Unreal City,
Under the brown fog of a winter dawn,
A crowd flowed over London Bridge, so many,
I had not thought death had undone so many.
Sighs, short and infrequent, were exhaled,
And each man fixed his eyes before his feet.
T.S. Eliot, The Waste Land
Construimos las ciudades bajo la premisa de la unificación, para producir los hermosos grises que resultarían de la unión de nuestros blancos y negros. Reemplazamos nuestros bosques forjando árboles de cristal y hormigón, más altos, más fuertes. Las manzanas dejaron de ser comestibles cuando las convertimos en asfalto, rodeando nuestros nuevos árboles, más falsos, más vacíos, pisoteándolas cada día, ahumándolas con nuestros tubos de escape. Así, a modo de presagio artificializante, abrazamos los nuevos viejos frutos, negros, podridos, y al fin pudimos lubricar de nuevo nuestros párpados oxidados para abrir los ojos.
¿Dónde está la Tierra Prometida? ¿Dónde están los grises? Sólo en la idea, sólo en el cemento que respiramos, sólo en el humo sobre el que caminamos. La ciudad ha tenido su efecto, indudablemente, pero haciendo los blancos más pulcros y brillantes y los negros más bajos y oscuros, con el sueño de luz de estos últimos ahogado mientras los primeros arrojan heces de promesas desde esos árboles de cristal. Árboles a cual más alto e imponente, ¿cómo no se va a acentuar el color negro de las hormigas que se ven a pie de calle, abrazando como no puede ser de otro modo el hormigón?
Dispuestas de este modo las piezas, la promesa de la ciudad moderna se convierte en tramposo juego de ajedrez en el que un ejército de torres blancas somete irremediablemente a un mar de peones negros, en ausencia de reyes o reinas. Lejana queda la libertad de los campos en la que los caballos trotan inconscientes, abandonados por sus caballeros, blancos y negros, apareándose en sombras grises de placer y pasión natural.
En la ciudad ilusoria los ciudadanos irreales sólo se pueden permitir llorar por el pasado, soñar con ser caballos a través de una pantalla de televisión, sobreviviendo en el trampantojo tridimensional de esa ciudad que nunca entrará en la cámara oscura, que nunca se revelará auténticamente, perseverando en su existencia como eterno negativo de su irrealidad latente, como una ciudad de engaños en blanco y negro…
They Live, John Carpenter, 1988