Nuestra colaboradora Dolors Fernández Guerrero analiza las aristas clave de El parasimpático (Club Editor) del poeta y docente Edgardo Dobry (Rosario, Argentina, 1962), galardonado con el Premio Ciutat de Barcelona en 2021. Se trata de un espacio estético de inusitada sensibilidad, posmoderna, intelectualizada e irónica, que dialoga con las vanguardias, lo “neobarroco”, el surrealismo y los versos “antipoéticos” de Nicanor Parra.
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Escribir un verso es siempre “un ejercicio de heterodoxia”, afirma Edgardo Dobry en un alegato de inconformismo poético. En otro momento nos hace partícipes de su imperativo artístico, enunciado sin la menor ambivalencia: “Un artista debe hacer lo que todavía no sabe hacer, lo que aprende a hacer haciéndolo”.
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Ambas formulaciones, claras y unívocas, despejan cualquier incógnita a la hora de aproximarnos a la obra de Edgardo Dobry y más concretamente a su último poemario, El parasimpático. Con él, Dobry asume como propio el riesgo creativo y se adentra en el territorio poético de la indagación formal, conceptual y estilística.
Ya la elección del título, chocante y equívoco, destila un significado ambivalente, que alude al sistema parasimpático, del ámbito de la anatomía, pero conectado paranomásicamente a otros significados, menos específicos y, por tanto, irreductibles a la ciencia. Desde el principio, el autor nos da pistas acerca de lo que nos vamos a encontrar.
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Edgardo Dobry, poeta argentino −además de ensayista, traductor y editor−, afincado en Barcelona desde hace varias décadas, hace suyo un espacio estético de inusitada sensibilidad, original, posmoderna, intelectualizada, irónica, enraizada en las vanguardias. A juicio de algunos “neobarroca”, con acentos surrealistas y por donde se deslizan versos tan “antipoéticos” como los del chileno Nicanor Parra:
“La tostadora nos espía, te lo dije.”
“¡Otra vez, caray, tus fantasías!”
O estos otros, alineados con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna:
¿Cómo es que el grillo se durmió
y su afiladora a pedal sigue chispeando?
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A partir de estas premisas, El parasimpático se estructura en tres partes desiguales, tituladas: “Peso neto”, “Como todo” y “El réquiem”. Las dos primeras, “Peso neto” y “Como todo”, constituyen el núcleo temático del libro, al que se añade, a modo de coda, “El réquiem”, mucho más breve y formado por un solo poema −extenso− de carácter elegíaco.
No obstante, al margen de la estructura, es preciso mencionar un poema titulado “Para una teoría del consuelo”, que, a modo de preámbulo, abre el libro. Es una composición que actualiza las consolatio de la retórica clásica. En contraste con la tradición, el poeta dialoga con el propio libro para insuflarle ánimos. Se establece así un juego metaliterario, prosopopéyico muy interesante que revela la preocupación del autor por los designios de su obra, a merced de la indiferencia y la envidia de sus coetáneos.
Debes saberlo, libro: aquí abajo
no habrá para ti premio hoy en día;
Sin embargo, el Premio Ciutat de Barcelona de 2021 conjuró los vaticinios del autor y estableció la primera de sus paradojas.
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Peso neto
En esta primera parte Dobry medita sobre la propia identidad −personal y poética− en su tránsito por Barcelona y reflexiona sobre su pasado. Son frecuentes los soliloquios de apariencia prosaica y decididamente narrativos:
Sucedió en una ciudad escandinava.
Nos gustaba saber que volveríamos
de madrugada y el frío se quedaba
husmeando el muelle,
nosotros bajo el duvet cremoso.
Junto a poemas con acento lírico:
El ruiseñor no aguanta un día tan largo:
repite un estribillo y te abandona en la hora malva.
A menudo el poeta utiliza el recurso dialógico y se dirige a un tú ficticio, desdoblado del propio yo, con el que logra una sensación de extrañamiento. Ello aporta una dimensión objetiva a su poesía, encarnada en las diferentes voces del discurso. El procedimiento, presente muchos siglos antes en el poeta clásico Catulo, al que Dobry admira profundamente, es utilizado con profusión en El parasimpático:
No te dictan estas líneas el amor o la musa;
son respuesta a una voz que a la hora de la siesta
es neutra como de encuestadora:
Hay abundantes ejemplos que bien podrían vincularse al creacionismo de Vicente Huidobro:
Robot busca el retumbo
del submarino estallado por un poro de agua:
Y lo cotidiano se mezcla con la ironía para transgredir cualquier tipo de convencionalismo, incluso las taxonomías:
(…) Las floristerías abandonaron
el método Linneo que clasifica según el peristilo.
Las flores, desde entonces, se dividen entre:
las que huelen, las que no.
El humor, en manos de Edgardo Dobry, se nos muestra como una herramienta extraordinariamente versátil que resta solemnidad a su poesía, como ya hiciera su ilustre antecesor, Nicanor Parra:
La luna puede hacer muecas también,
no a quien la mira sino al planeta entero
(según documentó el astronauta Georges Méliès).
En definitiva, hay que hacer algo más que sumar y restar para obtener el “peso neto” de la vida, el valor diario de la existencia. El poeta lo intenta y en esa aspiración nos regala un poema contemplativo y lírico como “Afuera”, con el que concluye esta primera sección:
Nada de eso depende de nosotros
pero no existiría sin nosotros,
si no viéramos los dedos de la tarde
entre dientes de cobre y viola.
