‘Obedecedario patriarcal. Estrategias para la desobediencia’: una entrevista con Sara Berbel y Bernat Castany

Bernat Castany y Sara Berbel, autores de «Obedecedario patriarcal», Anagrama, 2024

 
Nuestra nueva colaboradora María Dolores Adsuar Fernández conversa con Bernat Castany Prado y Sara Berbel Sánchez, autores del ensayo Obedecedario patriarcal. Estrategias para la desobediencia (Cuadernos Anagrama, 2024), una proclama reflexiva y lúdica para descifrar y neutralizar los mandatos del patriarcado vigentes en la sociedad actual, a pesar de los avances del feminismo internacional. A lo largo de la entrevista, también hablan de la renovación del lenguaje emancipador; del rescate de mujeres olvidadas y menospreciadas por la Historia; y de la importancia de un feminismo que no solo exija los derechos civiles, sino también reclame derechos socioeconómicos.

¿Por qué habéis escrito un libro juntos? ¿Y cómo lo habéis hecho para que apenas se pueda distinguir una voz de la otra?

Lo primero que nos gustaría señalar es que esa pregunta tiene algo de petición de principio, que presupone que necesitamos más razones para escribir un libro como este que para no hacerlo. De algún modo, esta pregunta pone la carga de la justificación en el tejado de quienes hacen algo, en vez de ponerla a la de aquellos que no lo hacen.

Por eso creemos que la mejor respuesta es otra pregunta: “¿Y por qué no?” Para que sean ellos quienes se expliquen primero, y digan por qué una mujer y un hombre no pueden escribir en colaboración un libro sobre feminismo.

Pero, como estamos entre amigos, y sabemos que nos lo preguntas de buena fe, te diremos que escribir un libro en colaboración es una de las formas más completas del diálogo, de la conversación auténtica, porque, al hacerlo, no solo se yuxtaponen y enfrentan las ideas, sino también, las formas, los estilos, que son un componente esencial del pensamiento y la acción. 

Cuadernos Anagrama, 2024

Uno de los rasgos fundamentales de este libro, desde el título mismo, es su estilo lúdico. ¿Por qué habéis utilizado ese estilo? ¿No teníais miedo de que os pudiesen decir que estabais banalizando el sufrimiento de las mujeres?  

La forma es esencial. Creemos, como diría Haydn White, en el contenido de la forma. Al fin y al cabo, hay muy pocas ideas importantes. Básicamente, que la vida es mejor que la muerte, el placer mejor que el dolor, la verdad mejor que la mentira… Y el resto son glosas, comentarios, matices, aplicaciones o actualizaciones.

Nosotros no hemos hecho más que enfrentar esas ideas básicas, esas ideas que consideramos universales, a un sistema de dominación particular, como es el patriarcado. Y les hemos dado una forma que nos permita identificar una ideas que las inercias lingüísticas y existenciales podían haber invisibilizado.

Ninon de Lenclos decía que “la verdad sin gracia es como un anzuelo sin cebo”. Y Voltaire, que “el placer da lo que la sabiduría promete”. Y nosotros no queríamos solo atrapar al lector, a la lectora, en el sentido de vincularlo a estas ideas que nos parecen esenciales, sino también darle lo que nos prometemos, esto es, libertad, potencia y alegría. Los temas tratados son muy duros, con frecuencia devastadores, especialmente los relacionados con la esclavitud femenina o la violencia contra las mujeres, y por ello era vital para nosotros no caer en el fatalismo paralizante, de modo que hicimos nuestra la aseveración de Alejandra Pizarnik según la cual “no se puede vivir siempre en estado de catástrofe”.

Por otra parte, el lenguaje no solo se automatiza, o esclerotiza, con el tiempo, sino que también es capturado por el poder o por el mercado. Y eso también sucede con los discursos emancipadores. Por esta razón es necesario renovar constantemente el lenguaje de la emancipación, en general, y el del feminismo, en particular, aun sabiendo que los nuevos lenguajes podrán ser capturados en un futuro. En este sentido veréis que hemos jugado también a inventar palabras, como el mismo “Obedecedario” del título o la “feministencia” que alude a la resistencia feminista, ya que nos parecía simbólicamente poderoso.

