A través del siguiente texto, el escritor Pablo Gonz (Sevilla, 1968) nos introduce en el universo de su última novela, Cerca del fuego (Sloper, 2022). La obra transcurre en una pequeña ciudad de provincias, donde se cruzan los caminos de un joven aprendiz de mecánico y la heredera de una familia rica, en una historia en la que se mezcla el placer desenfrenado con la tragedia. Pablo Gonz es autor de diversas novelas, entre ellas Los hijos de León Armendiaguirre (Planeta, 1998) y Libertad (Uqbar, 2008; Fantasía, 2015). Es uno de los escritores que aparecen en el documental Generación Kronen (2015) de Luis Mancha.
Mi novela Cerca del fuego es de corta extensión, pero muy densa. Esto último significa que no es fácil de leer sino que exige de quien se decida a entrar en el mundo que ella representa o propone, una pausa y una atención muy especiales.
Cada frase (de hecho, casi cada palabra) tiene una importancia fundamental en la comprensión plena de la historia. Se trata, como si dijéramos, de un reloj o un mecanismo muy delicado en el que la mayor parte de los asuntos son tratados sin palabras, es decir, por medio de la elipsis.
Por todas estas razones y alguna otra, yo recomiendo que esta novela se lea muy despacio, siempre en pequeñas dosis, capítulo a capítulo, e idealmente en voz alta. Si no puede hacerse así, otra solución sería leerla dos o tres veces seguidas. Tiene sólo 102 páginas pero puede necesitarse leer 306 para captar la mayor parte de sus matices.
Es, sin duda, la novela más compleja de todas las que he escrito hasta ahora.
Contar sin contar
Hablaré a continuación del tema y más adelante de la forma, que son, como se suele decir, las dos columnas que sostienen en pie a cualquier novela.
La que aquí presento es una historia de amor entre dos personajes de características muy singulares: Leandro es un aprendiz de mecánico (un chico en apariencia vulgar pero que demuestra tener una inteligencia muy aguda y práctica) e Irina es la heredera de una rica familia de provincias (una mujer poco mayor que él pero mucho mejor dotada para lo escabroso y lo rocambolesco, en definitiva, para todo aquello que tenga que ver más o menos con la demencia).
Lo que comienza siendo entre ellos una relación vibrante, rica en acontecimientos extraños y, por qué no, desaforada, se va convirtiendo, poco a poco, en la historia de una pareja más o menos convencional y, por fin, desemboca en un matrimonio al que muerde la tragedia sin compasión alguna.
Veremos la evolución de esta relación de amor desde distintos planos temporales que se alternan según conviene para lograr el fin de «contar sin contar», de modo que el lector pueda utilizar los elementos recibidos en forma de texto para construir por sí mismo la trama.
Un «guion enriquecido»
En cuanto a la forma, esta novela está escrita, de partida, a la manera de un guion cinematográfico: utiliza el presente continuo y muestra a los personajes o actores siempre en acciones concretas, en actitudes y situaciones imaginables sin mayor esfuerzo.
Sin embargo, el texto no presenta la parquedad típica que utilizan los guionistas cinematográficos, esa desnudez característica y necesaria para que los otros constructores de la película puedan aportar sus saberes, poner en ella su genio: yo enriquezco los escenarios en el propio papel, como si estuviese representando la película en su versión final, con descripciones muy precisas; y, además, dibujo con gran exactitud los movimientos y hasta los gestos de los «actores».
Incluso describo, hasta donde se me antoja, el subtexto de sus sentimientos y sus formas de pensar, más todo lo que considere necesario para «ver» mejor la película que yo imagino.
En cierta forma, podría hablarse de un «guión enriquecido» o de un guión transformado en película o en novela gráfica por medio de los múltiples aportes que realizo desde los diversos planos de intervención posibles.
A esta forma o estilo de escribir la llamo «scénariet», que se podría traducir como «guioncito», y es, además de una forma de escribir como cualquier otra, una reivindicación del trabajo del guionista.
He realizado a menudo la función de guionista, y me di cuenta de que muchas veces no se respeta casi nada de la idea original. Esto obliga a los guionistas a ser muy parcos o austeros en su expresión, de modo que todo quede «en ambiguo» o lo más abierto posible.
Aquí y ahora, por medio del «scénariet», el guionista se rebela contra sus amos y decide seguir adelante con la película él solo. Por supuesto que no la filmará nunca pero logrará dotar al texto de una plástica tan palpable o concreta que leerlo será prácticamente lo mismo que ver una película.
Se dirá: «Aquí quien manda soy yo. Y nada de que a este personaje me lo cambiéis a vuestro capricho. Este conductor de autobuses será rubio platino porque a mí se me antoja que sea rubio platino y se moverá así y así, y sonreirá así y se apoyará en el volante de este modo y dirá exactamente esto y esto otro con tales pausas aquí y aquí o, si yo lo decido, intercalándolo todo con suspiros».
Este modo de escribir, el «scénariet», es el mecanismo por medio del cual los guionistas elevan su trabajo desde la condición de instrumento desechable a la categoría de objeto terminado en todos sus detalles.
Tal es la definición que Oscar Wilde daba de obra de arte.
Dicho en otras palabras, el «scénariet» representa la rebelión de los peores esclavos de la literatura, que son los guionistas.
Cuando la gente se agote de ver películas, cuando todo lo que éstas tengan que aportar ya haya sido aportado, cuando la técnica fílmica se sienta incapaz de satisfacer las demandas inagotables de la infinita imaginación humana, entonces empezará la era del «scénariet».
Quizás.