Nicolás Sartorius: “La manipulación del lenguaje es un elemento de la corrosión de la democracia”

Detalle cubierta «La manipulación del lenguaje. Breve diccionario de los engaños», 2018

 
A través de La manipulación del lenguaje. Breve diccionario de los engaños. (Espasa, 2018), Nicolás Sartorius (San Sebastián, 1938), analista político, representante histórico de la izquierda española y actual presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas, pone el dedo en la llaga acerca del uso malintencionado e irresponsable de términos y conceptos acuñados por parte de la clase política y los medios de comunicación. Conversamos con Sartorius sobre su nuevo libro, donde recoge una selección de expresiones en forma de diccionario, cuyas entradas son pequeños ensayos certeros, críticos y no exentos de mordacidad y buen humor. Además, Sartorius toca temas como el procés catalán, su lucha contra el franquismo, Trump, las nuevas tecnologías, la posverdad y las fake news.

[Leer un fragmento de La manipulación del lenguaje]

Has publicado recientemente un “breve diccionario de los engaños” en el que recoges palabras, procedentes del ámbito económico, social y político, a tu juicio, mal empleadas. ¿Existen mecanismos para defenderse o el ser humano es per se manipulable?

Nicolás Sartorius

La manipulación del lenguaje con la intención de engañar, confundir u ocultar la realidad es una operación muy antigua. Se dice que la verdad es la primera víctima de las guerras y estas son muy viejas. Siempre hay una lucha por el poder, por la dominación, por la hegemonía, y esta es la razón del engaño.

No creo que seamos per se manipulables, como condición del ser humano, pero la ignorancia, la falta de información o el poder excesivo de algunos facilita la manipulación.

Sin duda, hay mecanismos para defenderse en base a la educación, la formación, el desarrollo del espíritu crítico, la transparencia, la información veraz, el debate libre, etc. Todo ello compone un conjunto que no es fácil articular, pero es una batalla que hay que librar a diferentes niveles.

¿Cómo fue la selección de los términos que defines en tu “diccionario»?

Ha sido una labor de varios años. Los términos, conceptos o frases han ido apareciendo, en especial debido a la última crisis económica, social, cultural y política, que se agrava a partir del 2008. También en el ámbito del llamado ‘procés’ secesionista catalán.

La selección está basada en un criterio que podríamos llamar dialéctico, es decir, en función de la teoría de los contrarios. No se trata solo de mentiras o falsedades, sino que la voz o frase seleccionada, en realidad, expresa lo opuesto de lo que aparentemente expresa.

Sartorius y Alfaya, 1999

Sin duda, se han quedado muchas palabras por el camino, pero en algún momento había que parar. Ya habrá ocasión de comentarlas.

El punto de partida del libro recuerda tu lucha contra el franquismo, una dictadura que imponía un uso concreto de un lenguaje que servía a unos determinados fines. ¿Por qué en la democracia seguimos usando palabras equivocadamente?

La democracia es, sin duda, el mejor sistema político existente, pero no es una vacuna inexpugnable frente a la manipulación y el engaño. Dentro de ella se libra una pugna económica, política, social y cultural, y hay fuerzas que, con la intención de dominar, manipulan lo que haga falta.

No es que haya alguien que decide sobre el sentido de las palabras. Lo que funcionan son centros de diferente origen que lanzan o producen conceptos o frases engañosas que se transmiten al gran público a través de los medios de comunicación. Por eso en mi libro hay una crítica a los mass media, por acoger y extender acríticamente esos términos manipulados.

De alguna manera, ¿el lenguaje engañoso ataca los fundamentos mismos de la democracia?

Creo que la manipulación del lenguaje, con finalidad engañosa, es un elemento de la corrosión de la democracia. Es una forma de corrupción muy dañina, pues confunde, ofusca y desarma a la ciudadanía y dificulta la adopción de opciones o decisiones racionales y justas.

Time Magazine, Junio 2018

No creo, no obstante, que la democracia esté en una situación de peligro inminente, por lo menos en Europa Occidental o en la Unión Europea. Pienso que la democracia es fuerte, pero al mismo tiempo es una planta que hay que cuidar, entre otras maneras, desenmascarando las falsedades y manipulaciones.

En este sentido, hay que combatir con energía y desde el inicio cualquier brote de xenofobia, de nacionalismo o cualquier otra manipulación de tendencia fascistoide. La situación en países como Polonia, Hungría, Italia o los EEUU de Trump es preocupante, como también los fenómenos de extrema derecha que están surgiendo por toda Europa.

