Pliego Suelto dialoga con el escritor y traductor Pablo Martín Sánchez (Reus, 1977) para hacer un repaso de sus obras: Tuyo es el mañana (Acantilado, 2016), El anarquista que se llamaba como yo (Acantilado, 2012) y Fricciones (E.D.A., 2011). Además, charlamos sobre la experimentación con la prosa memorialista, los aspectos espaciales y temporales en su narrativa, y sobre su experiencia como único miembro español del célebre grupo Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle). Asimismo, nos habla de Agatha (Editorial La Uña Rota, 2017), un ejercicio de estilo, escrito a cuatro manos con Sara Mesa, basado en la relación epistolar entre Melville y Hawthorne en el siglo XIX.
Antes de tu ingreso en el movimiento Oulipo, ¿cuál era tu relación con él? ¿Siempre te has sentido próximo a sus postulados?
Sí, siempre, desde que mi madre me regaló La vida instrucciones de uso (Perec, 1978) y quedé absolutamente fascinado.
La primera vez que asistí a una reunión pública del Oulipo fue en el año 2000, en París, cuando aún se hacían en Jussieu. Luego volví a verlos cuatro años después en Les Halles, y en el verano de 2005 me apunté al taller que varios oulipianos impartían en Bourges, entre ellos Olivier Salon, Frédéric Forte, Marcel Bénabou, Jacques Jouet, Ian Monk, Paul Fournel o Hervé Le Tellier. Éramos unos ochenta participantes y solo dos extranjeros, un alemán y yo. Allí «repararon» en mí, por traducir literalmente la expresión que usaron al cooptarme.
Nos podrías explicar más detalles acerca de cómo fue tu ingreso en el grupo. ¿Tienes un papel concreto dentro de la organización?
En el año 2013 asistí como «invitado de honor» a una de las reuniones privadas que el grupo viene celebrando mensualmente desde 1960. Allí expuse mi trabajo y, unos meses después, el presidente, Paul Fournel, me comunicó que el grupo había decidido por unanimidad «cooptarme». Pasé dos o tres días buscando una excusa para rechazar la invitación, como al parecer había hecho Julio Cortázar en los años 70, pero no encontré el valor.
Respecto al papel dentro de la organización (permíteme que lo ponga en cursiva, para que no me cueste tanto aguantarme la risa), más allá de la figura del presidente (Paul Fournel) y del secretario definitivamente provisional y provisionalmente definitivo (Marcel Bénabou), no hay «títulos» asignados.
Es cierto que Michèle Audin suele encargarse de la redacción de las actas, que Olivier Salon se ocupa de la Bibliothèque Oulipienne (la colección de textos escritos por los propios miembros del grupo, que consta de más de doscientos títulos) o que Valérie Beaudoin gestiona la web y las finanzas, pero la mayoría de miembros no tenemos un rol particular.
Yo quiero creer que soy, junto a Eduardo Berti, la posibilidad que tiene el grupo de acceder a la tradición hispana, muy rica en plagiarios por anticipación (es decir, autores que han trabajado oulipianamente avant la lettre).
En la línea de los postulados oulipianos, ¿sientes que te enfrentas a la literatura desde una vertiente lúdica?
Sí, pero de una manera muy seria.
Hablando ahora de tus obras, Tuyo es el mañana transcurre en un día concreto, el 18 de marzo de 1977, coincidiendo con el nacimiento de uno de los personajes y con tu fecha de nacimiento. ¿Existe un afán de revisar tu propia biografía, los hechos históricos y sociales que la pueblan?
En el caso concreto de esta novela, existía un afán por descubrir qué había ocurrido el día en que vine al mundo, en efecto. Algo, por cierto, que ya había tratado en uno de los relatos de mi libro Fricciones (EDA Libros, 2011), titulado «Faustine», en el que las primeras cinco páginas suponen una tentativa de agotamiento de un ejemplar de La Vanguardia del 18 de marzo de 1977.
Y claro, si quieres saber qué ocurrió el día en que naciste en el lugar en que lo hiciste, no puedes obviar los hechos históricos y sociales que rodearon a ese nacimiento, máxime si coincidió con un período tan ajetreado y determinante como el de la Transición.
El libro empieza así: “Hoy vas a nacer. No deberías, pero lo vas a hacer. No deberías porque el infierno está ahí afuera”. ¿El mañana es la única esperanza?
Como dijo Woody Allen, me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida. Repasando la historia de la Humanidad, la esperanza solo puede estar en el mañana.
¿Cuáles son los aspectos que consideras mínimos para construir una biografía? ¿Se puede definir a una persona con y desde ellos?
Si definir, como decía Oscar Wilde recurriendo a la etimología, es limitar, entonces sí, supongo que se puede definir a una persona a partir de su nombre, su origen y su edad.
Desde luego, es absolutamente reduccionista, pero no creo que haya mucha gente en el mundo que haya nacido el mismo día, en el mismo lugar y con el mismo nombre completo que nosotros. Eso, de algún modo, nos hace únicos, sí. Y, de alguna manera también, nos condiciona.
