En el siguiente texto, el escritor, consultor y bloguero Sergio Borasino (Lima, 1976) nos aproxima a su ópera prima Luna roja en Barcelona (Suburbano Ediciones, 2022), tomando como eje central las sesiones de la ayahuasca, planta usada en la medicina tradicional sudamericana. El autor, residente en Barcelona, nos confiesa aquí su experiencia personal.
Con 41 años adquirí un nuevo vicio: escribir. La tensión con el papel en blanco me venía coqueteando hacía varios años y gracias a factores externos, finalmente, pude disponer del tiempo para escribir una novela. Aprendí a crear un mundo interno y caminé por él hasta el cansancio. La adrenalina adictiva de este proceso me ayudó a mantenerme firme hasta terminar el libro, a pesar de que no tenía la preparación apropiada.
Había estudiado Administración de Empresas y trabajado para multinacionales, además, unos años antes publiqué un libro (Cafeína para tu carrera. Un manual para ejecutivos en ascenso en Perú, Editorial Planeta-Perú, 2012). También mantenía un blog de la revista de negocios Semana Económica, pero hacer literatura involucra un mayor esfuerzo para crear y para ganarte un nombre entre los lectores.
Ante esta barrera, opté por un tema articulador de la novela que desde el inicio yo mismo conociera y, a la vez, fuese también sugerente y, hasta cierto punto, provocador.
La ayahuasca
Para la mayoría, la planta es un brebaje de “incivilizados” o “un paseo al espacio”. Solo unos pocos la entienden como una medicina.
Mi hermano me invitó a mi primera sesión hace unos años. Yo pensé que solo íbamos por el deleite de nuevas sensaciones (“el paseo al espacio”), pero rápidamente entendí que esa no era la propuesta. Nada de alcohol, dieta blanda (vegetales y frutas) y ejercicio era la preparación mínima indicada.
Fui advertido que era muy posible que vomitase al inicio de la experiencia por la necesidad del cuerpo, física y mental, de dejar salir. Y sí, aunque me ofrecieron unos minutos de visiones, me aclararon que el plato fuerte de la sesión sería el estado reflexivo en el que caería, atípicamente alumbrado para señalar cosas antes inadvertidas.
No prometieron nada más que poder ver algo desde otra perspectiva. Aclararon que “podía ser intenso”, que muchos se pasan la sesión llorando, que otros solo quieren que pare porque lo que ven es “una verdad dura”. No era “una oferta sexy”, pero tenía un cierre de oro: poder conocerte y tratar de ser mejor, eso era lo que la mayoría apreciaba de la planta. No tuve otra opción que coger un saco de dormir y asistir.
En los siguientes años fui a cinco sesiones más en Perú. Las realizaban en una casa en Miraflores (Lima), muy cerca de la mía. Gracias a estas sesiones, avancé mucho más rápido en mi psicoanálisis y creo que aprendí muchas cosas que tenía escondidas en “puntos ciegos”.
Una novela sobre la ayahuasca y tres observaciones
Unos años más tarde, me planteé “sacarle una milla” más a la ayahuasca al usarla en mi novela.
Eso no vino gratis, tuve que investigar: libros, revistas, documentales y muchas conversaciones, ya que sobre todo se trataba de aprender de las experiencias de los demás. A fin de cuentas, yo no quería confeccionar un brochure pro-ayahuasca, quería transmitir los sentimientos y las experiencias de los que la ingieren, procurando la objetividad y el punto medio del observador. Luna Roja en Barcelona es la novela en la que plasmé lateralmente muchas de mis observaciones.
Una primera cosa que noté es que con la ayahuasca no se puede esperar linealidad, en ningún sentido. Pasado, presente y futuro se mezclan. No tienen molde. Cada sesión es distinta de la anterior y es difícil predecir el contenido, especialmente para uno mismo.
No son pocos los que quieren que les describan una sesión antes de hacerla, pero para eso ellos deberían explicar primero de dónde vienen, por eso mi novela detalla las encrucijadas en las que estaban los personajes, antes de relatar qué experimentaron.
Al final, cada sesión es como soñar. A veces te duermes de buen humor y tienes una pesadilla, o viceversa. Sí, puedes descubrir algunas cosas de lo que observas, pero no puedes describir el mundo onírico desde el consciente. Porque lo que hace la ayahuasca es poner a conversar tu subconsciente con tu consciente. Puedes describir muchas cosas, pero eso no servirá para que alguien entienda tu experiencia, no profundamente.
Una segunda observación es que la ayahuasca no funciona para todos. Para muchos no pasa de una bruma en el cerebro. No llegan a entrar.
Unos se sienten devastados físicamente y eso pone un doble candado en la puerta. Otros, son, simplemente, adictos al control y no se dejan llevar.
Diría que, a través de mis experiencias, constaté que una tercera parte de los primerizos no entraba. No menos frecuentes son las personas que entran, pero que no ven la utilidad del proceso. No les gusta, no lo entienden, o no quieren entenderlo.
Solo una limitada fracción de personas se beneficia de la planta, igual que sucede con tratamientos distintos, como el uso de antidepresivos o terapias conductuales.
Una tercera observación es que la ayahuasca no es adictiva. De hecho, se utiliza para curar adicciones. Las clínicas que trabajan con ella hablan de una efectividad largamente superior a la de otras metodologías.
En los años 50 y 60, grandes laboratorios experimentaron con varias sustancias psicodélicas, incluyendo LSD y la ayahuasca, y los resultados fueron, en muchos casos, muy alentadores. Sin embargo, el gobierno de EE.UU satanizó su uso, en vez de controlarlo, en una batalla contra el movimiento hippie, que interfería con la Guerra de Vietnam. De un día para otro, se declaró sustancia prohibida, inclusive para los laboratorios, y todo se tuvo que meter en un congelador.
Ayahuasca en Barcelona
En estos días se descongela esa alternativa. Hoy es posible ir a sesiones de ayahuasca en Europa. En Barcelona, por ejemplo.
Su legalidad es gris, pero cada vez hay más oferta para satisfacer a “los interesados”.
Buena, mala, gloriosa u odiosa, la planta crece entre nosotros.