El nacionalismo es una lepra que hay que combatir sin descanso o acabará con la UE.

Muchos políticos se presentan a favor de reformar la Constitución como la solución definitiva para llegar a determinados fines. ¿Crees que puede ser una solución para resolver los múltiples engaños?

En realidad, no creo que haya soluciones definitivas. Sin embargo, una reforma de la Constitución del 78, en el sentido de culminar la arquitectura territorial en una dirección federal y ampliar las garantías de algunos derechos sociales, mejoraría nuestra vida colectiva. No creo que desaparecieran todas las tergiversaciones, pero por lo menos aquellas derivadas del ‘proceso’ catalán disminuirían.

Espasa, 2018

La fortaleza de un Estado democrático depende, en buena medida, de la cohesión social y territorial, y conviene mejorar en ambas direcciones.

En conclusión, sería ingenuo pensar que una reforma de la Constitución produciría una solución definitiva del problema que nos ocupa, pero si se aborda en la dirección que he indicado, ayudaría a resolver algunas cuestiones importantes.

A lo largo del libro, los medios de comunicación y los políticos quedan bastante mal parados, al ser unos de los principales promotores de la proliferación de esos usos engañosos. ¿Solo ellos disponen de la legitimidad para acuñarlos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

En el libro no todos los términos manipulados o engañosos tienen su origen en la política o en los medios de comunicación.  Muchos de ellos, casi la mitad, surgen de la terminología económica y social.

El problema de los medios –y de ahí mi crítica– es que han extendido esos términos, conceptos o frases sin someterlos al más mínimo cuestionamiento. La falsedad a través de la manipulación no tiene mucho recorrido si los medios no la extienden o expanden entre el gran público.

En cuanto al origen político o económico de las palabras que tergiversan la realidad, forma parte, como apuntaba antes, de la batalla de intereses, de la lucha por el poder o por la hegemonía.

La extensión actual del fenómeno radica en múltiples causas. Quizá una de ellas, no menor, es el uso que permiten las nuevas tecnologías, la posibilidad de crear una esfera virtual de la realidad, donde lo importante es la viralidad del mensaje, al margen de su veracidad. Cuanto menos veraz más viral.

Jordi Amat, 2018

Respondiendo más concretamente a tu pregunta, en realidad, no existe legitimidad para acuñar conceptos falsos, si bien se construyen y se lanzan en el marco de esa batalla a la que he hecho referencia antes.

Hasta aquí se ha llegado, entre otras razones, porque para imponer determinadas estafas económicas –consecuencia de la crisis– o políticas –por ejemplo, el ‘proceso’ catalán– hay que empezar por manipular el lenguaje.

Como he dicho en numerosas ocasiones, la batalla de las ideas se empieza ganando o perdiendo por el lenguaje.

¿Estamos viviendo en una realidad ficticia plagada por un sinfín de “ismos” cada vez menos descifrables? ¿Estamos condenados a vivir en la era de la posverdad, de las fake news y del hipercontrol gubernamental?

No estamos condenados a vivir en una realidad ficticia, pero es evidente que hay fuerzas interesadas en hacernos vivir en la era de la posverdad, que no es otra cosa que la mentira, de las ‘fake news’. No hay más que seguir a Trump o a Bannon, entre otros.

Salir o superar esta situación “depende de lo que hagamos” –como diría Kant– y lo que hay que hacer es combatir, desenmascarar por todos los medios a nuestro alcance esas manipulaciones, tergiversaciones, falsedades, etc.

Por último, no creo que el problema sea que haya un «hipercontrol» gubernamental, por lo menos en la mayoría de los países centrales de la Unión Europea. Lo que sí hay es una incidencia excesiva y determinante, en muchas ocasiones, de los grandes poderes económicos y tecnológicos en la vida política.
 

Sobre el autor
(Salon de Provence, 1986). Aunque nacida en Francia, España es, sin lugar a dudas, su país de adopción. De hecho, se especializó en literatura española y, concretamente, cursa un doctorado sobre dramaturgia contemporánea. Es co-directora de la Revista de Investigación Teatral Anagnórisis. Y, a pesar de la crisis, también co-dirige la Editorial Anagnórisis, sello digital especializado en teatro y estudios humanísticos.
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