La estructura de Tuyo es el mañana deja claro que tu intención es centrarte en ese día que abarca desde la medianoche hasta la noche. De alguna manera recuerda a los intentos de Georges Perec o de Enrique Vila-Matas de agotar, en un exercice de style basado en la constricción espacio-temporal, una parte de una ciudad en un transcurso de 24h. ¿Qué significado otorgas al transcurso del tiempo?
No podemos concebirnos sin el transcurso del tiempo, por lo que, en cierto modo, somos tiempo. Y el tiempo ha sido, seguramente, el gran objeto de estudio del siglo XX, tanto para la física (basta pensar en Einstein y su teoría de la relatividad) como para la literatura (basta pensar en Proust y su búsqueda del tiempo perdido). Pero ahí seguimos, sin poder aprehenderlo.
Y ya que citas a Perec, déjame invocarlo: «El espacio parece estar más domesticado o ser más inofensivo que el tiempo: en todos los sitios encontramos gente que lleva reloj, pero es muy raro encontrar gente que lleve brújula».
Supongo que por eso me interesan tanto las novelas que suceden en un lapso de tiempo limitado (desde el Ulises de Joyce hasta Sábado de McEwan, pasando por Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf), a las que en cierto modo pretendí rendir tributo con Tuyo es el mañana.
El anarquista que se llamaba como yo y Tuyo es el mañana forman parte de una trilogía que versa sobre la reconstrucción de una biografía mínima. ¿La tercera entrega nos llevará a otro referente y al futuro?
En efecto, partiendo del supuesto de que la biografía mínima de cualquiera esté constituida por el nombre, la fecha y el lugar de nacimiento, la tercera parte de la trilogía estará centrada en mi ciudad de origen, Reus.
Y siguiendo con la evolución cronológica y espacial, la trama se desarrollará en un lugar muy concreto y en un tiempo presente o incluso futuro.
En la primera novela de la trilogía jugabas con la idea de la autoficción con un protagonista con el que compartías el nombre. En Tuyo es el mañana, la coincidencia se extiende al año de nacimiento. ¿Este paso del yo al tú y del pasado al presente en el título de las dos obras abre una perspectiva de diálogo contigo mismo?
Una observación muy interesante. La evolución cronológica es voluntaria, del mismo modo que lo es la espacial: a medida que nos acercamos en el tiempo, el cerco geográfico se estrecha. Sin embargo, el paso del yo al tú en el título de mis dos novelas es más contingente. De hecho, el título de trabajo de Tuyo es el mañana era otro que no incluía ninguna referencia al ‘tú’, pero que no me acababa de convencer.
Si al final decidimos titularlo así fue por sugerencia de mi buen amigo Alberto Caturla, que tras leer el manuscrito me dijo: «Ya tengo título para tu novela y es una frase que tú mismo has escrito en el libro». Por otro lado, en francés se ha publicado como L’Instant décisif, donde desaparece cualquier referencia a esa segunda persona. Pero no estoy respondiendo a tu pregunta: ¿un diálogo conmigo mismo? No creo: a mí con quien me gusta dialogar es con el lector.
Además de las novelas, hace poco se ha publicado el libro Agatha, un nuevo ejercicio de estilo, donde se recogen dos relatos, uno tuyo, “La historia de Agatha”, y otro de Sara Mesa, “Un reloj y tres chales”, ambos basados en unos datos sembrados entre Melville y Hawthorne. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
La idea surgió de los editores de La Uña Rota, Carlos Rod y Mario Pedrazuela, que habían publicado las cartas de Herman Melville a Nathaniel Hawthorne.
Contactaron con Sara Mesa y conmigo y nos propusieron algo que no pudimos rechazar: escribir, cada uno por su lado y sin hablar entre nosotros, una historia real que Melville le contó a Hawthorne en varias de sus cartas, con la intención de que este la convirtiera en relato.
Pero Hawthorne no se atrevió y nosotros sí, ja, ja. Y como yo me encontraba pasando el verano en Nottingham, no lejos de Liverpool (el lugar donde Melville y Hawthorne se vieron por última vez), enseguida se me disparó la imaginación y me puse a escribir la historia.
Hablando sobre la creación literaria, ¿el escritor se enfrenta de la misma manera a un texto en blanco que cuando ya hay una historia sobre la que escribir?
Es una pregunta difícil de responder. Yo intento no enfrentarme nunca a un texto «en blanco», por eso hago mucho trabajo previo antes de ponerme a escribir. Pero, desde luego, no es lo mismo empezar a construir una historia basándose en hechos reales que en la pura imaginación.
¿Para cuándo la última entrega de la trilogía?
Uy, no lo sé. Este verano me encerraré durante 99 días (que es el tiempo en que transcurre la novela) en una cabaña frente al lago Leman, en Suiza, gracias a una beca de la Fundación Jan Michalski.
Espero que de ahí salga un borrador lo más completo posible. Luego ya se verá.