La vida no es sueño
Donde la ciudad cambia su nombre, de Francisco Candel (1925-2007), escrita en 1957, es para mí, por muchas razones, un libro entrañable –“entrañable”, qué adjetivo, sueno como Matías Prats padre–. En casa de mi familia hay desde siempre una edición de 1965, que descubrí de pequeño y he ido leyendo y releyendo a lo largo de mi vida.
Más o menos a los doce años, cuando lo leí por primera vez, me pareció un libro divertido, a pesar de que empieza con un apuñalamiento. No se puede negar que tiene gracia que haya gente a la que sus vecinos conocen solo como el Paquirri, el Cagando, el Michurella (del catalán mitja orella, media oreja) o el Mataburras (más tarde Matacojos). No es menos gracioso que un señor a quien llaman el Perchas haga un agujero en la pared para espiar a sus vecinas que se están duchando, que su hija le delate (“Mama, mira el papa”) y que las mismas mujeres a las que espiaba lo linchen (“¡Calzonazos!”,“¡Cuando se entere mi marío te mata!”, “¡Matarlo de una vez!”). Las historias del libro estaban para mí al mismo nivel que las de las Mil y una Noches o el Decamerón, que habitaban – ojo, una metáfora- la misma estantería.
A la segunda lectura, años más tarde, me di cuenta de que esas historias, graciosas o tristes (que también las hay), estaban basadas en, o mejor dicho, transcribían fielmente hechos reales, que se enmarcaban –segunda metáfora, cuidado– en un tiempo y un espacio mucho más cercano que el Bagdad o la Florencia de la Edad Media. Donde la ciudad cambia su nombre trata de la Barcelona de los años cincuenta, la época en que mis padres, como muchos otros inmigrantes del resto del estado, llegaron a Catalunya para convertirla en lo que es hoy, sea lo que sea lo que es hoy, ya que todo el mundo parece verla de una manera distinta. Y el escenario es el barrio de las Casas Baratas, a diez minutos andando de donde vivo.
Además, el libro me atraía por su aspecto: en la cubierta, verde, que hace tiempo que perdió la camisa1, hay grabada una mano abierta que parece plantada en el suelo. De las yemas de los dedos salen ramas con hojas. Debajo de esta mano-árbol hay escrita una frase: LA VIDA NO ES SUEÑO.
Lo que tomé por algún tipo de emblema didáctico resultó ser el nombre de la colección, pero no hay frase que resuma mejor la novela. LA VIDA NO ES SUEÑO, y en la Barcelona de la posguerra lo era mucho menos.
Las Casas Baratas, la SEAT y la Aldea Universal
Las Casas Baratas, o Eduardo Aunós, era, es aún, un barrio de la llamada Zona Franca de Barcelona, entre la montaña de Montjuïc y el puerto. Es desde siempre una zona de acogida de recién llegados, y también lo que se conoce como un barrio marginal, industrializado y sucio:
Estas tierras son un mantel, eran como una especie de verde mantel, con sus campos, con sus acequias, con sus caseríos…¡Qué verde era mi calle! Es verdad. Era verde. Ahora, en cambio, es sucio, polvoriento, amarillo, sobre todo polvoriento…Al mantel le han nacido protuberancias: los barrios; y eczemas: las fábricas. Los barrios eran Port, Casa Antúnez, Casas Baratas, Plus Ultra…Colonia Canti, Colonia Bausili, Colonia Santiveri…
Ahora han brotado, como por ensalmo, las viviendas de la SEAT, de los empleados de la SEAT, esa factoría de coches que ha dado el hachazo definitivo a este paisaje, que lo ha acabado de romper y de invadir
El mundo de Candel –la aldea que pinta para ser universal– tiene veintiuna calles, cien descampados y dos o tres poblados gitanos donde vive lo mejor de cada casa. Tenemos, por ejemplo, a la Carmela, nieta de un virrey venida a menos por culpa de la cocaína; al Torégano, un policía secreta alcohólico de gatillo fácil; también al Enrique, que trabaja como “corredor de pelo”, recogiendo y vendiendo el pelo que queda en el suelo de las peluquerías.
Donde la ciudad cambia su nombre empieza con un asesinato y acaba con una procesión. Nos describe un caos social ordenado en el que el cura Mosén Lloveras, el médico y el propio escritor son los únicos referentes, digamos, cuerdos. Este microcosmos mezquino está tan lleno de contradicciones como la sociedad donde está incrustado:
La devoción de aquellas gentes por la Virgen del Carmen era inconmensurable. Para ellos la Virgen del Carmen lo era todo: la querían más que a Dios. Algunos, cuando la guerra, llevaban junto con el carnet de la F.A.I.2 una estampita de esta Virgen.
Las contradicciones siguen estando presentes ahora, en un tiempo en el que somos gente cada vez más pobre e indignada con un móvil de última generación en el bolsillo. Para protestar nos manifestamos en fila y por donde el ayuntamiento nos dice que hay que hacerlo: como en una procesión cualquiera de Semana Santa.
