Pliego Suelto conversa con la escritora, traductora y psicóloga Mariana Travacio (Rosario, Argentina, 1967) sobre Quebrada (Ed. Las afueras, 2022), que narra la vida y destino de una pareja del ámbito rural inmersa en una historia de amor, lealtad, pérdidas, desarraigo y migraciones. Travacio es autora de la novela Como si existiese el perdón (Metalúcida, 2016 ; Las afueras, 2020) y de los libros de relatos Cotidiano (Baltasara, 2015) y Cenizas de Carnaval (Tusquets-Argentina, 2018).
Quebrada presenta algunas conexiones con tu anterior novela Como si existiese el perdón. ¿Fue una manera de seguir explorando asuntos que quedaron pendientes o un recurso estilístico?
No fue una decisión premeditada. Creo que, simplemente, me volví a tropezar con esos personajes y con esos territorios. No suelo escribir sabiendo de antemano hacia dónde irá el texto. Solo conozco el punto de partida. Y eso es lo que más me divierte del acto de escritura: esa dimensión de descubrimiento, esa deriva, ese no-saber.
Marguerite Duras nos ofrece una bella reflexión al respecto. Dice algo así: La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez. Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena.
Además de dividirse en dos partes, la novela va alternando las voces de los personajes, creando una mirada poliédrica sobre el mundo que se va narrando. ¿Cómo lograste conjugar unas voces tan distintas?
Empecé el texto por el segundo relato, a partir de una imagen que vi en el nordeste de mi país de crianza. Era invierno, yo estaba en Brasil y vi un hombre que venía caminando por la playa, con un sombrero de paja y una camisa abierta, el pecho desnudo, y me llamó la atención su extrema delgadez y su manera de caminar. Era puro hueso y caminaba desvencijado, como si se fuera tropezando con la vida. Con esa imagen empecé lo que hoy es el segundo relato de la novela y avancé por allí hasta donde pude.
Después me acordé de una entrevista que había leído en un diario. Era una entrevista a una maestra rural que había tenido un accidente yendo de su casa a la escuela donde daba clases. Me había fascinado el fraseo de esa maestra, su cadencia al hablar. Ella decía cosas como que se había encontrado rezando, para que la salvaran, ese día, y aclaraba: rezando, yo, “que me andaba llevando a las patadas con Dios últimamente”.
Había una música en esa voz. Creo que fui tirando del hilo de esa voz para construir la voz de Lina. Y la voz de Lina me trajo la de Relicario, en ese contrapunto que tenían entre ellos.
Borges decía que saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino. Comulgo mucho con esto que dice Borges. Una vez que se tiene la voz de un personaje, se lo tiene de pie. A partir de ahí, es cuestión de seguirle los pasos.
El título invita a diversas lecturas que recogen la geografía, la estructura de la novela e incluso las vivencias de los personajes. ¿Qué representa esta «quebrada» en la obra?
Supongo que la quebrada es un sitio de intemperies. Quizás podría funcionar como una metáfora de cierta inermidad, de cierta orfandad de los personajes.
Y, más allá de la novela, si tuviera que centrarme en mi quebrada personal, te hablaría de Bolaño. Él decía que la literatura es peligrosa. Me acordé mucho de Bolaño después de escribir Quebrada porque, apenas la terminé, me quebré una pierna. Todavía me estoy reponiendo de esa fractura.
Recreas un universo como suspendido en el tiempo donde el movimiento tiene especial relevancia. ¿En qué medida este continuo mover es un reflejo del tránsito físico y psicológico de los personajes?
Lo pienso como un devenir. Creo que los únicos dos puntos certeros que tenemos son el punto de partida y el punto final: el nacimiento y la muerte. Lo demás es puro devenir y es bastante a la deriva. Y de eso se trata.
A ratos creemos que estamos yendo a alguna parte, como si hubiera una parte adonde llegar. Pero la vida, como la escritura, es esa deriva: ese argumento incierto que nos inventamos todas las mañanas para salir de la cama.
El libro narra la historia de tres viajes que llevan a cabo una madre, Lina, un padre, Relicario, y un hijo, Tala. ¿El impulso de partir es una forma de supervivencia, de sentirse vivos frente a lo que les rodea?
Sí, son los manotazos de ahogado que damos a diario.
Todos viven presos por el peso de la muerte. La memoria del pasado es casi como una losa que condiciona los pensamientos de los personajes porque, como apunta Relicario, no se puede abandonar a los muertos. ¿Cómo se construye una identidad desde esta perspectiva?
Decían por ahí que no pertenecemos a un lugar mientras no tengamos un antepasado bajo esa tierra. Mientras tanto, es pura errancia.
Algo de esto retoma la novela: ¿Cómo hacerte de un lugar desde la errancia? ¿Cómo enraizar en un sitio sin pasado, sin historia? ¿Cómo encontrar, en ese naufragio sin casa, un espejo, algo que te devuelva una imagen, alguien que te recuerde quién eras?
La memoria y la identidad son dos temas que me convocan profundamente. Borges decía que somos nuestra memoria, ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
El argumento se desarrolla en el ámbito rural donde la naturaleza a veces rema a favor, otras en contra, pero siempre es protagonista. De algún modo se conjuga con el mundo más o menos hostil con el que se van encontrando los viajeros. ¿Cómo surge esta asociación de la naturaleza con la violencia envolvente?
Hay una frase de El entenado, de Saer que me gusta mucho. Dice algo así como que las ciudades disimulan el cielo. Y es cierto. En entornos urbanos vemos el cielo a fragmentos, sin horizonte. El entorno rural de estas novelas quizás permite mirarlo un poco más entero o, incluso, obliga a que no se lo soslaye.
Supongo que las piedras, las lluvias, la sequía, las montañas, los diluvios, todas esas intemperies de la novela, van funcionando a ratos como metáforas de los estados de los personajes y, a ratos, como presagios de lo que vendrá.
¿En qué proyectos te encuentras inmersa? ¿Seguirás alimentando estos páramos rurales?
Terminé de escribir un libro de cuentos, hace muy poco. Es un libro que narra historias de mujeres al ocaso de sus vidas.
Y ahora estoy empezando a explorar algunas voces para la próxima novela que, sí, supongo que volverá a explorar la intemperie.