En el marco de los estudios críticos de la discapacidad en las artes, nuestra colaboradora Àger Pérez Casanovas escribe sobre la ceguera como extensión, artificio e implante argumental en el Lazarillo de Tormes (1554), obra fundacional de la novela moderna, de autor anónimo y prohibida durante siglos por su crítica a la iglesia y a las clases dominantes de su tiempo.
un punto ha de saber más que el diablo
El Lazarillo de Tormes es un clásico, pilar de la picaresca y núcleo de la literatura hispánica. Como obra clave en nuestro canon, los arquetipos de sus personajes, las anécdotas y el espíritu bribón y astuto de Lázaro siguen resonando fuertemente en nuestro territorio. Por eso, acercarnos a la obra desde nuevas perspectivas y abordando críticamente sus aspectos fundamentales es aún hoy una tarea crucial.
Si bien Lázaro es el arquetipo del pícaro que sedimentará esta figura en la tradición literaria española, no hay que olvidar su primer mentor, fuente de sabiduría y, en muchas ocasiones, crueldad: el ciego.
Cabe recordar que Lázaro de Tormes, el protagonista de la novela, es abandonado por su madre a manos de un ciego para ser su guía y siervo. El ciego, un personaje sombrío y misterioso, deviene tutor del joven durante toda su infancia hasta que pasa a manos del clérigo. Abordaremos aquí cómo la discapacidad visual del ciego le convierten en el motor narrativo de toda la primera parte de la novela y cómo la manera de habitar el mundo del ciego es el punto de agarre para contarnos la vida y formación de Lázaro, quien sin su tutor podría adolecer de falta de interés.
Muestra de ello es el hecho de que la mayoría de las representaciones visuales que la obra ha inspirado a los maestros de la pintura han plasmado pasajes donde aparece el ciego, como es el caso de José de Ribera, Francisco de Goya, Theódule Riboto o Luis Santamaría y Pizarro, entre otros1.
En La prótesis marrativa: Discapacidad y las dependencias del discurso, David T. Mitchell y Sharon L. Snyder (2000) argumentan, desde la teoría narrativa, que la representación de la discapacidad es una figura prevalente y a la que se adscriben una multiplicidad de significados.
La discapacidad ha servido “como un arma fundamental en el repertorio artístico que buscaba establecer a la ‘gente común’ como su sujeto apropiado”2, pero, sin embargo, la discapacidad ha proporcionado un valor productivo para las obras pilares de la literatura universal en tanto que estas han dependido discursivamente de los sujetos con diversidad funcional cognitiva o física para sostener su hilo narrativo.
Se presenta aquí la paradoja de estas representaciones ubicuas en la literatura. Por un lado, hay una sobrepresencia de estos cuerpos en las grandes historias que nos contamos –desde el Lazarillo a Ulises, desde el soldadito de plomo a las novelas del Nobel de Literatura Kenzaburo Oé–. Por otro lado, borramos e invisibilizamos la discapacidad de estos cuerpos que siguen siendo figuras abstractas y formularias, bloqueando así su posible impacto en las configuraciones sociales que los discapacitan.
La discapacidad como metáfora y la mística de la ceguera
La discapacidad visual del ciego le coloca en una posición social marginal, paradigma de la picaresca, que desde su estatuto de minoría debe aprender a “ver sin tener ojos”. Así, la discapacidad deja de ser realmente una realidad física y corporal para devenir un recurso retórico para situar al personaje.
Esta metaforización de la discapacidad es explícita en la narración de Lázaro, quien clama que “después de Dios, este [el ciego] me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró y adiestró en la carrera de vivir”. El uso de la luz y el alumbramiento como metáfora de sabiduría es omnipresente en la cultura occidental, y aquí Lázaro recurre a ella para expresar cómo a pesar de su ceguera (o quizás gracias a ella) el ciego le mostró las enseñanzas más importantes de su vida y fue un guía imprescindible en su proceso de formación.
Esta metaforización de la abyección de la vista va ligada a una mística de la ceguera, que predica cómo el ciego tiene conocimientos en cierta manera ocultos, una sabiduría alternativa que no está al alcance del “sujeto común” y al que él ha podido acceder exclusivamente como sujeto marginal.
Este saber es un saber práctico, basado en la astucia y las artimañas que caracterizan precisamente la picaresca definida en El Lazarillo de Tormes.
