Viceversa. La literatura latinoamericana como espejo (Paso de Barca, 2018) es una recopilación de ensayos de Constantino Bértolo (Navia de Suarna, 1946), uno de los editores y críticos de referencia en España. Dialogamos con él acerca de su nuevo libro, de las relaciones entre la literatura española y la de América Latina, del mercado hispanohablante de EE.UU., del imperialismo cultural estadounidense y del campo editorial en tiempos del neoliberalismo. Bértolo también es editor de la antología de Karl Marx Llamando a las puertas de la revolución (Penguin Clásicos, 2017) y autor de títulos como Libro de Huelgas, revueltas y revoluciones (451 Editores, 2009), La cena de los notables (Periférica, 2008) y Cómo se lee un libro (Alborada Ediciones, 1987).
En Viceversa. La literatura latinoamericana como espejo realizas un recorrido crítico por obras memorialistas (Vargas Llosa, Bryce), novelas (Terranova, Meruane, Levrero, Walsh), poesía (Blanco Aguinaga y Raúl Rivero) y ensayos (J.C. Mariátegui, Beatriz Sarlo y Mario Campaña). ¿Cómo surge tu interés por la literatura hispanoamericana?
Entiendo que el interés por la literatura en lengua castellana lleva incorporado el interés por la literatura latinoamericana.
Mi encuentro personal con esa literatura se produjo a finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando tiene lugar aquel acontecimiento editorial y cultural que conocemos como el boom: la llegada masiva (y yo diría que absolutamente refrescante) que supuso la lectura de autores como García Márquez, Vargas Llosa, Rulfo, Cortázar, Vicente Leñero, Manuel Puig, Borges, Octavio Paz, Arguedas.
Aquello supuso algo así como un contradescubrimiento cultural, en el que América Latina nos obligó a leernos a nosotros mismos y a nuestra literatura de manera, digamos, “viceversa”.
Planteas la necesidad de mirar (desde España) hacia el otro lado del espejo (Latinoamérica) y viceversa, unas literaturas unidas y separadas por una misma lengua. ¿Qué tipos de relaciones percibes en la actualidad?
En general, creo que puede decirse que con el paso del tiempo, en las últimas décadas, en esas relaciones cada vez ha ido pesando más lo estrictamente mercantil.
El capitalismo español, y en concreto el sector editorial español, se ha expandido hacia esos mercados y eso supone un enorme cambio, respecto a la segunda mitad del siglo XX, cuando era el mundo editorial latinoamericano –Losada, Fabril, Sudamericana, Joaquín Mortiz, Fondo de Cultura, Siglo XXI– quien nos aportó un enorme conjunto de lecturas a las que, en España, difícilmente se podía tener acceso.
En el libro señalas, por ejemplo, el protocolo del Premio Cervantes (“un año para un español y otro para uno de todos los demás”). ¿En qué medida aún está vigente la relación metrópoli-periferia?
Evidentemente, España ya no es la metrópoli cultural, pero su peso editorial y mediático sigue siendo importante. La circulación de obras y autores sigue dependiendo de los intereses editoriales.
Con el ejemplo de esa hipócrita alternancia del Cervantes he querido señalar cómo las relaciones literarias entre uno y otro lado del Atlántico son relaciones de desigualdad. La cultura española sigue moviéndose en buena parte con pautas colonialistas o paternalistas con respecto a Latinoamérica.
Por otro lado, parece evidente –basta con mirar el peso de lo anglosajón en las estadísticas de las traducciones literarias al castellano– que la metrópoli real, la que está imponiendo su imaginario y visión del mundo, es EE.UU.
Vivimos bajo un imperialismo cultural que sin embargo aceptamos como si fuera algo natural. A modo de metáfora me atrevería a afirmar que nuestras élites socioeconómicas, tanto las españolas como las latinoamericanas, tienen como referente los Masters en Harvard, Princeton o Stanford, que son algo así como las nuevas tres carabelas con las que el Colón yanqui se apropia de nuestras mejores inteligencias.
También estableces en el libro una categorización por países latinoamericanos (“peso alto”, “medio” y “bajo”), ¿podrías explicar cómo funcionan estos ámbitos?
Básicamente, según el peso de cada uno de los países en el intercambio de las “mercancías de la comunicación”: noticias, textos, libros, filmes, música y, en general, los productos de las industrias del ocio y el entretenimiento.
Si se hace una radiografía del tráfico de bits, en las redes sociales, también reaparecen balances comerciales y jerarquías muy desiguales entre países “exportadores” e “importadores” de información. Intercambio cultural e intercambio comercial siguen siendo las dos caras de una misma moneda: la economía del capital.
¿De qué manera las redes sociales, web, blogs literarios y comercio en línea facilitan la producción, la circulación y recepción de la literatura entre ambas orillas del Atlántico?