Finalmente, la historia del feminismo es muy antigua, y no siempre se ha utilizado el mismo lenguaje que suele utilizarse hoy en día. Hiparquia, Christine de Pizan, Olympe de Gouge, Margarita de Navarra, Marie de Gournay, Ninon de Lenclos, Sor Juana de la Cruz, Rosario Castellanos, Maruja Torres y tantas otras mujeres utilizaron un estilo lúdico, satírico, autoirónico, libre y alegre. La libertad no se prescribe, se ejerce.

Vuestro Obedecedario patriarcal tiene también la virtud del orden. ¿Podríais explicarme cuál es la estructura básica del libro, y de qué modo puede ser útil para analizar y combatir el sistema de dominación patriarcal?

Este libro está estructurado según la doctrina clásica que divide a la filosofía en cuatro áreas o momentos: la cognoscitiva, que se ocupa de los modos y límites del conocimiento; la ontología, que se ocupa de la estructura de la realidad, y del lugar que ocupa el ser humano en su seno; la ética, que trata de construir unas formas de vida que maximicen la existencia; y la política, que busca constituir estrategias colectivas para alcanzar una felicidad que no puede ser más que colectiva. Para simplificar: conocer, ser, vivir y convivir.

Dicha estructura tiene la virtud de conectar áreas que normalmente mantenemos separadas, como son la teoría y la acción (la cognoscitiva y la ontología, que pueden parecer más teóricas, se nos aparecen como condición de probabilidad de la ética y la política) o lo privado y lo político (pues la ética aparece indisociablemente ligada a la política). Gracias a esta estructura podemos evitar desangrarnos en falsas dicotomías y polémicas debilitadoras.

Además, esta estructura es una buena herramienta heurística, que sirve como herramienta de análisis y descubrimiento, gracias a la cual podemos hacer un retrato robot de un sistema de pensamiento, ya sea emancipador, como en el caso de algunos escritores o escritoras, ya sea dominador, como sucede en el caso particular del patriarcado. Lo que hemos visto es que lo que nos hemos resignado a llamar “patriarcado” funciona con un doble juego de mandatos (o imperativos implícitos hegemónicos), impuestos mediante una socialización diferencial por género, pero perfectamente coordinados o articulados.

A las mujeres se les sugiere un estilo cognoscitivo inseguro, un estilo ontológico autonegador, un estilo ético sacrificial y un estilo político pasivo, mientras que a los hombres se les sugiere un estilo cognoscitivo dogmático, un estilo dogmático afirmativo, un estilo ético egoísta y un estilo político competitivo e incluso agresivo. Esto no quiere decir que todas las mujeres y todos los hombres sean así, pues existen otros factores colectivos e individuales, desde una educación familiar más libre, hasta la propia libertad personal.

Existen, además, otros sistemas de dominación, con sus propios mandatos particulares. Y aunque todos ellos suelen combinarse, en ocasiones se contradicen, produciendo fuegos cruzados en los que cierta libertad es posible. En todo caso, el peso de los mandatos es enorme, y es necesario identificarlos primero y combatirlos después, para ampliar nuestro margen posible de libertad.

Vuestro libro contiene varios elementos novedosos, como, por ejemplo, el apartado que dedicáis a analizar los mandatos dirigidos a los hombres, y las ventajas, y no solo sacrificios, que éstos obtendrían en caso de que se animen a desobedecerlos.

Los mandatos patriarcales le otorgan a los hombres un poder sobre las mujeres, pero eso no significa que le otorguen un poder sobre sí mismo. De ahí que, si bien es cierto que, de un lado, son beneficiarios del sistema patriarcal, del otro lado, no dejan de ser víctimas, aunque en un sentido muy diferente al que se aplica a las mujeres. Los mandatos dirigidos a ellos comportan una tiranía deshumanizadora de la que pocas veces son conscientes, además de generarles unas creencias paralizantes y limitadoras.

De ahí nuestro intento de presentar el feminismo a los hombres no como una mera renuncia altruista a sus privilegios heredados, sino como la conquista de unas libertades y posibilidades insospechadas.

¿Cuáles? En el ámbito cognoscitivo, por ejemplo, para lograr conocer el mundo, y conocernos a nosotros mismos, necesitamos otro significativo, capaz de hablarnos, de contradecirnos, de criticarnos. Hay que atreverse a dudar. Sin ese otro parresiasta, de palabra libre, nos ahogaremos en nuestra propia burbuja cognitiva, que es lo que le sucede, por ejemplo, al protagonista de El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez.

