectual mexicano.
Dinos, por favor, el título de esa ópera prima y cuéntanos algunos de tus recuerdos sobre ella. ¿En qué te ocupaste durante aquellos años? ¿Ya eras profesor?
Mi primer libro, Servicios ejemplares, iba a salir en una colección de poesía erótica, pero su salida se frustró. Luego Cardoza me presentó a un escritor que dirigía una de las editoriales que por entonces llamaban ‘marginales’ porque publicaban exclusivamente poesía, el cual, como sabrás, es un género que siempre ha estado en el margen de lo que se conoce como industria editorial.
Los libros eran publicados bajo patrocinio. En mi caso, mis patrocinadores fueron amigos y conocidos. No me puedo quejar en absoluto de la acogida que el libro tuvo. Salieron muy buenas críticas en los diarios y suplementos culturales más importantes del DF.
Para sostenerme, trabajaba a medio tiempo como corrector en una empresa y publicaba reseñas de libros en un diario y en radio UNAM, la radio cultural más importante del país. Al mismo tiempo, seguía mis estudios de Letras en la UNAM.
¿Con quiénes te codeabas en aquellos años? ¿Había otros autores o editores que, como tú, alcanzarían la fama más adelante?
Como te decía, en el DF tuve la suerte de encontrar un ambiente muy internacional. Había escritores y artistas de diferentes países. Pude integrarme a varios grupos de jóvenes escritores.
Yo vivía en una casa en donde residían varios becarios de la Comunidad Latinoamericana de Escritores. La casa era frecuentada por miembros de la nueva generación que, con el correr del tiempo, serían nombres importantes dentro de la literatura de sus países. Elqui Burgos, del Perú, Daniel Sada, Mario Santiago Papasquiaro (el Ulises Lima de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño) de México y muchos otros, como los integrantes de La Máquina Eléctrica, los jóvenes reseñistas del suplemento cultural de El Nacional y algunos compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, como Verónica Volkow y Antonio Mendoza, el futuro fundador de la Editorial Aldus. En ese tiempo, casi nadie había publicado, todos éramos muy jóvenes, escritores en formación.
Y por fin, tu tercer horizonte geográfico ha sido y es Francia. ¿Qué razones te impulsaron a venir a Europa y cómo te has adaptado al Viejo Continente?
¿La razón? Sin duda la misma que ha atraído y seguramente seguirá atrayendo a tantos artistas y escritores no europeos: el mito de Europa, como un imán cultural. Y sobre todo, el mito de París. Un mito no tiene una explicación racional. Vine a visitar a un gran amigo que estudiaba un doctorado en París. Traía dinero para sostenerme unos cuantos meses. Y me quedé para siempre.
Entre México y París, llevo más de medio siglo fuera de mi tierra. He logrado construir y establecer ese puente cultural entre Europa y América a través de mi trabajo como escritor y como traductor, posiblemente esta sea la razón y la explicación de este salto geográfico, temporal y cultural.
Entiendo que el grueso de tu obra se ha producido en Francia. ¿Qué títulos te gustaría destacar y por qué razón? En otras palabras, ¿qué libros de Luis Rivera recomendarías a alguien que no te haya leído aún?
En primer lugar, mi novela Velador de noche/Soñador de día, una especie de autoficción; en segundo lugar, mi Poesía cuasi completa, Poesía prepóstuma, y por último, mi libro de relatos Pasado en blanco, públicado con ocasión del Premio Nacional de Literatura. El problema es que, debido a la mala distribución del medio editorial de mi país, estos títulos no se pueden adquirir en España.
La literatura guatemalteca, fuera de unos poquísimos nombres, contados con los dedos de una mano, es prácticamente inédita en tu país. Y si se te ocurre pedir estos libros por alguna plataforma de distribución, te salen carísimos, porque Guatemala es el único país, creo, que no tiene correo nacional, desde hace unos diez años o más. Un presidente tuvo la ocurrencia de suprimirlo.
Mis únicos dos libros que se pueden conseguir en España, son El lector ideal y Fechas inciertas, porque fueron publicados por dos pequeñas editoriales españolas. Con suerte, se pueden encontrar en algún motor de búsqueda en internet, como Iberlibros.
