El escritor, traductor y guionista Pedro Alcarria Viera nos aproxima a la propuesta poética de Eugenio Rivera (Madrid, 1959) a propósito de la reedición de su ópera prima Memorias del derrumbe (Ediciones Vitruvio), una mitología personal hecha con material de derribo, donde también se abordan temas como la pérdida y el dolor.
Es desde hace años Eugenio Rivera (Madrid, 1959) una recurrente presencia en el mundo cultural del país por su inagotable actividad como crítico literario, cinematográfico y de cuanta otra disciplina artística se le ponga por delante, además de afilado humorista gráfico, prolífico ilustrador y hombre de radio.
Por si fuera baladí todo lo anterior, en 2021 nos sorprendía con un magnífico debut en la poesía, unas Memorias del derrumbe que recientemente han conocido su segunda edición ampliada, motivo más que justificado para dedicarles un breve análisis.
Hastiado por el devenir ruinoso/ yerto de vacua esperanza y limo…
***
Para empezar, hay que decir que no parece en puridad un estreno en el género el de Eugenio Rivera, quien claramente ha ensayado la práctica de la poesía a lo largo de los años. Hay una precisión en la forma y una variedad de recursos, patente, que sugieren el oído de un lector atento, fiel también a una tradición, en este caso la elegíaca, pero con un pie en las vanguardias.
Recorre el libro un hálito crepuscular, consagrado a la construcción de una mitología personal hecha (nunca mejor dicho) con material de derribo. Una mitología que es en parte gabinete de curiosidades, o memorabilia, en donde se colecciona también la pérdida.
La poesía de Rivera, dibujando y recreando las reliquias de la memoria, adquiere a menudo la forma de un sarcasmo triste y conmovedor expresado sin artificios.
Pérfidas las gaviotas/ sobrevuelan mi cadáver.
***
Sin embargo, quiero subrayar que, contradiciendo su propio título no son, o no lo parecen, estas Memorias del derrumbe un libro estrictamente memorístico.
El propio poeta aconseja prudencia al lector, para que se proteja ante unos versos que podrán encerrar o no la huella de una anécdota real, referir o no cabalmente un momento vívidamente experimentado, pues lo que en realidad nos importa como lectores es la presencia de lo universal común, la presencia palpable de un dolor y un sentir (estos sin duda) reales.
Que la identidad de la voz poética se nos plantee de esta forma incierta, convierte al lector en víctima del derrumbe, pues todo sucede en el tiempo de la escritura, cuando el verso (efímera partícula de tiempo y percepción) ahoga en las tripas cualquier tentación farisea.
Estos son mis poemas/ recónditos y maléficos./ Aún así ahora los brindo/ impúdicos en almoneda/ y los abro como una flor negra./ Estáis avisados. / ¡Hieden!
***
No veremos jamás reducido a ejercicio de estilo el empeño del poeta.
En las páginas de Memorias del derrumbe, esa suerte de representación fragmentaria (hecha de una constelación de objetos recolectados) articula un retrato de la condición humana, atribulada en digerir las dolorosas recurrencias de la memoria, lo que nos devuelve al título del libro: ¿acaso no consisten estas Memorias del derrumbe, más propiamente en un derrumbe de la memoria?
Y entiéndase que por «derrumbe» me refiero a un derribo controlado, una acometida de la escritura pretendiendo destruir y reconstruir el recuerdo para así encauzarlo y darle una conclusión.
El poeta, en el mundo solitario de su memoria, repasa la historia de un cuerpo y de una mente, habitantes de un territorio de dolor e incertidumbre, una wasteland particular de días desalentadores, de símbolos y de oscuros prodigios familiares (como en el poema titulado «Calle Toledo») que deben ser interpretados.
Lo hace así Eugenio Rivera con una dicción alejada de todo sentimentalismo, eficaz y llena de imágenes fértiles, que trasmiten un desasosiego preñado de alusiones y presagios.
Un oráculo me pronostica/ una terrible muerte con una larga agonía/ después de una penosa enfermedad.
Sin renunciar a la ambigüedad del sentido, pero sin caer en lo fortuito, se busca dotar de lenguaje, razón de ser y materialidad al recuerdo.
Si la poesía se hace/ con hermosas palabras/ como esas teselas/ que forman mosaicos inabarcables,/ oh trágica musa,/ dame un poema-martillo…
***
Una cornucopia doliente de poemas escritos a lo largo de los años, que van mostrando la versatilidad de intereses de su autor, pues no desdeñan la observación cotidiana, la oscura sentencia ni la atención el estar poético. Que captan, describen y conectan ideas, pensamientos lecturas, evocaciones… Que extractan, ordenan, y disponen lo vivido en versos a menudo sucintos y expresivos, amargos, pronunciados por una voz que parece de vuelta de todo y despiadada.
…la pistola precisa del tiempo/ para descerrajarme por fin/ la maldita tapa de los sesos.
Es en cierta forma el viaje individual de un estoico (que podría ser el de cualquiera de nosotros), testigo de las conmociones que van pautando el camino, mirando con los ojos bien abiertos cómo desfilan rabiosamente ante él las catástrofes de la existencia, rebosantes de imágenes, contempladas desde una distancia irónica.
Sin rumbo/ como en un mal film de serie B/ sin guion preciso/ con una fotografía falsa/ y un decorado de cartón piedra
En estas Memorias del derrumbe el correlato objetivo es el dolor y la estupefacción ante la esencia de la vida colapsando, por ello no es posible leer muchos de los poemas sin sentir frío en los huesos, sin reconocerse en el desencanto y el hastío pronunciados en ellos.
Yo tiemblo entre los cadáveres futuros
***
Dice el autor en uno de los mejores poemas del libro: con los años me he convertido en un collage, algo que parece reformular la rimbaudiana sentencia yo es otro, convertida en un particular yo es otros, e incluso otros son yo.
Por lo que más que a un desdoblamiento, asistimos a una fragmentación de la identidad, ante el accidente a cámara lenta de la vida, o al derrumbe por colapso de las cosas, que dejan tras sí estos poemas, para que el lector los reconstruya, no desde la autoconmiseración, sino desde el misterio.
Las palabras no dicen/ siempre lo que piensan…
Por ello, no pretende Eugenio Rivera imponer una limitación del sentido a sus poemas, muy al contrario, va deslizando sugerencias e ideas que remiten a una esencia común y primaria: el drama de la vida azarosa y fugaz, la amenaza sentida como inminente de ese derrumbe predestinado.
Memorias del derrumbe es una elegía o un lamento por la caótica marcha en desbandada de los días, y como toda buena poesía, una lucha personal por enunciar las cosas que no tienen nombre y que son Preludio de nada/ síntesis de espuelas.