En el ámbito ontológico, tal y como dijo Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, todo yo necesita, para constituirse, de un otro poderoso contra el que afirmarse, aunque no tan poderoso que acabe anulándolo. Los mandatos patriarcales imposibilitarían este difícil equilibrio. Lo cual no solo anula a las mujeres, sino que también disminuye a los hombres, que no encuentran un yo poderoso, un igual, contra el cual constituirse.

En el ámbito ético, qué duda cabe que la libertad, el placer, la serenidad y la potencia se multiplican cuando uno los comparte con un ser autónomo y potente. La conversación en amistad, los proyectos compartidos, el sexo con una persona que goza y no con un autómata que se somete, la educación compartida de los hijos, la corresponsabilidad en los cuidados… todo ello genera bienestar y felicidad mutua.

Y, en el ámbito político, ¿qué tipo de democracia plena podría existir si no se incorpora a más de la mitad de la población? ¿Y no supondría un enorme aumento de nuestra potencia compartida si nos animásemos a liberar su potencial científico, artístico, literario, político?

En nuestra opinión, todo esto es tan evidente y tan atractivo, que el reaccionarismo ha necesitado inventar todo tipo de polémicas, como la que encierra la llamada “guerra de los sexos”, para dividirnos y someternos. Como diría Unamuno, no convenceréis, pero sí que dividiréis. Y eso basta.

Otra innovación importante de vuestro libro radica en la descripción de diferentes tipos de estrategias (internas y externas, individuales y colectivas) a la hora de de construir los mandatos. Me parece que en este punto la psicología social tiene mucho que decir.

Ciertamente, este es uno de los aspectos más distintivos del libro ya que no solo nos limitamos al análisis, sino que pretendemos animar a la acción colectiva. La Psicología Social ha identificado, a lo largo de las últimas décadas, aquellas técnicas de dominación que los sistemas hegemónicos aplican a sus subordinados para garantizar su obediencia. Algunas de las más eficaces son la invisibilización (nuestro libro es también una “arqueología del silencio”, al rescatar a mujeres del olvido), el menosprecio, la ridiculización, la división y la generación de culpa, entre otras. Reconocerlas es fundamental para poder luchar contra ellas, neutralizarlas y enviarlas al país de Nunca Jamás.

Para lograrlo es imprescindible combatir la propaganda reaccionaria de grupos de interés que, con frecuencia, ahonda en las diferencias y logra profundas divisiones que dificultan el trabajo conjunto y la acción colectiva. Para ello resulta imprescindible construir una conciencia de grupo (habiendo dado el paso previo de la autoconciencia) resistiéndose al fatalismo social y político que nos paraliza y nos impide sentir que las cosas pueden ser de otro modo.

Pero también apuntamos a algunas estrategias personales que tienen que ver con el reconocimiento y despliegue de las propias potencias, siendo capaces de alimentar nuestro deseo como hicieron Mary Wollstonecraft, Lou Andrea Salomé o Anaïs Nin. Como señalamos en el libro, no hay educación a los hijos ni mayor contribución a la sociedad que llevar una vida poderosa.

Le dais mucha importancia a la filosofía como una herramienta de emancipación feminista. ¿Podríais desarrollar un poco más este aspecto?

Claro. Para empezar, resulta importante tener en cuenta que la filosofía antigua (en la que nos inspiramos, no por un prurito nostálgico, sino porque nos parece una herramienta de emancipación efectiva), no es tanto un conjunto de teorías, como un conjunto de prácticas.

En este aspecto bebemos mucho del enfoque de Pierre Hadot y Martha Nussbaum.

Y es que, para nosotros, el feminismo, como cualquier otro discurso político o filosófico, corre el riesgo de la tentación de la teoría. Esto es, de enredarse en reflexiones o polémicas teóricas, con el objetivo inconfesado de postergar la acción.

La teoría sería una especie de fantasía sustitutiva de la acción, que nos permitiría participar vicariamente de un movimiento que nos atrae, pero sin la necesidad de tener que gastar nuestro tiempo, ponernos en peligro o simplemente padecer las resistencias de la realidad.

Esta tentación es mucho más habitual de lo que parece.

De hecho, los griegos llamaban “akrasia” (literalmente ‘falta de voluntad o de fuerza’) a la incapacidad de traducir una doctrina en un estilo de vida.

Pues la filosofía clásica buscaba pensar acciones o ejercitaciones mediante las cuales conjurar la akrasia, individual y colectiva. Y, aunque no hemos tenido espacio de incluirlas de forma más explícita, es esa milenaria tradición de ejercitaciones la que se halla en la base de la segunda parte de nuestro libro, titulada Estrategias para la desobediencia.

