Nuestro colaborador Eduardo Atilio Romano, a través del siguiente artículo, pone de relieve la dimensión espacial (calle, barrio, bares y cines) en consonancia con el complejo mundo interior de Ringo, el adolescente barcelonés de la posguerra, cinéfilo, aspirante a escritor y protagonista de Caligrafía de los sueños (Lumen, 2011), la novela más autobiográfica del recientemente fallecido Juan Marsé (1933-2020).
Lo primero que hace Marsé, al inicio de Caligrafía de los sueños, es un mapa mental de su barrio, lo describe y nos muestra un bosquejo exacto de todo lo que conforman sus límites.
Nos está dibujando una Barcelona entre 1940 y 1958 que intenta levantarse económicamente. Va conformando la cosmogonía del barrio:
Ana Rodríguez Fischer precisa en su ensayo Ronda Marsé (Candaya, 2008) lo que Juan Marsé considera su “ambiente” literario: “Una visión directa de la realidad y de la vida en un barrio muy concreto, que ha condicionado toda la obra del autor, quien reconoce que ‘habría escrito cosas distintas si no me hubiera educado prácticamente en la calle, con una relación estrecha con los amigos y los ojos muy abiertos a todo’”.
La calle, elemento importante de la novela, podríamos verla como un engranaje que sirve para lograr el movimiento y la acción de los personajes. Es una fuente de activación de toda la narración, permite al lector observar el desenvolvimiento de los acontecimientos como si estuviera en un cine.
Ringo se mueve por toda la ciudad y recorre sus calles, y, además, la acción fundamental, la que da argumento al relato, se desarrolla en una calle.
Juan Marsé da por hecho lo que anteriormente dijeron los que investigaron su obra: el barrio es su espacio y lo va configurando a medida que escribe. Es el soporte de la historia que cuenta.
Santos Domínguez hace una lectura respecto al barrio que construye el escritor barcelonés en Caligrafía de los sueños, y sitúa a los personajes: “En la Barcelona de posguerra, en el Barrio de Gracia, a lo largo de la calle Torrente de las Flores que va de Travesera de Dalt a Travesera de Gracia, transcurren las vidas en vía muerta de unos personajes que se evaden de la realidad”.
Otros elementos recurrentes son las plazas, los bares y los cines que van apareciendo a medida que transcurren los hechos. Se reconoce una Barcelona de la posguerra.
También en los bares se desarrollan las acciones, se construyen como puntos de encuentros de los protagonistas y de personajes anónimos que deambulan por la ciudad. Y hay uno en especial de mucha importancia: el bar Rosales, aquí es donde se espera la ansiada carta que mantiene en vilo al lector:
La inclusión de los cines marca un mayor movimiento, tanto de personas como de historias que se cuentan en las películas. Incluso a lo largo de la novela se hace un recuento de los cines de la época. Además, el lenguaje cinematográfico siempre ha impregnado la obra de narrador del Guinardó.
José Antonio Garriga Vela contextualiza el cine como elemento de creación espacial en Caligrafía de los sueños: “Acudir a aquellas sesiones dobles de los cines de barrio donde se proyectaban películas fatigadas de tantas reposiciones y en las que resplandecía toda la luz que faltaba en las calles tristes y oscuras de la posguerra”.
Juan Marsé nos muestra la capacidad de recordar y reconstruir ficcionalmente una ciudad (la Barcelona de la posguerra) e infundirle una historia que salta las fronteras de la realidad y de la ficción. Al respecto, el hispanista Samuel Amell puntualiza:
“El uso que Marsé hace de la memoria es crucial en la construcción de sus novelas. Es el germen del que todo parte. En su elaboración de los hechos a través de la memoria. Marsé entrelaza pasado, presente y futuro y dota a los hechos y personajes de sus narraciones de un carácter ambiguo donde la verdad, la mentira, la imaginación y la ilusión se mezclan sin que el lector pueda atrapar con seguridad ninguna de ellas”.