Nueva ilustración radical es el título del texto de la filósofa y escritora Marina Garcés (Barcelona, 1973) para la colección Nuevos Cuadernos Anagrama. Como es propio de la filosofía, este ensayo comparte una pregunta fundamental a la que trata de dar cobertura a lo largo del texto: “¿Y si nos atrevemos a pensar, de nuevo, la relación entre saber y emancipación?”
Tener acceso al conocimiento es condición necesaria de la emancipación, pero no suficiente si no podemos relacionarnos con él de forma que nos capacite para transformarnos a mejor. La incomunicación entre saberes, comenzando por los departamentos de las universidades, alimenta una suerte de ideología solucionista y desemboca en la pérdida de fuerza para interpelar y cuestionar.
Nos hemos creído “que lo sabemos todo pero que no podemos nada”. Ese profundo abatimiento producido por la incertidumbre contemporánea poco tiene que ver con el del siglo pasado. La apatía a la que se refiere Jean-Paul Sartre en su novela La náusea (1938), por ejemplo, es resultado de la inutilidad y el sinsentido de la vida. Ahora, en cambio, predomina la impotencia de sentir que de forma irremediable estamos abocados al abismo.
Para ocuparnos de esta situación, la propuesta es hacer juntos la crítica al proyecto ilustrado con el que Europa colonizó al mundo, ya que es su programa de modernización el que ha puesto en riesgo los límites de nuestro mundo común. Necesitamos –señala la autora– “herramientas conceptuales, históricas, poéticas y estéticas que nos devuelvan la capacidad personal y colectiva de combatir los dogmas y sus efectos políticos”.
Pero, ¿cómo no caer en intelectualismos? La crítica y la propuesta forman parte de un ejercicio intelectual que probablemente sea ineludible para accionarnos o, más bien, para tomar conciencia de la necesidad de decidir qué queremos y cómo vamos a conseguirlo.
Resulta complicado, sin embargo, que algunas propuestas combativas como la de Garcés den el salto a las calles y lleguen a encarnarse en quienes operan principalmente desde una dimensión intelectual, por ser ellos mismos –las mayoría de las veces– parte del problema o cómplices de este, ya sea por ignorancia o cierta conveniencia.
Tal podría ser el caso del doble discurso con el que juegan algunas instituciones públicas y privadas al hacerse eco, por poner solo un ejemplo, de discursos con un fuerte calado político y crítico, al tiempo que se perpetúa, desde esos mismos lugares, la precariedad, la jerarquización y el abuso de poder.
Dónde ponemos el cuerpo para dar voz a un discurso es un aspecto que determina, entre otras cosas, nuestras relaciones y, en consecuencia, las formas de accionarnos juntos y entre nosotros. Afrontar este reto/premisa implica asumir la responsabilidad de abrir, si es necesario, otras vías de acceso, adquisición y transmisión de conocimiento. Esto es, hacer del conocimiento un territorio habitable no necesariamente desde el ámbito intelectual.
Por otra parte, y en lo referente a la terminología, también cabe señalar que la propia separación conceptual entre saber y acción es parte del problema. Como lo es en el terreno de las ciencias y las artes la supuesta dicotomía entre discurso y práctica. Continúan siendo operativas puesto que con mayor o menor atino nos entendemos al utilizar el lenguaje de esta modo, pero conviene no olvidar que, además de posibilitar el entendimiento, las palabras comportan e imponen límites.
El hecho de que una compañera enseñe a otra a entender su contrato laboral o que un vecino acuda a la asociación de su barrio para unirse a otros y reivindicar el derecho a la vivienda digna, son ejemplos de intervenciones micropolíticas que no podrían funcionar sin aunar diferentes tipos de saberes y acciones (en plural).
Así pues, no puede haber una emancipación que desvincule los saberes de las acciones, como tampoco una que no sea colectiva, lo cual significa –como mínimo– tener presente otras formas de existencia, por más extrañas que puedan resultar.
Una nueva ilustración radical pasa por hacerse cargo de la propia mayoría de edad –a lo que ya apuntó Kant en su conocido ensayo ¿Qué es la ilustración? (1784)– así como por sostener y trabajar con los retos contemporáneos.
El principal desafío, escribe Garcés, es “volver a poner en el centro de cualquier debate el estatuto de lo humano y su lugar en el mundo y en relación con las existencias no humanas”.
A cada uno de nosotros nos corresponde la tarea de pensar de qué manera participamos en los sistemas de poder que atraviesan nuestras vidas desde lo íntimo a lo colectivo, qué roles perpetuamos y cómo nos relacionamos.