El año que nevó en Valencia, Rafael Chirbes
Cuaderno Anagrama #2, 2017
“Fue tal como lo cuento”, advierte Rafael Chirbes al inicio de El año que nevó en Valencia, para poco después añadir: “no puede ser que cupiese en el pisito toda la gente que ahora se agolpa en mis recuerdos y que sitúo en algún momento de aquella tarde”.
La memoria, capital del cuaderno y tan fiable al comienzo, pasa a ser descaradamente falible en poco menos de dos páginas. La perspectiva que confiere el paso del tiempo –necesaria para saber si uno ha sido feliz según Adorno– es el lugar desde el que se escribe este relato, en el que un Chirbes adulto superpone varias capas de experiencias vividas entre su niñez y su juventud.
Conforme la historia avanza, se van recolectando pistas para entender de qué manera experimenta la fiesta que su familia celebró aquel día de 1956 en el que Valencia –ciudad natal del escritor– se cubrió de nieve. La forma en que presenta los sucesos invita a cuestionar el papel de la memoria en la propia vida (particular y colectiva): ¿En qué medida los recuerdos están afectados por los otros? ¿A qué órdenes de poder responde la narrativa familiar? O ¿son los recuerdos heredables?
De este modo, la memoria se erige como pretexto moldeable al que volver para comprender, para cambiar algo, para rendirse o para hacer palpables las consecuencias de un conflicto. Esto último se advierte cuando algunos de los presentes en la fiesta le comentan a Chirbes lo simpático que era su padre, a lo que él, conciso y extrañado, agrega: “yo no lo recordaba tan alegre”.
Las impresiones no coinciden, como tampoco lo haría la actitud del padre con el uno o con los otros. Al mismo tiempo, cabe pensar que el recuerdo de algunos invitados estuviera distorsionado por ese manto de adjetivos favorables con el que se cubre a los muertos. Ese decoro cómplice que rara vez suena honesto es solo uno de los salientes a los que conduce la historia. El relato re-construye, así, lo que ocurrió ante sus ojos para recuperar aquello que el autor no fue capaz de ver.
Calais, Emmanuel Carrère
Cuaderno Anagrama #3, 2017
De la búsqueda entre los recuerdos frágilmente hilados de Rafael Chirbes a la tentativa de ver tras lo visible en el reportaje de Emmanuel Carrère distan unos 1500 kilómetros, que es la distancia que separa a Valencia de Calais. La ciudad francesa, situada en el estrecho que conecta el canal de la Mancha con el mar del Norte, es el leitmotiv de Calais, tercer cuaderno Anagrama, centrado en el “zoo social” que se generó en 2016 alrededor del campamento de migrantes ubicado en tal demarcación.
¿Cómo se desarrollan y repiten los relatos en un territorio sobre-poblado de comunicadores? ¿La cobertura de los hechos busca saciar la necesidad del “Comentario Personal”? Para Marguerite Bonnefille, seudónimo de quien firma la carta que le dejan a Carrère en la recepción de su hotel, la respuesta a la última pregunta es afirmativa. Por ello, le pide con un perentorio “¡usted no!” que se abstenga de escribir sobre los migrantes que alberga la ciudad.
Una petición a la que Carrère no atenderá al embarcarse en el reportaje sobre lo vivido en Calais. Bien es cierto que adopta una posición crítica, enfocándose no en los refugiados, sino en los propios calesienses. Aun así, cabría preguntarse si no es el suyo una suerte de “Comentario Personal”, no tan lejano al de aquellos que pone en tela de juicio por aprovechar las circunstancias ajenas para el interés propio.
Laurent Cantet, Michael Haneke o Charlie Winston son algunos de los grandes nombres que, junto a Carrère, también se trasladaron a Calais para narrar –con filtros menos manidos o esperados que los de buena parte de la prensa– su versión de los hechos. La narración de aquellos y otros profesionales que se alojaban en los hoteles y se encontraban en los cafés de la ciudad norteña parece ser, a ojos de Bonnefille, un cuento deslustrado. El texto de Carrère problematiza, en este sentido, los límites éticos de la comunicación profesional. ¿En qué medida hay una apropiación de los hechos por parte de los comunicadores que narran conflictos ajenos? ¿Faltan espacios o plataformas que permitan a los afectados relatar su propio discurso?
En la acción de contar –esté esta sujeta al recuerdo de la vivencia propia como en el relato de Chirbes o al recuerdo de la experiencia colectiva en el caso de Carrère– va contenido el juicio, pero también la reapropiación de la experiencia vivida. Así, esa vivencia que re-aparece a través del lenguaje –al trasladarse de experiencia sensible a experiencia lingüística, sin ser ninguna de las dos excluyente– sufre una deformación, como ya apuntaba Claudio Magris en el primer cuaderno El secreto y no.
¿Hasta qué punto es fiable la perspectiva de Carrère sobre Calais? Quizá lo sea tanto como la memoria de Chirbes. Al fin y al cabo, ninguna de ellas se libra del sesgo, como tampoco de la inventiva que comporta cualquier práctica de escritura.
Recordar, aunque desde lugares diferentes, es la acción a la que se prestan los dos autores en los cuadernos. Tal palabra, formada por el prefijo re- (‘volver hacia atrás, repetir o intensificar’) y la raíz indoeuropea cor, cordis (‘corazón’), puede entenderse como traer al presente algo que ya ha pasado por el corazón –en el caso de Chirbes– o como el intento de potenciar el latido de un conflicto –en el caso de Carrère–.
Bajo esta perspectiva, contar desde el recuerdo se convierte en ambos relatos en la creación de una historia real. La existencia del relato en los dos cuadernos es algo innegable, sin embargo, si se conviene en que todo aquello que se explique por medio del lenguaje comporta siempre un cierto grado de ficción, ninguna historia –aun siendo biográfica– puede ser del todo cierta.