El humor puede entenderse como una forma inesperada de entrar en los miedos para mostrar su incongruencia. Pienso que sucede así en Más fácil todavía (Maclein y Parker, 2019), de Bernat Castany, e ilustrado por Pere Ginard, libro compuesto por una serie de poemas-cuento que tienen como marco narrativo el universo del circo. En todos ellos habla un personaje distinto, y cada uno es un trasunto de los miedos contemporáneos.
Se dirige al lector-espectador, entre otros, un hombre que se levanta de la cama sin dificultades, respira, se prepara un café, sin errar en nada, mientras que el público se asombra, aplaude y quiere imitarlo. Nos habla también un mono sabio humanamente triste, tan humano para todo menos para que le amen. Un escapista con miedo al compromiso. Un hombre bala que parece un enfermo que solo aspira a cambiar de cama en un mismo hospital (tomando prestada la imagen de Baudelaire). Un payaso que ha perdido el compás de la risa. También lanzadores de cuchillos que cambian las dagas por reproches conyugales. O una pitonisa que se tira piedras contra su propio tejado desaconsejando mirar al futuro.
En la concepción del poema, el libro entronca con la filosofía greco-latina en la medida en que concreta el pensamiento en una materialidad, lo corporeiza en una historia. La confluencia entre literatura y filosofía, por tanto, no consiste solamente en la enunciación de una serie de problemas filosóficos, sino en su encarnación poética. De esta forma, todo el libro se convierte en una suma de personajes –o miedos– que miran al lector-espectador para devolverle no una imagen deformada, sino una bien cercana de sus angustias, de su facilidad para complicar lo sencillo.
Y precisamente esto, complicar lo sencillo, es decir, su lejanía de lo natural, entendida como condición del humano hoy, en nuestra estricta contemporaneidad, es uno de los temas centrales del libro.
En el ensayo Humorismo (1930), Ramón Gómez de la Serna propone que «hay que desconcertar al personaje absoluto que parecemos ser, dividirle, salirnos de nosotros, ver si desde lejos o desde fuera vemos mejor lo que sucede». En el poemario de Bernat Castany, el marco del circo posibilita ensayar ese desconcierto y también mirar de una manera un tanto extrañada los miedos del día a día, representados por otro, que bien puede llevar tu-mi-nuestra máscara.
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Antes de tomar asiento –o de levantarme de él, ya que la cuestión es el desconcierto alegre– quiero hacer un aparte para pensar sobre qué entendemos por humor y sobre algunas de sus posibilidades literario-filosóficas.
Como recuerda Pirandello en El humorismo, el término humor está vinculado a la enfermedad, así como la melancolía, que en su origen tenía el sentido de ‘bilis’ y era uno de los humores de la teoría de Hipócrates. De esta forma, humor y melancolía están más vinculados de lo que parece.
Para Pirandello, el humorismo sigue el siguiente proceso: en primera instancia, percibimos el contraste y nos reímos, pero si interviene la reflexión, vemos aquello que se esconde detrás de las apariencias, notamos su contrario. La reflexión descubre, detrás del aspecto cómico, la presencia de un elemento dramático y patético, y la risa se transforma. Risa y lloro se juntan. Podemos entender el humor, entonces, como la irrupción de la alegría acompañada de un reverso acaso más incomprensible: la melancolía.
Este doble movimiento del humor está también presente en el poemario de Castany, incluso a un nivel material, pues las ilustraciones enfatizan el tono extrañado que atraviesa cada uno de los poemas. En todos ellos opera un desplazamiento de la mirada, un giro, un desvío de sentido. En cada poema se confunde el orden del mundo, se le devuelve al cosmos sus elementos un poco patas arriba, como dice Gómez de la Serna.
Además, el ámbito del circo cataliza la perspectiva humorística, pues permite tornar asombroso lo cotidiano, sacarlo de sus márgenes acostumbrados, removiéndolo con el humor.
Gómez de la Serna afirma que «el humor entra en las cosas por el lado por el que no existe, y que es el que las revela más». Esto también sucede en Más fácil todavía: el humor entra de pleno en los miedos cotidianos tan de nuestro siglo para desarmarlos, para mostrar su incongruencia, o como se puede leer en el poema “El malabarista”:
Somos dioses concentrados / en que el cosmos no se caiga. / Qué tarea tan grandiosa, / y al mismo tiempo tan vana, / retrasar por un instante la llegada de la nada. [Bernat Castany]
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En un artículo titulado “La salvación por la literatura y la filosofía: o la ejercitación de la alegría mediante la escritura y la lectura”, publicado en esta misma revista, el propio Bernat Castany, apoyándose en la teoría spinoziana de las pasiones tristes y las pasiones alegres, reflexiona en torno a las posibilidades de la literatura como ejercitación filosófica. Es decir, piensa sobre sus potencialidades redentoras, en la medida en que la literatura, especialmente en confluencia con la filosofía, puede tornar las pasiones tristes en alegres.
En esta dirección se puede leer Más fácil todavía, pues en muchos de los poemas se exponen pasiones tristes que constriñen la vida, que la apagan o disminuyen. El primero, por ejemplo, titulado de forma homónima, puede entenderse como una síntesis de los efectos del miedo, pues retorcer lo sencillo es fruto de las proyecciones angustiantes que nos impulsan a vivir en una constante recreación ficticia de los problemas:
Comenzó el último número / y la gente, levantada, / pudo ver cómo aquel hombre / simplemente respiraba, / hinchaba primero el pecho / y luego lo deshinchaba / (y lo hacía sin la máscara / de oxígeno preparada). [Bernat Castany]
El miedo –acaso uno de los grandes temas del siglo XXI– marca un vivir a destiempo, como si entre el yo y la realidad mediara una distancia impuesta o inventada. Como si hubiera un decalage entre el yo y la vida. No obstante, el libro no se queda solamente en una exposición de los efectos de las pasiones tristes, sino que pueden leerse estos poemas como ejercicios filosóficos de disminución del miedo, gracias al humor, que reduce la angustia y potencia las pasiones alegres.
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Chesterton, en su ensayo “El humor”, incluido en Correr tras el propio sombrero (1933), dice que el humor «es en parte la admisión de la incoherencia, pero que, a fin de cuentas, aporta una nueva belleza a la vida». De esta forma, el humor reduce la angustia en la medida en que desvela la incongruencia, entra en los problemas por un lado inesperado y disminuye su magnitud, pues, continuando con Chesterton, «lo verdaderamente divertido de los cuentos de hadas: [es] la idea de que algo aparentemente omnipotente se vuelva impotente merced a un pequeño truco».
Por todo ello pienso que el poemario de Castany admite esta lectura: frente a las pasiones tristes que asoman en varios poemas, la mirada humorística puede entenderse como un ejercicio filosófico enfocado a potenciar las pasiones alegres, que amplían la vida. O, al menos, la sensación de vida.
De fondo, en última instancia, late un proyecto de recuperación del sentido, desde la asunción de las problemáticas inherentes a la articulación de un sentido, desde sus ruinas acaso, porque, en lugar de remitirse solamente a captar el miedo o solamente a describir sus efectos en el individuo, propone una respuesta, y lo hace mirando a los miedos con humor: desordenándolos, restándoles gravedad y solemnidad.
Entiendo, entonces, que late un proyecto de recuperación del sentido por su apuesta por pensar el miedo –y sus concreciones diarias– agitándolo con el humor, por ensayar una idea de la literatura entendida como ejercicio filosófico, por tratar de potenciar desde el poema las pasiones alegres, en lo que tienen de apertura al mundo y a la vida.