En el marco de la serie Apuntes sobre la Coronacrisis, la escritora Verónica Nieto (Córdoba, Argentina, 1978) pone de relieve el acto de leer y el sentido de la biblioteca personal en la construcción del individuo y la conexión con el mundo. La lectura y la biblioteca como hogar, refugio y oráculo, en medio del confinamiento y la pandemia.
Uno recorre su propia biblioteca como si recorriera su propia casa.
Si uno piensa en “casa” se puede pensar en la primera casa, en volver al principio de eso que significa “casa”. Entonces uno se esfuerza por encontrar el arranque, el chasquido. Cuál fue ese primer libro. Imposible saberlo, por supuesto. Imposible de recordar.
Ser escritor es ser un lector salteado, un lector demasiado activo y desmemoriado. Un lector que ha olvidado cómo ha construido su biblioteca.
Uno va apilando ladrillos y pegando con cemento. La memoria es el cemento. Uno va tejiendo relaciones entre distintas lecturas. Afinidades entre autores, árboles genealógicos por estilos, por ejemplo. Pero la memoria va decantándose en zonas inconscientes. Zonas aprendidas y después olvidadas. Eso en el mejor de los casos, porque los libros también desaparecen, dejan ventanas.
Nuestro vivir es una serie de adaptaciones, vale decir, una educación del olvido. [Jorge Luis Borges, “La postulación de la realidad”]
Soy incapaz de recordar el primer libro. De modo que vuelvo a aquel texto de Borges, Discusión, publicado en 1932, como si volviera a casa.
Uno recorre las páginas del libro como si fueran habitaciones y relee segmentos subrayados como si volviera a probarse esa ropa que ya no se pone porque ya no sale. Porque hay que quedarse en casa.
Hay textos de Discusión –como “La superstición ética del lector”, “La postulación de la realidad”, “El arte narrativo y la magia”, “Las versiones homéricas”, “Vindicación de Bouvard et Pécuchet”, “Flaubert y su destino ejemplar” y el más a menudo releído “El escritor argentino y la tradición”– donde encuentro subrayados.
Anotaciones al margen, por ejemplo: “idea del aleph”, “idea de las ruinas circulares”, “idea de Pierre Menard”.
Hay ideas que uno tiene sobre la literatura que ha olvidado que leyó una vez acá.
Como la idea de la relatividad del estilo y de cómo este pasa de moda. La idea de que el estilo narrativo es más la musicalidad del fraseo de las propias “ocurrencias del idioma español” que una poética de la imagen (ocurrencias del escritor).
O la idea de que el arte de la narración tiene más que ver con la fe en la palabra, con la palabra como acto de fe, que con la descripción causal y verosímil. Con la simpatía entre cosas distantes, con la perplejidad, que con la causalidad psicológico-realista. Porque la magia tiene, evidentemente, su propia irrefutable causalidad.
O la idea de que leer el original no tiene por qué ser preferible a leer una traducción.
Con los libros famosos, la primera vez ya es la segunda, puesto que los abordamos sabiéndolos. [Borges, “Las versiones homéricas”]
Y, por supuesto, la idea de que la irreverencia es fundamental si uno pretende escribir.
Que no hay temas nacionales o temas literarios de por sí. Que la tradición de un escritor es toda la literatura, la Weltliteratur, y que:
La verdadera esencia de la obra de un escritor suele ser ignorada por este. [Borges, “El escritor argentino y la tradición”]
Si hay que quedarse en casa, volvamos a casa.