El matrimonio anarquista (Hurtado y Ortega, 2021) es un libro escrito a cuatro manos por Begoña Méndez y Josep Maria Nadal Suau, que contiene las cartas que la pareja se ha escrito entre 2020 y 2021, donde reflexionan sobre los aspectos cotidianos de la vida conyugal. Utilizando la clave epistolar y fiel a la estructura del volumen, ambos han elaborado este texto –especialmente para Pliego Suelto– donde manifiestan sus impresiones sobre la recepción de su libro.
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Palma, 20 de diciembre de 2021
Josep:
¿Recuerdas? Para mí, El matrimonio anarquista fue el subterfugio necesario para que te avinieras a iniciar una correspondencia. Hacía tiempo que te insistía en la idea de que nos escribiéramos cartas. Tú no lo veías. No comprendías por qué dos personas que conviven y trabajan juntas deberían, además, dedicar parte de su tiempo de soledad a pensar en el otro. Tampoco yo sabía explicarte por qué; tan solo lo deseaba. Solo con la escritura comprendí que el intercambio epistolar genera un espacio íntimo y común que posibilita la construcción de un nosotros, a la vez lenguaje y cuerpo, ensayo y error; matrimonio y literatura.
Echo de menos que nos escribamos cartas. Creo que derriban los muros que sin darnos cuenta se levantan solos en el día a día. Es difícil abrir huecos donde hablar y descansar de la furia cotidiana. Añoro el tráfico de misivas, eso que yo creía tan fuera de tiempo y que la recepción del libro me ha revelado como absolutamente contemporáneo.
No te cuento mucho, porque estás en otros proyectos de escritura que te absorben y te reclaman, pero no imaginas cuánta gente hoy sigue escribiéndose cartas, no sabes cuánta necesidad de interlocución, de conversar en entornos seguros y de hablar sin gritos; fliparías, como lo he hecho yo, si vieras cuánta voluntad de amar despacio, de escribir lento.
Qué importante es el lenguaje para tejer afectos. Esa importancia fue, sin duda, el motor de mi propuesta. Hubo que darle forma literaria para que aceptaras, pactar temas: amor, deseo, monogamia, poligamia, maternidad y paternidad, clase social, dinero, trabajo, herencia familiar, amigues y, en suma, aspectos de la vida íntima y personal que también son políticos, es decir, impersonales, públicos. No he dejado de repetirlo en las presentaciones: en las cartas, la anécdota que somos tú y yo no importa sino como instancia desde donde pensar este pedazo de territorio sociocultural que habitamos.
Y pese a la aclaración reiterada, ha sido muy difícil recibir respuestas lectoras centradas en lo literario. Ha habido simpatías ideológicas y muchas complicidades aun desde el “disentimiento placentero”, como un lector afirmó. Cabreos de antología y gente totalmente en contra de nuestro matrimonio anodino. Ha habido un par de conflictos familiares y algunas suspicacias respecto de nuestra “honestidad”; acusaciones de impostura postmoderna o de ser antiguos y rancios.
Reacciones centradas en nuestras personas o en los temas planteados y muy pocas acerca del tratamiento literario de la materia propuesta. Apenas sabemos qué piensan los lectores acerca del encaje (o desencaje) de nuestras escrituras o sobre cómo las fricciones entre nuestros estilos generan música o ruido. Poco, casi nada, de mi voluntad poética, de cómo lucho en la escritura por encauzar el fuego y el desparrame. Poco, casi nada, de tu estilo curioso y feliz, de tu indagar en el lenguaje con seriedad, ironía y espíritu juguetón; apenas nada de tu elegancia racionalista que a veces busca descoyuntarse.
¿Está mal que sea yo quien enumere estas cosas? No lo tengo claro… en todo caso, para nosotros fue un alivio que, tras habernos leído, el novelista Gonzalo Torné nos comentara que “el estilo epistolar funciona como un tiro” y que nuestras prosas, “a priori agua y aceite”, “engastan que da gusto”. Gracias de corazón, estimado Torné. Y también fue muy hermoso que el escritor y editor Román Piña dijera que en El matrimonio anarquista somos “dos poetas disfrazados de ensayistas”. Gracias con toda el alma, querido Piña.
En nuestras cartas, hemos ensayado el matrimonio como un territorio posible desde el que organizar amor y amistad, deseos, convivencia y compromiso. Hemos sido casi solemnes y nos hemos cachondeado bastante de nosotros mismos. Tú y yo, no me he cansado de repetirlo, no importamos nada como personas. Nuestras escrituras, sin embargo, sí son importantes. Cuando digo importantes me refiero a la capacidad, demostrada, insoslayable, de provocar reacciones.
Durante la escritura, ¿te acuerdas?, tenía la intuición de que el libro podía funcionar como un espejo para el lector, como una superficie donde los lectores proyectaran las luces y las sombras de sus cuerpos, sus afectos y sus anhelos.
