Espacios míticos, ¡a saber qué son! La pretensión de entenderlos sería un empeño igual de ridículo y destinado al fracaso que el de entender el mundo en que vivimos. Aún así, decidimos entrar en este mundo porque está escrito, aceptándolo como ficción. Mientras unos espacios míticos resultan más penetrables, otros son mucho más exigentes. Parece que los términos “espacio” y “mítico” son cada vez más familiares y quizá se debe a su indefinición. Por lo tanto, lugares imaginarios como Sierra Morena (Cervantes), Yoknapatawhpa (Faulkner), Santa María (Onetti), Comala (Rulfo) y Macondo (García Márquez) cargan el peso de una doble ambigüedad.
¿Y qué decir de Región cuyo juego onomástico conlleva una triple ambigüedad? Creación de Juan Benet y escenario fijo para la mayor parte de su obra, Región es una comarca hostil y un pueblo que nunca llega a ser una ciudad (con resonancias geográficas con León y Asturias). Con una geografía precisa y una ficción imprecisa, Región funciona a la vez como un gran coto privado y la promesa de una lectura abierta. Al calificar la lectura “difícil” de bote pronto, como quien dice que no entiende la poesía y por eso no la lee, uno simplemente decide no entrar. Tal vez lo intenta pero en el acto de leer la duda le desborda y se pierde en este lugar donde el autor siembra semillas, algunas propias y otras ajenas, que se cultivan en una tierra imaginaria pero paulatinamente tangible.
La ventaja de Región es que el escritor está a solas, sometido a nadie y al recuerdo de todos, bañado en la nada y el todo, donde proliferan la incertidumbre, la pasión y un ansia de llegar. Quizá uno no llega a nada, siempre está volviendo, y es allí donde está la magia de la palabra escrita: su capacidad de demostrar que en la vuelta uno puede modificar. Sus personajes “regionatos” no cambian ni modifican nada, condenados a una ruina a que a ciegas se entregan e incapacitados de una voluntad. Pero una cosa no quita la otra: la voluntad está en la tierra que habla, es decir, no sólo la voz narrativa sino el texto como un conjunto arquitectónico. Esta geografía escrita pide a sollozos un éxodo, o como mínimo, pequeños desplazamientos hacia lo poco percibido. El estilo, o “el lenguaje otro”, es el modo de transporte y no necesariamente el destino final.
Volvemos a Región y recordamos sus casas, sus quintas, su clima atroz, sus fantasmas y a sus habitantes. Numa y sus disparos, los Mazón y su casa, los Benzal, el Monje, el río Torce, el Comité de Defensa, la lluvia torrencial, el laberinto serpenteante de carreteras y caminos sin asfaltar, la oficina de Correos abierta en balde, las ganancias efímeras, el viajero iluso y el viaje aterrador. Todo está minuciosamente descrito con una puesta en escena clara y sumamente precisa. (De hecho, podría ser la antítesis de la oníricamente borrosa Santa María que se va transformando en cada nueva narrativa de Onetti.) Región es un territorio geográfico estático y posiblemente demasiado real, tan real que suena con una España actual de desdicha y conformismo, donde tanto la urbe ideal como el progreso resultan inalcanzables.
Podría decirse que Región es una casa en la cual perderse para “los lectores españoles” y, en cambio, un lugar remoto donde orientarse para “los lectores extranjeros” (que abundan, incluyendo a Benet mismo). Pero una vez dentro, estos roles fáciles de nombrar se intercambian. Nadie se pierde ni se orienta; nada es familiar ni extraño. Sin embargo, como Benet advierte a su dicho “tesinando”, Francisco García Pérez, “no hay que desvelar totalmente el misterio”. Primero nos corresponde derrumbar las expectativas y el acercamiento rígido y cuestionar el afán de hacer sinopsis, árboles genealógicos… y quizás también mapas.
Benet creó un maravilloso mapa topográfico a la luz de Herrumbrosas lanzas, pero ya estaba cartografiando desde 1961 con su primer cuento publicado “Baalbec, una mancha”, llegando a su inolvidable clímax descriptivo en Volverás a Región. Porque para Benet, Región, “que me deja hacer lo que me dé la gana”, era necesaria. La creación de un espacio geográfico propio no siempre garantiza una mayor libertad, pero volver incesantemente de manera obsesiva a un mismo lugar con los mismos personajes y a un estilo tenaz hace que quizá sintamos la libertad como una utopía tangible cuando uno escribe. De allí, las posibilidades de una creación más inesperada pueden multiplicarse.
Hay que volver a Región. Hay que enfrentarse a lo demasiado familiar.