Charlamos con la escritora y periodista Irene Pujadas (Sant Just Desvern, Barcelona, 1990) acerca de la versión en español de su ópera prima, Los desperfectos (Hurtado & Ortega, 2021), un conjunto de veintidós cuentos caracterizados por la brevedad y la experimentación, el trabajo estético de lo grotesco, el azar y los distintos tonos de humor negro. Pujadas también nos habla del proceso de edición y traducción, de su visión de la cuentística y de los géneros narrativos, y de sus nuevos proyectos. Hace un año ganó el Premi Documenta de narrativa catalana con Els desperfectes (L’Altre Editorial, 2021).
Se ha publicado recientemente la traducción al castellano de Los desperfectos. ¿Cómo ha sido el proceso de traducción y de edición?
El diálogo con la traductora, Inga Pellisa, fue básicamente un lujo. Yo no sabía cómo funcionaba un proceso de traducción, y me fascinó todo el diálogo, la precisión y la dedicación de Inga (¡un brindis por ella!). La edición en sí ya la habíamos hecho en la versión en catalán, y aquí lo que queríamos era asegurarnos de que se mantenía el mismo tono que en la versión original (con los cambios inevitables que vienen con el cambio de idioma).
Al final el lenguaje lo es todo y los cuentos dependen mucho del oído. Un mismo argumento con un estilo solemne o macarra no tiene nada que ver, y aquí el objetivo era mantener el ambiente desvergonzado y la mezcla de registros de la edición en catalán, no quedarnos a medio camino. Inga me mandaba dudas concretas (¿»manda narices» o «¿no te jode»?) y lo que hicimos, sobre todo, fue dedicarnos a saturar algunas expresiones, a llevarlas al terreno de lo exagerado y lo extraño, o a marcarlas más («mocoso» vs. «chiquillo», «lorza» vs. «michelín»).
Discutimos sobre todo temas de intencionalidad y de tono, y los editores y el corrector, Marc García García, también participaron en la discusión.
Me acuerdo de que nos mandamos correos sobre expresiones muy concretas, como en el primer cuento, donde una mujer se queja de que parir el bebé le «dejó el coño hecho un Cristo». En catalán el texto dice: «a mi va esqueixar-me el cony», que es parecido a «desgarrar» pero quizás con un punto más gráfico y fresco («esqueixada» es, también, un tipo de ensalada con bacalao desmigado). Terminamos escogiendo esta, pero Inga estuvo pensando muchas opciones: despachurrado, trinchado, hecho picadillo, papilla… Y al final «hecho un Cristo» tiene un punto de “desastre total” que nos gustaba, que le añadía sentido del humor.
¿Qué te llevó a interesarte por el formato del cuento?
No ha sido un proceso activo. La cosa fue así de forma bastante orgánica. Siempre he sido lectora de cuentos y tenía ganas de explorar varios temas y varias formas, y el formato del cuento en este sentido es ideal. Puedes casarte durante unos días o semanas con un tema concreto, pero no es como una novela, donde tienes que comprometerte durante años con lo que quieres investigar o contar.
Aquí podía escribir sobre la muerte y después sobre la amistad, o el turismo, o escribir varios cuentos al mismo tiempo, hacer un cuento que es una lista y un cuento escrito en segunda persona del plural…
Pero, sencillamente, siempre me he sentido cómoda con el género del cuento. Me parece que la brevedad es muy liberadora y, al mismo tiempo, da mucho juego y puede conmover igualmente.
Tus relatos comparten algunas características como la brevedad, un lenguaje trabajado, la falta de finales cerrados… Se nota también una experimentación con el propio formato, ¿cómo te enfrentaste a la escritura de estos cuentos?
Sí, la idea de experimentar con la forma era uno de los “temas” de los cuentos. La idea del “desperfecto” también iba en este sentido: muchos cuentos tienen desperfectos en el sentido que no se amoldan a la idea tradicional de un cuento: son cuentos con rasguños.
A mí me gusta mucho Lydia Davis, la descubrí a los veinte y la lectura de sus cuentos me pareció inspiradora. Es una escritora que no se preocupa por si sus cuentos tienen trama o no se amoldan a una idea canónica del género (de hecho, en sus ensayos habla de cómo pasó de intentar hacer cuentos tradicionales a experimentar muchísimo con el género).