Y así ha sido, así sigue siendo y ojalá que lo sea durante mucho tiempo. Hemos recibido palabras cómplices y muchos gestos de amor, pero también hemos visto y escuchado a lectores con sarpullidos, incomodidad y rabia. Me ahorro los detalles… en fin. Jamás quisimos ser un modelo de nada; tampoco un antimodelo. Ser espejo es suficiente.
Me sorprende que las literaturas del yo se lean con tanta frecuencia como actos egotistas y como ejercicios impúdicos de exhibición de lo privado, cuando para mí el funcionamiento es muy otro: creo que cuando una experiencia personal, en virtud del trabajo literario, se convierte en palabra comunicable pasa a significar algo que está más allá del individuo concreto que lo vivió y lo escribió.
Para que me entiendas: ¿a mí que más me daría que, de repente ahora, se descubriera que Annie Ernaux no ha escrito su vida “de verdad” sino una totalmente inventada? Su capacidad para azotarme y agitarme y ponerme del revés con su literatura sería la misma.
Las cartas que tú yo nos escribimos ya no nos pertenecen. Las leo y me emociono como si estuviera leyendo una vida ajena, dos personajes literarios de una novela de amor bizarro. Las leo y veo fallas, miedos; pienso, “yo lo habría escrito mejor”, sin ser del todo consciente de que esa carta lleva mi nombre. Mi nombre, bah. ¿Será que toda literatura es literatura ficción? Respóndeme, amor mío, ya sabes que tiendo a pensar que me he vuelto loca.
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Palma, 21 de diciembre de 2021
Todavía amada Begoña, moderna mía:
Me interesa la recepción de los libros. Ya sé que “interés” es un término odioso, con su apariencia banal que oculta una etimología económica: interesa lo que genera lucro. Pero es que soy crítico literario, así que la recepción es mi (ruinoso) negocio. El matrimonio anarquista lleva tres meses en las librerías, justo el tiempo que convierte la novedad editorial en reliquia según una regla no escrita del mercado.
Sin embargo, las cartas siguen vivas. Discretamente, sin avasallar, surgen comentarios, fotografías en redes sociales, agradecimientos por nuestra “valentía”. ¿De verdad alguien nos considera valientes? ¿Eso no implica percibir algo amenazante en el libro? Visto así, quizás ese lector sea el valiente al que hay que admirar. Yo me limité a sonreír escribiendo, incluso en los malos ratos. Y tienes razón, nuestras vidas no importan.
En El matrimonio anarquista nos servimos de una materia a nuestro alcance para injertarnos en las posibilidades y ansiedades de la época. La materia éramos nosotros, de acuerdo, igual que somos el ritmo sintáctico o la adjetivación. Somos el estilo. Versionando a La Zowi, la literatura es la Gucci Store y la anécdota personal son las rebajas de Guess. En medio están las ideas. Cada cual decidirá cómo nos ve. Por mi parte, estoy encantado de representar ambos papeles si son útiles a quien nos lee. A fin de cuentas, no queremos venderle nada sino involucrarlo en un montón de preguntas.
De todos modos, dado que en el libro hablamos de sueldos, aquí hagámoslo de ventas. La primera edición fue de mil quinientos ejemplares. A los veinte días salió la segunda, de setecientos cincuenta; nos dicen que sigue colocándose bien. Esto no es mucho en ningún sitio, pero admitamos que en España no es tan poco. Por lo que sabemos, la mayoría de compradores lo han leído con gusto, desde el acuerdo o el desacuerdo, a veces entusiasmándose. Algunos se lo han hecho íntimamente suyo. El matrimonio anarquista ha propiciado reseñas y artículos valiosos: ¡Elisabeth Duval nos presentó al mundo! Ignacio Echevarría puso reparos “desde la simpatía”. Yo calculaba que “el tema” provocaría curiosidad en un paisaje mediático que solo atiende a obras susceptibles de debate sociopolítico. ¡El matrimonio y la monogamia, nada menos!
Hasta cierto punto, así ha sido. En cambio, temía que intentaran instrumentalizarnos en clave conservadora, que nos enmarcaran en discursos nostálgicos que aborrecemos, a que las dudas y contradicciones del texto se malinterpretaran. Esto no ha ocurrido, lo que significa que nuestras escrituras se mantienen fieles a todo lo aprendido de las amigues, del reverso opresivo de toda familia hermosa o del trato pesadillesco con el poder. Esta es una satisfacción tan política como estilística.
Sin embargo, para mí lo iluminador ha llegado con los comentarios negativos. Ningún libro tiene más de cien lectores sin disgustar a alguien; El matrimonio anarquista tampoco. Admito que encajo bien las críticas.
¿Sabes?, mi momento favorito del año lo vivimos hace dos semanas, en una fiesta en casa con amistades. Corría el alcohol y corrían, en general, cosas. Hablamos de Goodreads, la red social para puntuar y comentar libros. Tú sacaste el móvil (“¡escuchad, escuchad esto!”) y empezaste a leer aquella reseña cuya primera frase se ha convertido en nuestra broma privada favorita, “Este libro es tan anodino como su matrimonio…”. Ya no pudiste seguir porque las cinco nos doblábamos del cachondeo, llorábamos de risa en el suelo, alguien cacareó “¡Anodinos!” tres veces, yo aproveché para intoxicarme un poco más… Fue una juerga tan bonita que nos habría hecho una estatua ecuestre, habría sido capaz de bailar a la Albany hasta abajo si me lo hubieras pedido. ¡El matrimonio anodino!
