La escritora, poeta y dramaturga Ana Merino (Madrid, 1971) conversa con Pliego Suelto sobre El mapa de los afectos (Destino), novela ganadora del Premio Nadal 2020, donde convergen las relaciones entre seres enigmáticos en un área rural de EE.UU.: veteranos de guerra, reponedores de supermercado, granjeros, agentes de seguros, bailarinas de club de alterne, personajes que llevan España en el pensamiento… Ana Merino reside en Iowa y es autora de los poemarios Juego de niños (Visor, 2003) y Preparativos para un viaje (Reino de Cordelia, 2013 – Rialp, 1995); las obras teatrales La redención (Reino de Cordelia, 2016) y Amor: Muy frágil (Reino de Cordelia, 2013); y del ensayo El cómic hispánico (Cátedra, 2003).
En el ámbito académico se te conoce como una destacada estudiosa del cómic. Y, en el literario, como poeta y dramaturga. Tanto la poesía como los cómics parecen confluir de algún modo en esta novela…
Nuestro universo lector macera en la mirada que desarrollamos cuando escribimos. Mi apasionamiento por el cómic ha generado una plasticidad en mi prosa. Me gustan los primeros planos reflexivos, los planos detalle que mantienen la tensión del instante. La novela arranca con el plano en picado de Samuel contemplándolo todo desde la rama de un árbol.
Escribir prosa es dialogar con el ritmo de la poesía y la tensión dramática del teatro, pero también deslizarse por las diferentes escenas buscando los colores de la atmósfera.
Hay en la novela un espacio de diálogo con todos los lenguajes literarios que me interesan. Es un texto muy cuidado donde los personajes se formulan desde una mirada poética, conjugando a su vez un ritmo preciso en el que crecen y evocan diferentes viñetas.
La novela se ambienta principalmente en Estados Unidos, concretamente en Iowa, pero España está muy presente en varias historias. ¿Querías crear un diálogo específico entre ambos lugares?
Algunos de mis personajes se mueven en varias geografías y esa experiencia da sentido a su existencia, la vida es un continuo aprendizaje donde los lugares que recorremos y las culturas que conocemos nos marcan.
Quise que varios personajes hicieran ese viaje transatlántico y que pudiéramos verlos en otras realidades y circunstancias.
Hay muchos aspectos de la cultura estadounidense que a los lectores españoles nos pueden parecer lejanos (veteranos de guerra, el modo de vivir la religión, el uso de las armas…). ¿Este efecto de extrañeza te sigue acompañando o ya estás familiarizada con esa realidad?
He interiorizado mucho de lo que aparece en la novela. Ese medio oeste estadounidense tan intenso es parte de mi propia vida. Hace casi veinte años, en mi primer destino comencé a trabajar con jóvenes soldados que mandaron a la guerra y eso me afectó muchísimo. Han ido pasando los años y las generaciones que fueron al frente volvieron como veteranos y llenos de traumas. Reintegrar a los veteranos en la sociedad es una labor compleja.
También he estado siempre muy involucrada con la comunidad latina migrante con la que he trabajado en muchos programas de alfabetización para niños o apoyo universitario para adolescentes. Es una comunidad muy importante a la que he visto trabajar muy duro y levantar la economía agraria y ganadera en regiones como Carolina del Norte, Nueva Inglaterra o Iowa, tres zonas en las que he vivido y conozco bastante bien.
Cuando esas escenas y esas personas forman parte de tu realidad cotidiana, es solo una cuestión de tiempo que los personajes eclosionen y tengan entidad literaria.
El mapa de los afectos se configura desde una multitud de personajes, una comunidad, que van armando una cartografía de las emociones, diversas, aunque siempre con un predominio de la bondad. ¿La bondad es nuestro superpoder?
La bondad, esa capacidad que tenemos para convivir en sociedad y ayudarnos los unos a los otros es el sustrato literario de mi novela.
Mis personajes se parecen a nosotros, y la forma en la que describo sus emociones nos ayuda a entendernos como construcción social. Celebro nuestra capacidad para asumir responsabilidades, y eso lo vemos en varios personajes de la novela que tienen un impulso natural para enfrentarse a las dificultades y ayudar y proteger a los demás.
Esa bondad natural es clave para la continuidad del grupo y es un elemento interesantísimo para desarrollar dentro de una trama. Es un tipo de mirada fresca que enriquece al lector, y aporta empatía.