Hay algo muy tranquilizador en pensar que puedes escribir un cuento como te dé la gana y que quizás la forma que casa más con un cuento dado es una forma muy heterodoxa.
También hay la cuestión de qué tiene que ser un cuento: ¿tiene que estar protagonizado por una persona?, ¿tiene que ser lineal?, ¿tiene que tener trama?, ¿puedes tocar la fibra haciendo un cuento en que una mujer solo se dedica a mirar vacas? Lydia Davis lo hizo y le funcionó.
Todo esto lo tenía en mente, y lo que he intentado es que la forma y el contenido de cada cuento cuajaran dignamente. “La malnacida”, por ejemplo, está escrito mediante párrafos cortos con un título, como si fueran descripciones de fotos. Esta falta de linealidad quiere simular las apariciones también ocasionales de “la malnacida”, la muerte, que es como si jugara al escondite con la gente del cuento (la posibilidad de la muerte aparece y desaparece, como una amenaza). Primero lo escribí de forma lineal, pero después lo cambié, porque me parecía que así la idea del escondite y la aparición/desaparición se marcaba más.
Y así con varios cuentos… En algunos casos los empezaba sin tener demasiado claro qué hacía, después decidía por donde iban los tiros y entonces moldeaba el esqueleto del cuento.
Con “La última cena”, por ejemplo, me dediqué a exagerar muchísimo el contraste entre comida y muerte. En otros cuentos me parecía que la forma “tajante” funcionaba mejor. “No pasó: una recopilación” o “Los consejos” son cuentos sin conectores, casi taquigráficos, con frases muy directas, escritos de forma más lineal o con más florituras serían muy diferentes.
La presentación de los cuentos, como si fuesen una escena de un momento concreto en la vida de los personajes, invitan al lector a ser quien decide qué ocurre. ¿Querías fomentar una lectura activa?
Creo que esto viene de fábrica, que forma parte del género del cuento. Yo no había pensado en torturar al lector, pero sí que creo que la lectura de cuentos puede ser más exigente que la de novelas (con todas sus excepciones, claro está).
En una novela, tú, como lector, avanzas con el autor y vas digiriendo y vas entendiendo a medida que lees, mientras que con un cuento te presentan una situación y te dejan más abandonado. El cuento se mueve mucho más en el terreno de lo conciso y lo simbólico. Un buen cuento te deja un poco patidifuso, creo, y también un poco solo.
Otro tema es el de la ambigüedad moral de algunos cuentos, que de hecho también me pasa a mí. Hay muchos cuentos del libro que no está demasiado claro si acaban bien o mal, que tienen un punto agridulce. Y aquí sí que es decisión del lector… si es que hay que decidir algo, claro.
A pesar de la profundidad de los temas del libro (la muerte, la amistad, la vida…), los tratas desde cierto humor negro, incluso macabro a veces, con un punto de fantasía. ¿Por qué decidiste usar este tono?
Fue por eliminación. Me parecía complicado usar cualquier otro tono para hablar de los temas del libro, que son todos densos, especialmente el de la muerte y todos los protocolos que tenemos a su alrededor. O hacía un costumbrismo muy bien hecho y realista sin pasarme de sentimental o ponía la quinta y utilizaba el humor macabro, la fantasía y el sentido del humor.
Al final siempre queremos hablar de la realidad, física o metafísica, es lo único que tenemos. Pero puedes acercarte a la realidad desde la exageración, la fantasía o lo grotesco: generas distancia para que ciertos temas causen menos dolor, pero al final los estás tratando igualmente. Esto lo he hecho con los cuentos que trataban temas espinosos, porque luego hay otros cuentos donde el tono es mucho más tranquilo.
A mí me pasa que, cuando veo que un escritor quiere generarme emociones de manera muy descarada, me siento un poco estafada. Quería tratar temas que son emocionales porque son duros, pero no quería meter el dedo en la llaga. Y una estrategia para hacer esto era utilizar el humor negro y crear situaciones absurdas, exageradas, que no pueden ser reales.