Literaturas, las justas. La verdad y el cuento, quién es quién
La novela está escrita con un estilo sobrio, coloquial, que evita incurrir en lirismos y parece pedir perdón cada vez que traspasa la línea de lo literario. Literaturas, la justas:
¡Ah, si ganara el concurso! Entonces, [El Candel] tal vez, seguramente publicaría la infinidad de artículos y la porción de cuentos. (Ya estamos otra vez con la literatura, con las pijaditas, como los lilas, como los impotentes. ¡Al grano, al grano!
En Donde la ciudad cambia su nombre Candel se permite pocas pijaditas. Reflexiona, pero dejando hablar a los hechos. Los números cantan y adornar la realidad solo sirve para caer en la frivolidad del costumbrismo. En sus propias palabras:
Cuando [Mosén Lloveras] contara a sus conocidos de Barcelona lo del bautizo del gitano (…) se iban a reír. Incluso lo iban a envidiar a él, que estaba mezclado con estos tipos y veía, presenciaba estas escenas tan pintorescas. El pintoresquismo todo lo disculpa, todo lo disimula, y hasta lo engrandece. El pintoresquismo es una superficie, una cáscara, en la que todos se detienen, y ahí estaba lo malo. El pintoresquismo es la madre de las instituciones benéficas, de las damas de las Conferencias, de las señoritas catequistas.
No obstante, por mucho realismo fotográfico que quiera imprimir Candel a la narración de su vida y a la de sus vecinos, la literatura, como la verdad en los expedientes X, está ahí fuera. En el capítulo “El tío Serralto, de cómo murió”, por ejemplo, hay un viejo que vive un mes con cada uno de sus siete hijos. Cuando cae enfermo, el hijo con el que vive en ese momento lo carga en un carro e intenta endosárselo a alguno de sus seis hermanos. Ninguno quiere hacerse cargo de él y al final el viejo muere tumbado en el carro, a la intemperie. El Rey Lear y Père Goriot se pasean por las Casas Baratas (sí, es literatura):
Había muerto… Como los perros había muerto, ¡eso es! Entonces, las hijas, se pusieron a llorar desconsoladamente, a grandes gritos, histéricas perdidas. Los hijos se pusieron circunspectos…Todos querían disputarse el honor del entierro… Y le hicieron un entierro muy bonito, pues no querían quedar mal delante de la gente.
La aldea de Candel no sólo la visitan Shakespeare o Balzac. En “Sangre de virgen”, el gitano Cuclillas, adolescente juncal, es forzado a casarse con la gitana Pirula, después de haberle dado un inocente beso en la mejilla. La vida imitando, o casi, a García Lorca en un Romancero donde la luna no lleva polisón de nardos ni nada parecido :
El Cuclillas, que era tan risueño -¡ja, ja!- ya no volvió a reír. Siempre andaba taciturno, amarillo y estropeado. (…) Debía de pensar en la chiquilla de los trece años, con la cual hablaba sin que nadie lo supiera, con la que andando el tiempo se hubiera casado sin romper ningún plato ni ninguna olla, sin que nadie hubiera mirado si era virgen o no, y que lo hubiera sido sólo para él; con la chiquilla que no era gitana, que era paya, como dicen ellos; con la chiquilla que vivía en la calle 21 bis, junto a la calle Sovelles, antes calle 21 a secas.
Candel es un escritor a la altura de los mejores, precisamente, porque no es un escritor. O mejor dicho, porque no hace, o no quiere hacer –o parece que no lo quiera– literatura. El solo hecho de vivir –me pongo pedante– produce, pasado por el crisol falsamente inocente de Candel, lírica suficiente.
Donde la ciudad cambia su nombre no es una novela moderna, ni temporal ni estéticamente. No hay personajes inverosímiles, frivolidad, ni mundos maravillosos llenos de surrealismo. Tampoco encontraremos retóricas arriesgadas, y de las otras, la verdad, no hay demasiadas. Habrá a quien le parezca desfasado, carrinclón, pero es muy recomendable si necesitamos una literatura sincera y humilde, sin barroquismos ni afeites: Literaturas, las justas, vendríamos a decir.
2 Federación Anarquista Ibérica
Isabel
28/02/2014
Buenas tardes,
¿Comentas que vives o vivías a 10 minutos de las Casas Baratas?. Si es verdad, no comprendo como puedes hablar de barrio marginal y sucio en tu blog. Deja ese tipo de adjetivos para los foráneos que no conocen nuestro barrio y critican antes de saber. Cosas malas hay en todas partes, pero no se puede renegar del lugar de donde vienes porque es parte de uno mismo. Me quedo con todo lo bueno que tiene la barriada, gente luchadora y orgullosa.
Pacou
11/07/2014
Germán, el comentario de Isabel parece indicar bien claramente que ahora no tienes más remedio que hacer una reseña de «Dios, la que se armó!»
Julio Hardisson Guimerà
08/08/2023
Muchas gracias por la precisión, Marta.