A través del siguiente artículo, nuestro colaborador Ernesto Escobar Ulloa analiza los vasos comunicantes entre The Basement Tapes (Godall Edicions, 2023), el nuevo poemario de Jaime Rodríguez Z. (Lima, 1973), y el álbum homónimo de Bob Dylan: The Basement Tapes (1967), experimentos poético-sonoros, trabajados con sigilo desde un sótano en tiempos convulsos. Nexos y hermandades estéticas que Rodríguez extiende a otros vates hispanoamericanos como Fabián Casas, José Watanabe y Rodolfo Hinostroza.
La gira que llevó por Estados Unidos, Europa y Australia a Bob Dylan y al grupo The Hawks —posteriormente llamado The Band– entre septiembre de 1965 y mayo de 1966 fue un absoluto desastre. Las pifias del público los desbordaron cada vez que dejaban los sonidos acústicos por los eléctricos, el folk por el rock. Al principio sospecharon que algo andaba mal, pero tras diferentes pruebas y ensayos, acabaron convenciéndose de que así era como debían sonar, y no sonaban nada mal. Llegaron a la conclusión de que si nadie los entendía, entonces todo el mundo estaba equivocado.
De vuelta a casa, cuando lo único que querían era descansar, una nueva gira por más de medio centenar de ciudades los aguardaba. Bob Dylan dijo que les den. Ignoraba que su renacer estaba a la vuelta de una curva. Una mañana cogió la moto y se la pegó tan duro que por poco se va al otro mundo. Fue el inicio de un alto que duraría tres años.
Publicó nuevos álbumes, realizó nuevas giras, pero solo al cabo de siete años empezaron a circular de manera pirata, las llamadas The Basement Tapes. Jamás hubo pausa tras recuperarse del accidente. Bob Dylan se había vuelto a juntar con esa banda curtida en pifias, en el sótano de una casa en medio de un bosque, en Woodstock, a escribir y tocar a puerta cerrada, de espaldas al mundo.
De alguna manera esas cintas lograron ver la luz en contra de su voluntad y del plan inicial. No era música compuesta siquiera como material propio. Tampoco le fue entregada a nadie. Había tenido otra utilidad. Había servido para reencontrar al compositor consigo mismo y con sus músicos. Aquellos ensayos lograron poner en marcha una nueva etapa. Es la banda sonora de aquel verano, el verano del Summer of love.
Las letras salieron de la lectura de la prensa y de los conversaciones en la cocina de lo que pasaba en el mundo. Dylan se dirigía a una ventana con vistas al bosque, donde tenía una mesa y una máquina de escribir. Escribía como un rayo. Arrancaba el papel y bajaban al sótano a ponerle música. Por alguno de esos temas, seguramente la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura en 2016.
Pero, ¿qué hay de toda esta historia en el último poemario de Jaime Rodríguez Z? Ciertamente se lee diferente conociéndola que desconociéndola. Los paralelismos no serán más que puras conjeturas, ¿pero quién quiere certezas?
Lo cierto es que la historia del álbum que Jaime Rodríguez ha escogido como título de su último poemario, no puede sino cobrar vida entre líneas, entre versos.
El sótano como refugio pero al mismo tiempo como observatorio. El sótano como búnker donde protegerse del enemigo y al mismo tiempo desde donde disparar contra él.
Dylan compuso “Too much of nothing” inspirándose en los disturbios raciales del año 67 en Detroit, saldados con 43 muertos, Jaime Rodriguez Z. en “las aguas residuales del 15M” compuso “Madrid, años diez”, el primer poema en prosa.
Dylan canta:
«Too much of nothin’ can make a man feel ill at ease
One man’s temper might rise, while the other man’s temper might freeze».
Jaime Rodríguez escribe:
«Mientras la ciudad se armaba en comunas colectivos asambleas yo he vivido en una zona fantasma agujero negro entre las cortes y la calle alcalá. [ ] Cuando la gente quiere agitar un poco me quedo encerrado detrás de las filas enemigas».
Al principio fue la casa. Ya nos la ha presentado antes. “Cuando llegamos ella era ya un vacío sólido”. El poema se titula, “The Lady Vanishes (España)”, como la primera película de Hitchock en llamar la atención de Hollywood. Una mujer desaparece misteriosamente en un tren.