Al final, la risa es una gran forma de rebajar y naturalizar temas que nos dan miedo o que tienen un punto de tabú, y me ha dado mucha alegría saber que había gente riéndose con algunos cuentos.
Los personajes en tus relatos tienden a lo grotesco y a una explotación de sus propios “desperfectos” y también del mundo que nos rodea. ¿Buscas desacralizar las etapas de la vida, llevándola a un terreno mucho más natural?
Supongo que sí, hay una cierta extrañeza y una cierta desmitificación. “Desacralizar” es bastante la palabra clave, porque la idea era quitar peso a ciertos temas, poder hablarlos, poder escribirlos y poder reírte de ellos. Las cosas desacralizadas son mucho más llevaderas. La idea de los “desperfectos” apelaba a esto, a situaciones que nos encontramos en la vida y a las que no sabemos muy bien cómo responder.
Aparte de esto, solo con mirar las cosas que hacemos y el día a día con lupa, hay tantos protocolos sin sentido, o todos hacemos cosas tan absurdas o desconcertantes que se consideran normales… que solo puedes reírte.
De hecho, echas mano en diversos momentos del azar como elemento que descoloca a los personajes. ¿Crees que es una manera de decir que la vida no es controlable?
Totalmente. Eso no significa que tengamos que lavarnos las manos y rehuir cualquier responsabilidad, pero es verdad que te despistas y te salen imprevistos por todos lados. Uno de los amores de tu vida se cruza contigo por la calle, pero justo estás ayudando a una señora mayor y no lo conoces. Te iba a caer una maceta en la cabeza, pero justo te has parado a mirar el móvil y te salvas.
En lo bueno y en lo malo siempre hay un punto de azar y descontrol, cosa que da rabia y al mismo tiempo es tranquilizador.
En los cuentos hay dos actitudes ante la ausencia de control: la de pensar que hay una causalidad, y que quizás el mundo está ordenado, como en «Los hombrecillos verdes»; y la de aceptar que la casualidad impera, que serían los cuentos de «No pasó: una recopilación». Yo estoy del lado de la casualidad, pero la causalidad me parece muy tentadora.
Además de trabajar en el sector editorial, eres una de las impulsoras de la revista Branca, que colaboró en la pasada edición del Kosmopolis con la publicación del libro Los cohetes vinieron como langostas. ¿Nos podrías hablar de la revista y de esta colaboración?
Branca existe desde 2017. La empezamos con Júlia Bacardit y Irene Selvaggi (y ahora se han apuntado Ada Bruguera y Roser Bastida). Es una revista anual, de ficción literaria y gráfica, y cada número se centra en un tema concreto. Hemos hablado de la herencia, el concepto «elástico», el ritual, la mala literatura… la idea es que cada número sea la exploración colectiva de un concepto concreto.
El objetivo era crear una plataforma donde poder publicar ficción, porque en catalán faltan revistas que se dediquen a la ficción y sirvan para presentar nuevas voces. En este sentido seguimos el ejemplo de lo que conocíamos, que sobre todo eran revistas anglosajonas.
Además, la convocatoria es completamente anónima: solo tenemos el teléfono y el pseudónimo de cada participante y, cuando ya tenemos la lista de seleccionados, llamamos directamente a los ganadores. Ahora tenemos abierta la convocatoria para el quinto número, que tratará el tema de la fe.
La colaboración con Kosmopolis fue por otro lado, porque sí que era un encargo y no queríamos repetir el método de Branca (Branca es Branca y esto era una cosa diferente). El libro tenía que estar relacionado con el planeta Marte, y partimos de la siguiente pregunta: si nos mudáramos a Marte, ¿qué documentos y textos servirían para organizar nuestra sociedad?
Partiendo de aquí, encargamos a varios escritores que escribieran «textos fundacionales» ficticios y que tocaran varias áreas de la sociedad: tenemos un sistema jurídico escrito en verso, un manifiesto sobre el arte marciano, un paper científico sobre un robot que te ayuda a adaptarte, un compendio de textos sobre gastronomía marciana… Y abrimos una pequeña convocatoria para añadir un mito fundacional de Marte. Al final tuvimos dos ganadores y los dos, de hecho, cuestionaban la idea misma de mito fundacional.