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Como todo
Aquí el sintagma comparativo relativiza el contenido poético subsiguiente. Los sucesos, las anécdotas que se describen, inscritas en el devenir de la existencia, apenas tienen entidad. En este sentido, el preciosismo del que hacen gala algunos de sus poemas recuerda los procedimientos de enumeración empleados por Joyce en Ulises:
En el rojo y el azul del cargo y el abono,
Sushi Time, -18,95; La Boulangerie, -2,95;
Continúa la objetivación de hechos, acaso intrascendentes, si no fuera porque el poeta logra una traslación del significado denotativo de las palabras para ampliar sus connotaciones y yuxtaponer sus sentidos, en un estilo en el que abundan la sustantivación y las aposiciones. El proceso de síntesis, plenamente conceptista, permite alumbrar realidades de carácter fulgurante:
y sobre la tuya también
circula adentro más rápido que linfa,
en la fachada con manchas como mapa,
sudarios de fantasmas que durmieran
una noche tórrida apoyando la nariz
contra la ventana lenta.
No renuncia el poeta, puntualmente, a la métrica clásica, de modo que podemos detectar vestigios de metros tradicionales, como es el caso de estos pies ternarios de ritmo anfíbraco, intercalados en un poema de verso libre:
Poblado puchero opaco hace tinta
para mojar la yema y dar el trazo,
de espalda a lo claro y al apio fragante,
Temáticamente hay alusiones biográficas: la argentinidad del autor, su judaísmo, la afición generalizada por el fútbol o los encuentros entre amigos. En un momento dado, se evoca a la madre fallecida con una sencillez que desarma:
“¿Por qué llorás?” / “¿No ves que estoy
pelando remolachas?” / “Pero es la cebolla
lo que hace llorar, mami.” / Ah, cuando
estás muerta también te hace
llorar la remolacha.”
Por las páginas de El parasimpático desfila también una nutrida galería de personajes que dialoga con la voz poética y que charla entre sí sobre lo humano y lo divino:
Yo pensé en Judith de Betulia afeitando a Holofernes:
aunque ese, me dije cauto, es cuento de otro asunto,
la naturaleza de la tribu nuestra también ahí estuvo en juego.
Es el mismo poema que se inicia con técnicas de monólogo interior:
Confusión: el strudel de la bobe en el baúl del auto,
no de nuestro auto sino el de Huguito Rubio,
únicamente que de verdad “su apellido es Rubinstein”
Y de este modo, la visión atomizada, fragmentaria de la existencia acaba por crear una cierta conciencia del absurdo. La cotidianeidad adquiere relieve y presencia poética:
Ana llamó para invitar a la presentación
de una revista en una librería suburbana.
No podía, tenía clase a esa hora. (…)
El penúltimo poema de este segundo apartado recurre, como en el preliminar “Para una teoría del consuelo” al mismo concepto. De este modo, El parasimpático asume una estructura cíclica, que niega cualquier avance. En relación con el “consuelo” que la poesía y el arte ofrecen frente a la vida, el poeta inquiere retóricamente:
¿Será entonces que no tendremos más?
Sin embargo, como si se resistiera a transmitir un mensaje irrevocable, sin contrapeso posible, esta segunda parte de El parasimpático se cierra con un poema breve titulado “Justificante”, deliberadamente irónico, con el que la solemnidad del poema precedente queda, una vez más, anulada. El resultado final es que, “como todo”, no hay más que aplicar una lupa, acercarla o alejarla, empañada con el sesgo adecuado −en este caso, humorístico, incluso cínico− para relativizar y atenuar el mensaje pesimista. Provistos del desencanto y escepticismo necesarios libre de cualesquiera pasiones, la ataraxia de los estoicos toma, pues, el relevo:
Había tantos post-it en la heladera,
hasta en la parte de atrás. Algunos,
con signos difíciles de descifrar.
Por eso tardé tanto en despertarme.
El eco barroco de la vida es sueño, del que Calderón de la Barca se apropiara magistralmente, adquiere aquí la máxima pertinencia. Y es que no es fácil dejar de advertir el aliento neobarroco −desengaño y perspectivismo, fruición por los juegos retóricos de dicción y pensamiento− que nutre el sustrato de este poemario.
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El réquiem
Llega el momento de abordar el tema de la muerte −la única verdad irrefutable− en una elegía que adopta el nombre de un motivo musical.
Se trata de un largo anecdotario amable, evocador, incluso humorístico, del personaje al que va dedicado, J. B., tal y como se nos explicita a pie de página. Solo el verso final, elocuentemente escrito entre paréntesis, al estilo de las acotaciones teatrales, cifra la emoción del poeta, ausente hasta ese momento. Para ello, más allá de lo meramente personal, el autor recurre a los vínculos de todo un grupo consternado, que llega a constituirse en “linaje”. Con su mensaje, significativamente, se pone punto y final a este poemario:
(Y así somos, ahora, un linaje confundido sin su guía.)
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Conclusión
Sin duda, con El parasimpático nos encontramos ante una forma deliberadamente transgresora de alumbrar la realidad, ingeniosa, por momentos irracional, en ocasiones puntillista, con la que Edgardo Dobry poetiza la cotidianeidad, extrañándola, sacándola de contexto; en ocasiones, dislocándola, sazonándola con toques de humor e ironía y, en definitiva, sorprendiendo al lector con un discurso poético que busca la renovación.
Incidiendo en el concepto de “antipoesía” de Nicanor Parra y en el creacionismo de Huidobro, tras la estela neobarroca que hace del lenguaje un instrumento valioso, impredecible y maleable, El parasimpático nos recuerda que, si no fuera por el arte y la poesía, la vida sería bastante más aburrida y absurda. Y en ello no cabe ni un atisbo de solemnidad.