Dedicamos el siguiente artículo a la reciente reedición de Amor fou, de Marta Sanz, una novela escrita en 2004, publicada originalmente por el sello estadounidense La Pereza Ediciones en 2014, y ahora recuperada por Anagrama en una edición revisada. Nuestra colaboradora Begoña Méndez fue la encargada de realizar la presentación de la novela el pasado 21 de junio en la librería Rata Corner de Mallorca. El texto que viene a continuación es fruto de esa presentación.
Les advierto: Amor fou no va a dejarles satisfechos. Por el contrario, es probable que se les desgarre la piel, que les sobrevenga el vómito o que tengan sueños raros. Puede incluso que les dé miedo mirarse al espejo durante algunos días.
La escritura de Marta Sanz se localiza en los cuerpos resentidos, en la viscosidad que supuran las heridas de la carne violentada, en las cicatrices y las deformidades. Su novela huye de la blandura de lo correcto, así como de la lagrimita repugnante y de las emociones baratas, tan reconfortantes ellas.
Es incómoda porque nace de una profunda vocación política, de la convicción de que el discurso literario debe ocupar los espacios públicos y debe servir para transformar la realidad. Una literatura capaz de contar la basura de nuestras democracias felices, una literatura capaz de sacar a pasear a los fantasmas de la transición y de ulcerar los estómagos llenos.
Presento aquí el libro de una autora que es a la vez novelista y sujeto político, y no va a pedirle a nadie perdón por ello. A Marta Sanz le gusta ser escritora, esto es, asumir la responsabilidad de lo que narra, posicionarse políticamente en las historias que cuenta.
Amor fou me hizo recordar a la pensadora feminista Rosi Braidotti, por cuanto que reconocía en Marta Sanz a una escritora transfálica y transnacional. Es decir, a alguien que aborrece las banderitas y que revienta las fajas de lo que se espera de una mujer escritora (unas expectativas construidas fundamentalmente por sesudos señores de letras).
Por otro lado –y sigo con Braidotti– leía Amor fou y pensaba que la novela defiende la necesidad de un cambio de paradigma, la exigencia de buscar otros modos de comprender nuestras identidades y nuestra intervención en el mundo.
Marta Sanz aboga por dinamitar las oposiciones binarias (por ejemplo, dice ella, niña bien vs. okupa; por ejemplo, digo yo, punk vs. funcionario) porque son trampas que nos atenazan ideológicamente, argollas alrededor del cuello que nos inmovilizan por terror a la incoherencia, esa grandísima culpa que nos han vendido, ese pecado imperdonable que nos hace dóciles y nos inhabilita como seres políticos.
En ese sentido, Amor Fou propone concebir la identidad como un cuerpo político que actúa, que se desplaza y que muta porque aprende y es responsable. Un sujeto nómade que busca figuraciones alternativas a la convención, que acepta las contradicciones y que reconoce en los conflictos una oportunidad para el cambio.
Pero este libro no es solo eso: entre el diario íntimo y la memoria, entre la narración negra y de terror, o el cuento de hadas y el relato amoroso, Amor fou es una novela-collage que perturba los géneros literarios para sacudir al lector.
Marta Sanz recoge fragmentos de realidad de debajo de las piedras para mostrarnos de forma impúdica lo que nadie dice, lo que no deberíamos ver. No se asusten por favor: la novela no descarna al lector en vano. Por el contrario, ilumina las zonas oscuras de nuestra propia existencia, nos ayuda a comprender.
Y, sin embargo, otra advertencia: a medida que aumenta la luz, crece exponencialmente el terror que, por desgracia, no es distópico sino real: el pan nuestro de cada día. Aun así, es cierto, las metáforas están ahí, la exuberancia narrativa, también. Porque Amor fou es una ficción, sí, pero una de esas (a veces ocurre) que sangra y nos desangra porque está concebida como máquina para la disección de nuestro tiempo.
Pero, se preguntarán ustedes, ¿no era esto una novela de amor?
Sí, lo es. Es un alegato del amor alegre y consciente, de la pareja como acto de compromiso, como espacio para la lealtad y para la amistad. Un amor que se retira de la lógica neoliberal de la acumulación y el consumo de los cuerpos. Un amor que no es arrebatado sino discreto y feliz.
Por eso mismo, Amor fou es también una novela sobre el rencor, el odio y la sed de venganza de quienes no soportan la felicidad ajena. Hombres y mujeres enfermos en un sistema paralítico y frustrado, legiones de zombis que muerden para contagiar la enfermedad.
¿Una novela amorosa? Sí, siempre y cuando convengamos que el amor es proteico y el nudo materno, una de sus formas. Porque este amor loco, amor ido es una historia de la violencia: hijas humilladas por sus madres, amantes explotados, cuerpos rechazados, hombres envenenados y casas ardiendo.
Con todo, no hay una línea gruesa y sin fisura que distinga entre buenos y malos. Decíamos antes que el pensamiento binario debería ser desterrado por mentiroso, inexacto y faltón. El lector se reconoce y se repugna en los gestos de todos los protagonistas: los juegos especulares desbordan las imágenes y estallan en fragmentos de carne que manchan. Algunos de ellos, nos dan en toda la cara.
Marta Sanz ha construido un dispositivo narrativo preciso. Con esto quiero decir que es tan terrorífico y efectivo como los cuentos infantiles: conflictivos y dolorosos, se constituyen como pasarelas hacia el mundo adulto, allí donde las míticas de la inocencia desaparecen para siempre.
En este sentido, y una vez más, Amor Fou no hace concesiones ni tranquiliza. Por el contrario, nos recuerda que los niños no son ángeles, sino seres sexuados y que, como los adultos, elaboran rituales amorosos perturbadores. Niños que entre la curiosidad, la inexperiencia y el desconocimiento, descubren en la sexualidad una inmensa herramienta para el ejercicio del poder.
Pero Marta Sanz no es morbosa: su escritura remueve y provoca porque no puede más de ciudadanos lactantes y adormecidos, porque está cansada de una democracia púber que no ha terminado el instituto y que está, por tanto, desprovista de instrumentos para ejercer la crítica.
Tal vez por eso una de las protagonistas es profesora de matemáticas y odia a los adolescentes, del mismo modo que siente pena y piedad por ellos. Asco por una educación que no sirve ni asegura el futuro laboral.
Amor fou denuncia además uno de los aspectos más espeluznantes de nuestras sociedades actuales: la observancia y la vigilancia normalizadas, la invasión legitimada del ojo ajeno en nuestras vidas, la explotación de los materiales íntimos para destrozar la credibilidad de los individuos.
Acoso y derribo: ciudadanos convertidos en policías del pensamiento y de la carne. Dedos señalando, delaciones, todos jueces y verdugos. En este sentido, la novela es el testimonio desgarrado de cómo se constituyen los discursos con apariencia de verdad a partir de datos parciales manipulados, de instantáneas de vida fuera de contexto. Relatos mentirosos que desplazan y sustituyen la realidad, convertidos ya en verdades incuestionables.
Marta Sanz hace una pirueta metaliteraria de primera magnitud y cae de pie, muy tranquila y muy firme para aseverar que sí, que esta historia de amor es una novela política y que hay que desactivar el busto de Lenin como souvenir. Usarlo como arma arrojadiza: tal vez, romper escaparates o bien darle en la cabeza a alguno de esos imbéciles que no nos permiten vivir en la paz de nuestra felicidad insomne y de clase media venida a menos.