Las redes evidentemente han facilitado ese intercambio de bits del que te hablaba, pero no debemos olvidar que ese intercambio está determinado, en buena parte, por el peso del capital en cada uno de ellos a la hora de la producción y la circulación de las mercancías culturales.
¿Y qué rol tienen en ese contexto las editoriales independientes que han surgido en los últimos años?
Las editoriales independientes existen porque se esfuerzan en sobrevivir con rentabilidades menores, o muy bajas, respecto a las tasas de beneficio que rigen en la producción de las editoriales más comerciales. Su mérito es inmenso, sobre todo en Latinoamérica, donde enfocan su tarea principal a la edición de autores jóvenes con propuestas literarias arriesgadas.
Pero inevitablemente, a medio o largo plazo, actúan como agentes de exploración del mercado para las grandes editoriales que cuando ven emerger alguna señal de éxito rápidamente incorporan esos descubrimientos a sus catálogos.
Con todo editoriales como Eterna Cadencia, Das Kapital, Mardulce, Trescientos sesenta grados, El Cuervo, Alquimia, Tumbona, Estruendomudo, Babel, Sexto Piso o Periférica están realizando una labor que debemos agradecer.
La Feria del Libro de Guadalajara (México), El Hay Festival (Colombia) y el boom de Bolaño son fenómenos de mayor peso socio-económico-cultural que sus similares en España. Y a esto se suma un escenario novedoso: el mercado hispanohablante de EE.UU. ¿Cómo observas este nuevo status quo en las relaciones internacionales en el panorama literario y editorial en español?
Creo que esto responde a esa pérdida de relevancia, por parte de España, en el mercado de la lengua española, al menos en términos culturales. En términos económicos y mediáticos, las editoriales españolas, asentadas a uno y otro lado del Atlántico, creo que siguen manteniendo un peso muy relevante.
Por otro lado, cabe sospechar que si el mercado hispanoparlante de EE.UU. sigue incrementando su papel como productor y consumidor, a medio plazo podríamos asistir a un nuevo status cultural en el que quizá Miami sería la Meca literaria para, indistintamente, todos los autores españoles y latinoamericanos.
También haces hincapié en que la crítica (históricamente) ha funcionado al servicio del poder. Hablas de tres condiciones necesarias para que la crítica tenga un escenario y se desarrolle: Contraposición de poderes (1), existencia de proyectos divergentes (2) y democracia en los medios de comunicación (3). ¿Actualmente se dan esas tres condiciones?
Diría que las dos primeras afortunadamente existen, aunque sea de manera débil, amortiguada y poco relevante.
Lo que por desgracia no veo es democracia en unos medios de comunicación que mayoritariamente están en manos de un capitalismo neoliberal mentiroso, cínico e, informativamente, muy violento.
En este sentido, en el capítulo “La crítica como ausencia y ausencia de la crítica” analizas con malestar el tránsito acelerado del “Sistema Literatura” hacia el vasto conglomerado industrial de “Ocio y Entretenimiento”, en plan neoliberal. ¿Qué elementos te preocupan de esta situación?
Lo que me preocupa es lo que Marx llamó la subsunción del mundo del trabajo por el Capital.
Esa ideología dominante que nos hace pensar que “lo natural” es que sin empresarios no habría trabajo y nos hace olvidar que – viceversa– sin trabajadores nunca habría empresarios.
Trasladada esta reflexión al mundo cultural, lo que se ha impuesto es un entendimiento de la cultura como mero producto del excedente. Una especie de capital simbólico o decorativo que sirve para otorgar prestigio social o simplemente como mercadería para “matar el tiempo”.
¿Y cuál es el papel de la crítica literaria en esta coyuntura?
Mayoritariamente la crítica se ha convertido en un sector del marketing editorial.
Para equilibrar esta situación, Francia ha hecho de “la excepción cultural” su bandera. ¿Observas políticas de Estado similares o iniciativas independientes en relación al libro en el contexto hispanohablante?
Difícilmente puedo opinar, porque no conozco lo suficiente las políticas en Latinoamérica sobre el libro. Sí recuerdo experiencias muy positivas en Cuba, en el Brasil de Lula, en el México posrevolucionario, en el Chile de Allende, y entiendo que, aunque con polémicas, en Bolivia y Ecuador algo se ha intentado al respecto.
En España no dejan de ser políticas de apoyo directo o indirecto a las industrias de la edición.
Debido a tu gran interés por la literatura latinoamericana, ¿tienes en mente escribir la segunda parte de Viceversa o nuevos ensayos sobre autores que han consolidado sus propuestas en el siglo XXI u otros emergentes?
Ya me gustaría, pero me acerco ya a una edad en la que el futuro no deja de ser una dudosa utopía.
Gracias.
A ti, Constantino.