El ciego desarrolla estrategias de “ver sin ser vidente”, que aquí se equipara a “conocer sin ser sujeto de conocimiento”. Por ejemplo, su ingenio se muestra al pescar a Lázaro abusando de la comida sin verlo: “¿Sabes en qué veo que las comiste de tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas”. El ingenio como manera de conocer alternativa, que, sin embargo, luego será objeto de burla y escarnio cuando, en el momento de abandonarlo gravemente herido, Lázaro exclame: “¿Cómo, y oliste la longaniza y no el poste? ¡Oled, oled!”.
La sabiduría del ciego puede vincularse a una defensa de epistemologías alternativas según la cual una experiencia vivida como sujeto discapacitado lo ubica en una posición liminal desde la cual “disfruta de un privilegio epistemológico que le permite teorizar la sociedad de manera diferente a aquellos en ubicaciones sociales dominantes”, provocando así reflexiones sobre la variación corporal y la encarnación compleja y su posición en nuestro mundo compartido3.
Esta sabiduría, entre la picaresca y la mística, se ha consolidado en la teoría literaria como el arquetipo del vidente ciego, una figura que se remonta a Tiresias, como el profeta ciego; en la alegoría de la Justicia ciega; más contemporáneamente, en personajes como el narrador de Paradise Lost, que John Milton escribió cuando ya había perdido la vista; e, incluso, en Lazarus de David Bowie.
Este arquetipo se sustenta en la creencia que la abyección de la vista concede un acceso a una mística oculta, la cual dota a personajes como el ciego del Lazarillo de un aura de misterio y sabiduría ancestral.
¿Héroe o villano? El ciego como instrumento de metamorfosis
El ciego es un personaje ambiguo. Aun cuando su abyección lo villaniza como tipo marginal –mendigo, vago y maleante–, el ciego aparece como el mentor de Lázaro y su sabiduría marca el camino que lleva al protagonista hacia una resolución final donde se consigue alcanzar un cierto estatus de normalidad.
La primera parte del Lazarillo está marcada por la crueldad del ciego –por ejemplo, al descubrir el hurto de vino del niño, el ciego “con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca”. La sagacidad del ciego lo convierte en un amo malvado, quien adiestra a Lázaro a golpe de palo, generando una relación de interdependencia nociva donde el niño lo admira y necesita para sobrevivir, pero al mismo tiempo lo detesta y desea huir.
A nivel discursivo, las dificultades y durezas impuestas por el tutor devienen el obstáculo necesario para el crecimiento del protagonista, que forja su carácter gracias a padecer los castigos del ciego. La vileza del ciego es redimida en instancias de expresión de su labor formativa, casi pedagógica, como en el célebre pasaje: “Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”. Así, el tutor es a la vez veneno y remedio de la inocencia de Lázaro, una suerte de phármakon mediador que impulsa la metamorfosis del protagonista de niño a pícaro, de esclavo a amo, de víctima a agente.
Un acercamiento desde los estudios críticos de la discapacidad a la figura del ciego del Lazarillo de Tormes permite nuevos puntos de contacto con la obra desde cuestiones sociales urgentes a nivel contemporáneo, a la vez que abre preguntas sobre el papel en el imaginario cultural de la discapacidad y su instrumentalización.
¿Cuáles son los puntos de intersección entre la picaresca y la marginalidad de las personas con discapacidad? ¿Es el ciego un mero arquetipo literario o es una representación perversa que tiene consecuencias reales sobre los cuerpos diversos en la España de mediados del siglo dieciséis? En un período donde la institucionalización de la discapacidad aún no se había establecido, la equiparación de esta última con la monstruosidad relegaba a las personas con discapacidad a un estatuto de pobreza y dependencia de la caridad.
Esta marginalización sistemática se justificaba y reforzaba a su vez con tropos literarios como el del ciego, figura que merece hoy una atención detallada y un examen que no eluda su complejidad y contradicciones, sino que las abrace como parte del reto social y el disenso que constituían la presencia real de cuerpos no permitidos en la esfera pública ya en el Siglo de Oro español.
2 David T. Mitchell y Sharon L. Snyder (2011) Narrative Prosthesis: Disability and the Dependencies of Discourse, Ann Arbor: The University of Michigan Press, p. 5.
3 Tobin Siebers (2008) Disability Theory, Ann Arbor: The University of Michigan Press, p. 22. Ver también Donna J. Haraway (1991) Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature, New York, NY: Routledge, 183-201; y Sandra Harding (1986) The Science Question in Feminism, Ithaca, NY: Cornell University Press.