Ahora que las escuelas e institutos de secundaria están cerrados en toda España por la crisis sanitaria, y tomando como punto de partida Las mejores palabras de Daniel Gamper (Premio Anagrama de Ensayo 2019), nuestra colaboradora Bárbara Bayarri reflexiona sobre la relevancia social de la interacción entre la escuela y las palabras en la construcción del discurso y en los valores éticos y políticos de nuestro tiempo.
[Leer un fragmento de Las mejores palabras]
El año pasado, la editorial Anagrama premió a Las mejores palabras de Daniel Gamper con el 47º Premio de Ensayo. En los siguientes meses, múltiples medios de comunicación se hicieron eco del galardón, por lo que son numerosas las entrevistas al autor que se pueden leer, ver y escuchar actualmente. Esta reseña, fiel al ensayo, es un breve texto en curso que se sirve de este para realizar algunos apuntes sobre la libre expresión en las escuelas.
Si Marina Garcés situaba la filosofía Fuera de clase, en el ensayo de Gamper entramos de nuevo en el aula desde la práctica filosófica. Especialmente, en el capítulo “Entre la calle y la casa”. Ambas propuestas piensan en el sistema educativo desde una mirada ética y política. Garcés presenta la educación institucional desconectada de los ámbitos y esferas de la vida en que nuestros aprendizajes toman sentido. Gamper, en cambio, piensa la escuela a modo de filtro entre la sociedad y la familia. Como el espacio en el que las sociedades liberales construyen la ciudadanía y protegen al individuo de las presiones del grupo.
Qué se puede o no decir en las aulas, cuáles son sus posibilidades y limitaciones en la transferencia de conocimiento o qué puntos debemos privilegiar en la agenda de la educación pública son algunos de los interrogantes tratados con frecuencia en páginas y diálogos de diversa índole.
La revisión crítica del funcionamiento de nuestro sistema educativo, desde aquellas instituciones de las que estas dependen hasta los contenidos de los currículums escolares y universitarios es una corriente en el debate público actual, en el que la preocupación por su buena salud se extiende al conjunto de la sociedad.
Qué entendemos por buena salud es algo en lo que difícilmente llegaremos a estar de acuerdo, no obstante, convenimos en su pertinencia.
La responsabilidad epistémica de decidir a quién le damos autoridad, a quién decidimos escuchar, es algo que se le escapa al niño/a que se encuentra ante el/la docente sin ningún poder de elección sobre él/ella. Probablemente sería falaz decir que ahora hablamos y nos ocupamos más de lo que esto implica. Lo que sí percibimos es que parece haber una mayor conciencia sobre la importancia de asumir ese cuidado en tanto que asunto común del que nos hemos de ocupar activamente para impedir que se vulneren sus derechos.
Las mejores palabras no es un ensayo sobre lo que ocurre en las aulas, como tampoco es el sistema educativo su centro de gravitación. Claro que, si las palabras nos constituyen y son el vínculo primordial que establecemos unos con otros, parece indiscutible la relevancia y la repercusión social del centro educativo en el proceso de aprendizaje y en el desarrollo de la comunicación fuera del hogar familiar.
Este ámbito tiene para el autor una responsabilidad en el despertar de la conciencia del uso de las palabras. Cabe preguntarse entonces cómo circulan las palabras en la escuela. Si protegerlas impide que se le robe a la humanidad el derecho a transformarse, las que se dicen en las aulas son quizás las que necesitan ser cultivadas con una mayor atención y esmero.
No tanto por amparar una suerte de libertad del/la docente para decir lo que quiera, como por la necesidad de proteger al más vulnerable: los/as niños/as de forma directa y la comunidad de forma indirecta, en tanto que futuros/as interlocutores/as del ágora pública, para desarrollar su propia voz desde el intercambio y, con él, desde la conciencia de la diversidad de cosmovisiones presentes en la sociedad.
Uno de los casos recientes más sonados, sobre el que Gamper ha escrito en el Diari Ara, es el veto parental que la ultraderecha desea imponer en relación con las clases de educación sexual que están realizando en una escuela de Navarra. Esta provocación del conflicto, más allá de una moralista y angosta percepción sobre la sexualidad de ciertos sectores de la sociedad, visibiliza algunos obstáculos para el desarrollo de las buenas prácticas en las escuelas.
En este caso, aunque es aplicable a otros, se pone de manifiesto el deseo, y casi obcecación de algunos, para que no se normalicen otras formas de nombrar al mundo. Como por ejemplo, una que no discrimina a las personas por su género u orientación sexual. Esto, que desde el uso de las palabras no debe suponer ningún problema, si entendemos que incluir otros modos de vida es algo beneficioso, resalta una verdadera problemática: la falta de recursos con la que lidian los centros educativos para acoger la diversidad en las aulas.
En una clase de primaria del barrio barcelonés del Raval una profesora se enfrenta a diario a los retos de un grupo de alta complejidad, tal y como se le llama ahora. Grupos en los que algunos alumnos no conocen ni la lengua catalana ni la castellana, el 80% provienen de otros países, buena parte de ellos viven en riesgo de exclusión social y varios profesan su fe desde diferentes religiones.
En ese contexto, ¿cuáles son las mejores palabras?
La escuela, apunta Gamper, es el lugar en el que se disciplina a las palabras y se las articula bajo un modelo de conversación racional orientada a la búsqueda colectiva de la verdad. Pueden ser palabras cálidas que enseñan, pero para que lo hagan no pueden venir dadas por imperativo moral y deben estar vaciadas de recursos morales en nombre de la neutralidad.
Cabe entender que será entonces una búsqueda de verdades, en minúscula y en plural, capaces de acoger la diversidad y guiar la coexistencia pacífica.
Sin recetas únicas para hacerlo, tal vez, las mejores palabras en las escuelas sean las que permiten la reflexión y traen consigo la posibilidad de una transformación, para la que debemos asumir la responsabilidad de proteger las palabras que abren mundo(s).