¿Por qué el título? Este primer apartado del libro se titula “Antes”. ¿Alguien desaparece antes de llegar a Madrid? El hecho es que la pregunta final que cierra el apartado es: “¿Qué hubiera sido si llegábamos al entendimiento?”. Esta primera parte ha sembrado ya la semilla de un resquebrajamiento en el orden familiar.
Para el apartado siguiente, “Entonces”, la casa se ha convertido en “un cúmulo de imágenes muertas”. La casa del sótano donde Dylan grabó The Basement tapes se llamaba Big Pink. Todavía existe. Está en medio del bosque y se puede alquilar. La casa que uno de los protagonistas del poemario de Jaime Rodríguez no se puede visualizar en otro espacio, que en un bosque: “La verdadera fiesta estaba en el rincón más oscuro de los bosques”. Imágenes primarias pero verdaderamente sugestivas.
El apartado dos es un viaje por la mente: “el pensamiento es un ciervo que no muerde al ciervo”. La “Fabula del río, el conejo y el lobo”, para mí el mejor poema del libro, recuerda en su planteamiento a la escena final de Pulp Fiction (Tarantino, 1995) y la interpretación del pasaje bíblico de Ezequiel 25:17:
«Ahora se me ocurre que tal vez significa que tú eres el hombre malo, y yo soy el hombre recto, y que el señor 9 mm es el pastor que protege mi recto culo en el valle de la oscuridad. O será tal vez que tú eres el hombre recto, y yo soy el pastor, y que este mundo es injusto y egoísta. Me gustaría eso, pero ese rollo no es la verdad. La verdad es que tú eres el débil y yo soy la tiranía de los hombres malos. Pero me esfuerzo, Ringo, me esfuerzo con toda intensidad por ser el pastor».
El mejor de los poemas del libro, sin duda. El hogar en crisis. El bosque en llamas.
¿Quiénes serían el lobo, el río y el conejo o el bosque? Otra vez, no necesitamos certezas. Lo que haremos será ponernos en la piel.
El tercer apartado, “The Basement Tapes”, habla de la otra familia, la propia, la que no se forma, la que no se elige. De la madre, de la hermana, del padre. Desgarrador, sincero, visceral. Lo que por una parte ligaría a Jaime Rodríguez con sus coetáneos, tales como Fabián Casas, en una poética de los hijos. Sobre la madre: adivinad quién escribe qué:
“por eso rompo mi cabeza contra todos estos muros para que tus cosas entren y salgan y se queden y se hagan otras y me hagan otro”
“A veces, cuando la extraño mucho
abro el ropero donde están sus vestidos
y como si llegara a un lugar,
después de un largo viaje
me meto adentro.
Parece absurdo: pero a oscuras y con ese olor
tengo la certeza de que nada nos separa”
“El camisón de mi madre tenía tetas, tetas
Inagotables.
Eran la mejor fábrica de ese mundo perdido”
Vamos de Rodríguez Z. a Fabián Casas y de Casas a José Watanabe:
En otro momento, llegan ecos de Rodolfo Hinostroza, poeta peruano de la generación del 60, en la crudeza, en el roce con la muerte:
“Pienso
debí traer conmigo el cráneo de mi padre
pero tengo que seguir regando la orfandad de la pelusa
y la carcoma”
“¿Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?
Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal,
sus falangetas, su astrágalo,
su vómer, sus clavículas?
No se habrán confundido
en la Fosa Común
con los de un vagabundo
de esos que abundan en las calles de Lima”
Una mirada desde el perdón, la autocomplacencia, la indulgencia, y la lucha por la estabilidad, al menos psíquica y mental. Un poemario sobre la aceptación del destino. La certeza de que por mucho que huyamos, nuestra sombra nos perseguirá.
Si tiene un defecto es que es demasiado corto. Las ideas podrían haberse desarrollado aún más, adquirir una cierta densidad. Aunque parte de esa densidad, en la era digital, llega por otro camino. La apertura del autor en sus obras en sus podcast en Spotify apuntalan los versos.
Hay un trasfondo que está ahí, a la mano. Así como en sus obras de teatro. El poliamor. La familia moderna. La poesía resulta, como es de esperar, una llave de acceso al mundo de hoy, a nuestros pequeños triunfos, a nuestras abrigadoras miserias, a las búsquedas incesantes, con una llave que no posee la novela, ni el cine, ni el podcast, ni el teatro, ni la filosofía, ni la psicología, ni tampoco las canciones de Dylan: a la poesía le pone uno la música que quiera.