Esto no significa que la reseña esté forzosamente equivocada, ni siquiera que yo crea que lo está. Si su autora llega hasta aquí, ha de saber que me gustó leerla. ¡Ojalá acepte sumarse a las risas como una amiga más! No nos engañemos, la comunicación entre un estilo literario y un lector se produce a ciegas. Hay mil posibilidades de cortocircuito. Pero yo aprendí de la profesora de la UB María José Sánchez-Cascado, La Añorada, que a veces los críticos más furibundos de un buen libro son quienes mejor lo entienden. ¿Hubo alguien más consciente de las posibilidades transformadoras del modernismo finisecular que Max Nordau al tacharlo de “degeneración”?
El señor Nordau sabía bien lo que decía, ¡vamos si lo sabía!, solo que se quedó al otro lado de la historia. Le tocó perder. Y mira, cuando alguien dice que El matrimonio anarquista muestra vidas anodinas, tiene razón. Precisamente eso es lo que aspiramos a convertir en literatura. Si se quejan de que mostramos cosas a medias, exhiben buen ojo: lo planificamos así. Cuando nos recriminan ser unos “modernos” que no tienen “nada” de anarquistas, apuntan a una tensión central en las cartas: la de albergar una pulsión anarquista sin tener fuerzas para hacerla explotar. ¿Salvo, tal vez, en la escritura?
No sé. Seguro que ahí fuera hay millones de personas que han logrado desactivar cualquier contradicción posible en sus vidas, y las felicito. Con todo, sospecho que la mayoría apechugamos con debilidades, renuncias, pactos. Vale la pena que la literatura las nombre.
Yo creo, Begoña mía, que nuestro libro es una crónica desde la retaguardia del cambio. No somos protagonistas del futuro, ni por edad ni por condiciones socioeconómicas; estamos demasiado en medio de todo.
Pero es miopía creer que un matrimonio monógamo, cishetero y en la cuarentena solo contiene, forzosamente, agua estancada. En nuestro piso con tres gatos se agitan ideas, posibilidades, misterios, transhumanismos, patitas queer diminutas que piden asomarse. ¿Recuerdas que Patricio Pron (observa con qué disimulo hemos ido engarzando blurbs) deslizó que el libro era el testimonio de un momento de transición en el modo de pensar los afectos?
Me encantaría que estuviera en lo cierto, porque eso es lo que estamos en condiciones de ofrecer. Podría tener valor, después de todo. Y es una responsabilidad que hemos afrontado estilizándonos en frases perfectas. ¿En serio he dicho “perfectas”? Me temo que sí. Me temo que algunas frases en El matrimonio anarquista son perfectas. Ahora bien, si tuviera razón la lectora de Goodreads al puntuarnos con una estrella raquítica, y nadie puede afirmar que no la tenga, yo estaría (casi) igual de satisfecho. Fíjate: despojada del juicio subjetivo, su reseña describe exactamente el libro que quisimos escribir. Ahí están lo anodino luminoso, la imposibilidad de encarnar una idea, el protagonismo del lenguaje, la incomodidad fronteriza, la biografía irresuelta… ¿No será que hemos logrado caminar por el lado que nos habíamos propuesto y esa lectora lo confirma, aunque no le haya interesado?
Quién sabe si un día llegará la réplica a nuestras cartas que nos fuerce a afrontar dudas o inseguridades inesperadas, añadidas a las que arrastra inevitablemente cualquier escritor. Si ocurre, espero que sepamos aprovecharlo.
¡Oh, y Begoña, las mezquindades locales son casos aparte! Tan aparte que casi las dejo fuera. Sin embargo, no dejan de enseñar algunas lecciones sobre la recepción. Y para ser sinceros, hay días de agotamiento en que recordarlas funciona como un excitante fantástico para la escritura. En las cercanías no se dirimen lecturas, sino egos o cuotas de poder. Entiéndeme: cercanías pueden ser Mallorca, España e incluso Estocolmo, porque son un estado mental; cuota de poder pueden ser diez reacciones en red social. Los egos son egos, y punto.
Alejandro Simón-Partal recoge esta cita de George Steiner en La parcela: “El maestro es aquel en quien hasta la ironía nos produce una sensación de amor”. Nunca perdonaré a la isla que me haya negado la posibilidad de querer jamás, bajo ningún concepto, a algunas personas. Caminos hacia el amor cegados definitivamente, batallas que no pueden resolverse en un aprendizaje mutuo. Nada que aprender unos de otros en el conflicto: la provincia.
Y como el amor es lo único que habita El matrimonio anarquista sin duda posible, cierro y voy a dormir.
Ah, tienes razón: sigamos escribiéndonos cartas.
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