Uno de los protagonistas de la novela, el adolescente Samuel, por ejemplo, siempre vivirá en el pueblo y le vemos crecer y trabajar de reponedor en el supermercado. Su forma de entender la vida, de refugiarse en la lectura de cómics y ayudar a los demás aporta una dinámica muy vitalista al texto.
“Es la empatía con el sufrimiento ajeno lo que más estimula las heridas y saca de dentro un abanico de angustias reales o imaginarias”. ¿Necesitamos del otro para superar este abanico de angustias?
Somos seres sociales y son los demás los que alimentan nuestras pasiones, los que dan sentido a nuestros afectos. La empatía con el sufrimiento es lo que garantiza nuestra supervivencia como sociedad en continua adaptación.
El mundo que hemos creado, la arqueología que está presente en nuestra cultura a través de los siglos es fruto de nuestra unidad. Los acueductos, las catedrales, las leyes, las constituciones, el conocimiento científico, la rueda, todos los avances, grandes o pequeños, que buscan un bien común, nos conectan con esa humanidad de generaciones que soñaron con el futuro de sus descendientes.
Juntos somos la energía que hace posible la continuidad de la especie, la comprensión mutua y el apoyo, la fortaleza misma de la pasión, el amor a la literatura o el disfrute de la vida…
En este tiempo tan especial de confinamiento, ¿cómo está conectando El mapa de los afectos con los lectores?
El mapa de los afectos es, como he apuntado, una novela que reflexiona sobre la humanidad como espacio de entendimiento y empatía. Nos deslizamos por las vidas de una serie de personajes y cómo sus realidades les van transformando a lo largo de los años.
El libro está gustando mucho a los lectores porque combina voces cotidianas con un estilo delicado y fluido. La trama toca muchos aspectos donde el lector se siente acompañado, la novela funciona como un espacio introspectivo de pensamientos muy humanos en los que cobijarse.
Últimamente parece que mucha gente busque una vuelta a una vida en el campo, un fenómeno que la pandemia, que azota especialmente núcleos urbanos superpoblados como Madrid y Barcelona, ha agudizado…
Esta difícil situación con la pandemia hace que volvamos a creer en la relación con el campo y la calidad de vida que ofrece. La contaminación de las ciudades y el deterioro urbano ha generado espacios de sufrimiento y desigualdad.
La recuperación sostenible de los pueblos puede aportar soluciones importantes, porque la vida de calidad necesita de pocas cosas dentro de una comunidad segura en la que todos nos conozcamos. La contaminación y el consumo descontrolado tienen efectos nocivos.
En la novela hay bastante reflexión sobre las responsabilidades que tenemos y lo que ofrece la vida agraria en armonía con la sociedad del futuro. El personaje de Diana P. la periodista va a hacer un reportaje sobre las semillas orgánicas y reflexiona también sobre su vida en la granja junto a su madre.
En cierta forma están las preocupaciones del futuro, está el compromiso de los que viven el presente e imaginan un mundo mejor.
“Las prisas eran una ficción que se había fabricado para ordenar su vida”, dice Aurora. Parece que la noción de aburrimiento tiene que desaparecer de nuestras existencias y que vivimos todo demasiado rápido.
El mundo cibernético ha acelerado nuestro ritmo de trabajo. Estar siempre conectados y sufriendo las expectativas de la inmediatez puede ponernos mucha presión.
En el personaje de Aurora, su carrera profesional y su espacio vital entran en conflicto. A través de la introspección literaria descubrimos cómo ha ido dibujando su vida y el sentido del tiempo.
En la novela la idea de tiempo y vida es muy importante, porque nuestra vida son aquellos instantes que somos capaces de evocar y reconocer. En Aurora el reconocimiento se transforma en la necesidad de desprenderse de todo lastre material.
En la novela leemos: “la vida hay que experimentarla más allá de tu propio pensamiento”. ¿Cómo se puede experimentar la vida fuera del pensamiento?
Relajándonos y aprendiendo a disfrutar de la cotidianeidad de lo vivido. Siendo capaces de saborear cada segundo. El pensamiento nos permite abarcar y entender el mundo que nos rodea, pero las decisiones impulsivas que expresan el afecto, la capacidad de disfrutar, de querer a los demás, de ser naturales y disfrutar, son una forma de vivir fluida y natural.
Esas características están en el personaje de Rita, ella ha pensado mucho, ha sufrido mucho, pero cuando se desliza por la vida, y reparte amor no lo piensa, le sale de forma natural.