A través de este artículo José Ángel Mañas nos habla de su nueva novela histórica: ¡Pelayo!, que llega a las librerías a través del sello madrileño Esfera de los Libros. El autor hace un paralelismo entre el legendario rey astur Pelayo y el rey Arturo de las leyendas célticas.
La Guerra Civil española, la conquista de América, Numancia. En mis últimas novelas históricas he procurado explorar los grandes hitos de la historia de España, esos momentos determinantes sin cuyo conocimiento resulta imposible comprender este país y a sus habitantes.
Era pues previsible que en mi última propuesta en el género, ¡Pelayo!, recién publicada este septiembre por la Esfera de los Libros, abordase la invasión árabe de la Península; que explorase la caída del reino visigodo, la batalla de Guadalete y el gran héroe del momento, Pelayo, sobre quien diré unas palabras.
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Pelayo es el fundador legendario del reino astur, que irá creciendo hasta convertirse, un día, en lo que hoy llamamos España. Pelayo es el equivalente hispano del rey Arturo de las leyendas célticas.
El paralelismo es flagrante y la distancia cronológica que los separa, escasa. Allí donde Arturo fue un monarca que en el siglo VI luchó contra las invasiones sajonas, Pelayo lo hizo contra los árabes en los albores del siglo VIII. Aquel es hijo de Uther Pendragón. Este, del duque de Cantabria, asesinado por el tiránico Vitiza.
Cada cual fue el primer rey cristiano de su país. Y cada cual tuvo su propia historia legendaria.
A falta de Santo Grial, en la historia de Pelayo aparecen las reliquias de Santa Eulalia de Mérida. Con ellas cargó hasta llegar a las montañas de Asturias.
Morgana fue la hermana que antagonizó con Arturo y Adosinda la hermana díscola de Pelayo, a la que yo imagino ambiciosa, cuya historia de amor prohibida con el moro Munuza podría parangonarse con la de Ginebra y Lancelot.
El sustrato mítico, como se ve, es similar, y la comparación a mí por lo menos, según avanzaba en la novela, me resultó fructífera.
Dándome cuenta de que me faltaban Excalibur y Merlín, decidí poner énfasis en la espada que a Pelayo le regaló su padre antes de partir a la corte toledana de Rodrigo y se me ocurrió crear al eremita Juan Mayor, antiguo capellán de la familia en la ciudad de Tuy, donde crecieron Pelayo y Adosinda hasta que Vitiza asesinó a su padre.
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¿Cuáles son las principales diferencias entre ambos reyes?
Fundamentalmente, dos. Yo diría que a favor de Pelayo juega un contexto histórico mucho más potente. Las invasiones sajonas de la Gran Bretaña no dejan de ser algo brumoso y vago, mientras que la invasión de la Península ibérica por los árabes fue algo concreto, brutal, y un peligro inequívoco e inminente para el conjunto de la cristiandad.
Pelayo, en ese sentido, es más héroe de la cruz de lo que lo fue Arturo. Y sin embargo no ha tenido toda la literatura europea que ha envuelto a su par más cercano. ¿Por qué? La respuesta me lleva a la segunda diferencia que separa a estos dos personajes.
Por alguna razón, Pelayo carece del corpus literario que ha crecido en torno a la figura de Arturo. Existen la crónica albeldense y las dos versiones de la crónica de Alfonso III, por supuesto, y también algunas leyendas medievales y cantares sobre la caída de España y sobre figuras como don Julián y la Cava, que dieron bastante juego; existe igualmente alguna que otra obra teatral clásica –una de Jovellanos, otra de Moratín padre– que recrearon la tragedia de Pelayo, Adosinda y Munuza.
Pero aquel germen nunca llegó a cuajar en nada parangonable con el corpus literario abrumador y deslumbrante que rodea al rey Arturo. Faltan un Chretien de Troyes que lo popularizase y un Mallory que recopilase los principales relatos y los actualizase en una obra magna e influyente como La muerte de Arturo.
Faltan los ecos contemporáneos de un Excalibur, la maravillosa película de Boorman,o, aunque sea en tono paródico, de Los caballeros de la mesa cuadrada, de Monty Python.
Por faltar falta hasta ese Cantar que sí tuvo el Cid Campeador…, que además acaba de ser protagonista de una exitosa novela de Pérez-Reverte y de una reciente serie.
Hasta Hernán Cortés encontró en Bernal del Castillo al mejor cronista posible de su periplo, alguien que lo retrató como nadie en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, un texto extraordinario que durará lo que dure la literatura en español.
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Esa falta de envoltorio literario de calidad y con repercusión universal, en definitiva, es la principal carencia del mito pelayesco y aquello que más me motivó a la hora de escribir ¡Pelayo!
Me parecía increíble que un tal personaje no hubiera generado aún una literatura de suficiente calado.
Y esa, insisto, fue mi principal motivación al escribir.
Espero, de verdad, que los apasionados de la historia disfrutéis tanto leyendo mi novela como yo escribiéndola, y me enorgullece haber puesto una nueva piedra, ojalá que importante, en el edificio literario pelayesco.
Huelga decir que aún quedan, en el entorno de Covadonga y de esa primera corte de Cangas de Onís, nuestro Camelot astur, muchas historias por explorar.
De modo que amigos creadores, ¡animaos!, el rey Pelayo y sus compañeros montañeses os esperan a todos con los brazos abiertos. La leyenda todavía necesita crecer.