Buenos escritores guatemaltecos, incluso excelentes, siempre ha habido, hay y habrá, pero no salen de las fronteras del país, editorialmente hablando. Es la maldición gitana de nuestra literatura.
Para terminar, me gustaría preguntarte por el legado de Asturias y de Monterroso, por esas pocas voces que algo se conocen en España. ¿Qué opinión te merecen las obras de Humberto Ak’abal, Rodrigo Rey Rosa, Eduardo Halfon o Javier Payeras?
Asturias es nuestro James Joyce. Fue uno de los primeros en transformar la literatura latinoamericana, con El señor Presidente y Hombres de maíz. En mi opinión es una suerte de Picasso de la literatura porque experimentó formal y temáticamente a lo largo de su vida. Como toda mi generación, yo lo leí en plena adolescencia y me marcó para siempre. Lo leo con regularidad, como se lee a un clásico.
Tito Monterroso es otra de mis influencias, sobre todo en la brevedad y el empleo del humor como recurso literario. Lo traté con cierta frecuencia cuando vivía en México. Ya era un escritor célebre y muy respetado por la intelectualidad mexicana. En mi libro Fechas inciertas aparece una evocación de su persona y de su humor.
Hay dos autores más que forman la tetralogía literaria en medio siglo: Luis Cardoza y Aragón, poeta, ensayista y gran crítico de arte, y Mario Monteforte Toledo, narrador, antropólogo, periodista, hombre político y ensayista. De él sí se han publicado varios libros en España. Fue el Presidente del Congreso durante el mandato del presidente Juan José Arévalo (1945-1951), en los años cuarenta, durante los diez años que duró la primavera democrática, antes del Golpe de Estado de la CIA. Todos ellos exiliados, que vivieron más de la mitad de su vida fuera de su país.
Este es otro rasgo muy distintivo de nuestra tradición literaria: la cuasi totalidad de la mejor literatura guatemalteca fue escrita y publicada en el exilio.
Ak’abal es un buen poeta, que, a mi criterio, está sobrevalorado. Es un buen poeta pero no ‘El Gran Poeta’ como han dicho ciertos críticos. Quien sí fue un gran poeta, fue su maestro, Luis Alfredo Arango, pero la obra de Arango ha sido víctima de esa maldición gitana que te mencioné antes. Marcó la poesía nacional de la segunda parte del siglo XX. Pero fuera del país, nadie lo conoce. Ak’abal inaugura una tradición: la poesía escrita por autores indígenas, que es muy reciente y que apenas empieza a dar sus frutos.
A Javier Payeras no lo he leído. A quien sí leí fue a su tío, Mario Payeras, un comandante de la guerrilla en los años setenta, con su hermoso libro testimonial Los días de la selva (1980), que ganó el premio Casa de las Américas de ese año. Luego leí una excelente recopilación de su poesía publicada después de su muerte.
Sobre los otros dos mencionados en tu pregunta, te diré que sí los he leído y ambos me parecen muy buenos narradores. El estilo y el universo de Rey Rosa oscila entre el realismo convencional y el realismo fantástico, tanto en el cuento como en la novela. Una buena parte de la narrativa de Halfon, que es igualmente novelista y cuentista, como la gran mayoría de nuestros autores, toca temas que no se habían tratado en nuestra literatura, como es la presencia judía en la vida social del país.
Ambos vienen de familias muy adineradas, es decir, de la oligarquía, y tienden a reflejar ese universo cada quien a su manera, lo que no significa que se identifiquen con sus orígenes y su medio socioeconómico, pero de alguna forma lo evocan, en lo temático y en lo biográfico. Eso los diferencia del resto de los escritores de su generación y de las anteriores, de extracción clasemediera, como es mi caso.
Dante Liano, un excelente narrador de mi generación, es otro de los contados autores que han logrado salvarse de ese estigma que te mencioné más arriba, porque sí logró publicar varias novelas en España. Se le conoce como novelista, pero, a mi criterio, donde se encuentra a la cabeza de su generación, es en el cuento.
Y hablando de otro narrador de excepción, te puedo mencionar a Luis de Lión, asesinado por el ejército durante los ochenta, con su extraordinaria novela póstuma El tiempo principia en Xibalbá (1985).