Por otra parte, en el seno de la historia de la filosofía nos hallamos con numerosas ideas, métodos y figuras relevantes para la lucha contra el patriarcado. Está, por ejemplo, Hiparquia, que es una de las figuras más atractivas de la filosofía cínica, que practicó la vía de la anaideia o desvergüenza, la parresia o libertad de palabra, y la adoxia o deshonor, y que sin duda será importante para muchas otras pensadoras feministas, desde Marie de Gournay a Sor Juana Inés de la Cruz, entre otras.

Epicuro, Carlos García Gual

Y también está Leucipo, del que se dice que podría haber sido una mujer. Lo cual sería muy interesante, porque es el padre, o la madre, de la teoría atomista, que desarrollarían después Demócrito y Epicuro, y asumiría después Marx, quien hizo su tesis sobre el atomismo democritiano. Y esto es interesante, porque el atomismo niega cualquier tipo de distinción esencial, no solo entre espacios del universo (mundo sublunar vs. mundo supralunar), sino también entre estamentos (nobles vs. plebeyos) o sexos (hombres vs. mujeres).

De ahí que entre sus filas aceptasen tanto a mujeres como a esclavos. Luego están, claro está, Marie de Gournay, que es, junto los libertinos y los espinozianos, el eslabón perdido entre los humanistas del XVI y los ilustrados del XVIII; Ninon de Lenclos, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Hannah Arendt, Martha Nussbaum, etc.

Vuestro Obedecedario le da mucha importancia al eje socioeconómico. Insistís en que es un elemento fundamental de toda idea de libertad e igualdad. De modo que igualdad estructural de tipo material es la base, por encima de otros aspectos, de toda lucha por la emancipación de las mujeres.  

Como decimos en el libro, el sistema tardocapitalista o neoliberal está dispuesto a realizar cuantas concesiones sean necesarias en el ámbito de la identidad, a cambio de no hacer ninguna en el de la economía. Pero un feminismo que se centre solamente en los derechos civiles, sin exigir, al mismo tiempo, derechos socioeconómicos, será un gigante con los pies de barro.

La política, la política democrática, si es que hay otra, es un taburete que siempre cojea, y que debemos calzar constantemente.

Está la liberté, que representa los derechos civiles, como son la libertad de expresión, de culto o la igualdad ante la ley. Está l’égalité, que representaría los derechos políticos, como son el derecho a participar en el ejercicio del poder político. Y, finalmente, está la fraternité, que representaría los derechos socieconómicos, como son el derecho de gozar de unas condiciones mínimas de educación, salud o economía.

Muchos de los errores políticos que se cometieron a lo largo del siglo XX proceden del hecho de priorizar uno solo de estos derechos sobre los demás. El liberalismo, hoy neoliberalismo, se ocupa sólo de la liberté, sin hacer caso al hecho de que la libertad no es posible sin un cierto nivel de justicia socioeconómica. El identitarismo le da toda la importancia a la égalité, a la representación, como diría Nancy Fraser, olvidando que sin los derechos civiles y socioeconómicos, esta resulta insuficiente. Y el comunismo le dio toda la importancia a la fraternité, esto es, a los derechos socioeconómicos, olvidando que una vida sin libertad y sin igualdad tampoco vale la pena de ser vivida.

Como decía Cioran: “La vida es un equilibrio de incomodidades”. Un equilibrio que debe ser dinámico. Nuestro deber no es defender uno de esos tres tipos de derechos en todos los contextos, sino defender aquel que consideramos que está siendo amenazado o postergado. Y en este momento nos parece que debemos volver a llamar la atención sobre los derechos socioeconómicos, ya que la diferencia de poder económico entre hombres y mujeres es abismal. En un mundo en que 7 de cada 10 pobres son mujeres, resulta imprescindible asegurar el derecho material a la existencia, ya que ninguna mujer será libre si no logra ser independiente económicamente.
 

Sobre el autor
Profesora Titular del área de Literatura Española de la Universidad de Murcia. Realizó su tesis doctoral sobre la cuentística de Virgilio Piñera. Su actividad investigadora ha girado en torno a las revistas literarias hispanoamericanas, la pervivencia del mundo clásico y la literatura hispanoamericana comparada. Ha publicado en revistas como Ínsula, Hispamérica, Cuadernos Hispanoamericanos, Boletín de la Academia Peruana de la Lengua y Revista Iberoamericana.
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