Tras once años sin publicar, Jaime Rodríguez Z. (Lima, 1973) –poeta, editor y periodista cultural– vuelve a las andanzas con su primer libro de narrativa, Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg, 2021), un conjunto multigenérico de textos entre la crónica, el relato confesional, el diario y la prosa memorialística. Pliego Suelto conversa con Rodríguez acerca de la pandemia, la masculinidad en crisis, el poliamor, los trastornos mentales, la autorreferencialidad, los puentes (inter)culturales España- América Latina, su trayectoria como editor y de sus nuevos proyectos. Ha publicado los poemarios, Canción de Vic Morrow (TREA, 2012) y Las ciudades aparentes (Editorial Colmillo Blanco, 2001).
[Leer un fragmento de Solo quedamos nosotros]
Tras la publicación de Solo quedamos nosotros, ¿cómo afrontas el paso de la poesía a la narrativa?
Yo diría que es un complemento, aunque, siendo sincero, a veces me resulta violenta esa separación. Sobre todo porque tengo la impresión de que siempre estoy volviendo al mismo territorio, sea en el género que sea.
Incluso dentro de este mismo libro me muevo entre la ficción y la no ficción abordando los mismos temas. Por fortuna la literatura te permite recrear infinitas veces, en infinitas formas, las cosas que te obsesionan.
El libro es un conjunto de textos multigenéricos. Háblanos brevemente del proceso de elaboración, edición, publicación…
Bueno, esto empezó porque escribí una crónica muy personal sobre mi experiencia con el Covid al comienzo de la pandemia. Luego escribí algunos reportajes más que ahondaban en asuntos como la ansiedad, la relación con mis amigos o algunos intereses bastante frikis como las multiherramientas o los videos de marines volviendo a casa.
Entonces empecé a ver que había potencial en todo eso, pero como no quería hacer una recopilación de artículos decidí darle una segunda voz a mi narrador y dejarlo ficcionar también sobre sus propias cosas y escribí toda esa parte ya con una idea bastante clara.
El resultado, creo, podría leerse como una novela protagonizada por un periodista que busca su propia voz narrativa, pero que para hacerlo tiene primero que saldar algunas cuentas con su propio pasado.
Planteas temas basados en tu propia experiencia. En lo estético y en lo personal, ¿cuál de los asuntos que tratas en la novela ha sido más complejo de moldear y darle forma escritural?
Me costó llegar a la forma final del capítulo sobre la relación con mis compañeras y el asunto de la crisis de la masculinidad. No quería que fuera algo que pudiera entenderse como un intento pedagógico o pontificador.
Finalmente lo resolví dándole la forma de un monólogo cómico porque aunque el tema de la deconstrucción de la masculinidad tóxica es un asunto serio, también es un tema del que me gusta reírme un poco.
Uno de los pasajes más relevantes es cuando abordas las enfermedades mentales. ¿Cómo afrontas el debate actual sobre esta cuestión?
Creo que es importante la visibilización de la enfermedad mental porque son padecimientos históricamente estigmatizados. Como ocurre con tantos otros asuntos, lo importante de su discusión es que genere respuestas por parte tanto de los individuos como de las instituciones.
Por otro lado, la enfermedad mental es un tópico literario contemporáneo, desde el romanticismo hasta la enajenación digital o el aislamiento intraurbano. En mi caso, no puedo negar que escribir sobre el sufrimiento que produce la ansiedad me ha servido como catarsis pero también como vehículo literario para contar determinadas situaciones a las que se enfrenta mi narrador.
El elemento autobiográfico es omnipresente en el libro. ¿Cómo gestionas las literaturas del yo en tiempos de Internet y sobreexposición personal?
Para empezar, creo que no tiene mucho sentido hablar de la literatura del yo como si fuese un ghetto.
Lo literario no está determinado por los narradores o protagonistas de una historia, sino sobre todo por lo que les ocurre. Que esas experiencias las tenga alguien definido como yo o como un robot carnívoro psicópata me resulta bastante irrelevante.
Dicho esto, las redes sociales y todo eso, son un contexto en el que estamos todos, más o menos, pero tampoco son más que eso. Son herramientas útiles para relacionarnos y como tales forman parte de nuestra experiencia. Yo no mezclaría lo que ocurre allí con lo que ocurre en un libro, son circuitos completamente distintos.
Parafraseando a Kenneth J. Gergen, ¿crees que el “yo saturado” está abarrotando el panorama de la autorreferencialidad literaria de habla hispana?
Con esto de la autorreferencialidad parece ahora que el mercado esté copado por escritores hablando de sus biografías, pero en realidad creo que la gran mayoría de la creación literaria sigue estando en la ficción pura y dura.
Problematizar el tema de la autorreferencialidad me parece completamente estéril.
El crítico Diego Otero dice que tu poesía es un “sereno y radical ‘desensamblaje’ de casi todas las figuras literarias”. ¿De qué manera Solo quedamos nosotros dialoga con tus poemarios anteriores?
Hace poco Eloy Fernández Porta me hacía notar que hay poemas en Canción de Vic Morrow que prefiguran algunos capítulos de Solo quedamos nosotros. La verdad es que no lo he tenido en mente para nada. Pero creo que tiene razón. Como te decía, siempre tiendo a volver al mismo territorio.
Entonces, sí, están allí el mismo padre, la misma meditación sobre la masculinidad, ejemplificada en el caso de Canción de Vic Morrow en la figura del soldado, la misma obsesión por los personajes secundarios, etc.
Digamos que en la poesía siempre me he sentido más cómodo porque suelo ser un poco críptico y ahora intento salir de mi zona de confort.
De todas maneras, tengo un nuevo poemario, El incendio y el bosque, escrito hace un par de años, aunque no está publicado, en el que el lenguaje ya es menos hermético. Tal vez estoy en una especie de transición, aunque no podría asegurarlo.
Desde tu llegada a España, en 2003, desarrollas la crítica literaria y la edición, y también has construido puentes interculturales entre la Península y América Latina. ¿Qué necesitan estos puentes para ser más sólidos?
Creo que esas relaciones son muy saludables, más allá de ciertos rezagos coloniales, como el hecho de que España sigue siendo percibida como una especie de metrópoli literaria y editorial en castellano, cuando hay muchos más lectores y autores en América Latina, por ejemplo.
Fuera de esa perspectiva un poco trasnochada, creo que hay buen intercambio de escrituras, algo sin duda facilitado por las formas de comunicación actuales.
Finalmente, cuéntanos cómo va tu labor en la editorial Esto no es Berlín y en qué otros proyectos te encuentras trabajando?
Esto No Es Berlín, editorial que dirijo junto a Francisco Jurado, es precisamente un intento de fortalecer esos puentes. Somos una editorial peruana en Madrid.
Pero nuestra idea de puente no pasa solo por publicar autores de allá, sino que autores de aquí sean publicados por nosotros. Creemos que es interesante aplicar nuestro criterio literario forjado en otro contexto, a las cosas que se producen en España, que pasen por ese filtro.
Actualmente estoy trabajando en una novela que en realidad podría ser como una precuela de Solo quedamos nosotros. Se llama Injertos.