Desde la irrupción de su primera novela, Los combatientes, Cristina Morales (Granada, 1985) no ha dejado de sorprender al público y a la crítica peninsular. Entrevistamos a la joven escritora a propósito de su último libro, Terroristas modernos (Candaya, 2017), una revisión crítica del nacimiento del Estado liberal a través de un episodio enterrado: La Conspiración del Triángulo contra el rey absolutista Fernando VII (1816). En la entrevista, Morales reflexiona acerca de los conceptos de “autoridad”, “terrorismo” y “novela histórica”, y nos habla de las conexiones entre su nueva obra con las anteriores, Malas palabras (Lumen, 2015) y Los combatientes (Caballo de Troya, 2013).
En torno a Terroristas modernos ha surgido un cierto debate sobre si es o no una novela histórica. ¿Cómo asumes esta polémica entre los críticos, teniendo en cuenta que tú la consideras una novela de revisión crítica de la historia?
Hay quien la ha colocado como novela histórica que dignifica el género histórico. Eso es halagador pero, vaya, que yo no pretendía ni pretendo eso. No soy lectora de novelas históricas “de género”, no sabría por dónde empezar a construir una novela épica o sentimental o de homenaje a tales o cuales hitos históricos, que según me han dicho (porque yo no las he leído) son las características recurrentes del género.
Creo que la polémica se desvanece en cuanto se empieza a leer el libro porque es evidente que no es nada de eso.
En Terrorista modernos retomas en cierto modo la perspectiva histórica de Malas palabras –donde recreabas un supuesto diario personal de Teresa de Jesús, mientras escribía Libro de la vida (SXVI)–. ¿Qué te interesa de viajar en el tiempo a través de la literatura?
En el caso de Malas palabras, mi interés por lo histórico se debe a que ese libro fue un encargo de la editorial Lumen. De no haber sido por la propuesta, yo no me habría acercado al siglo XVI ni habría investigado tanto sobre Santa Teresa y las lacras machistas que campan a sus anchas por nuestra literatura desde el Renacimiento hasta nuestros días.
En el caso de Terroristas modernos, el interés sí es genuinamente mío y se lo debo a mis años de estudiante de Derecho y Ciencias Políticas. El nacimiento del Estado moderno y el modo en que se perpetúa y expande fuera de Europa en los siglos XVIII y XIX es una materia cuyo conocimiento estimo imprescindible para poder entender las actuales formas de dominación estatales y capitalistas.
Haces hincapié en el término “terrorismo”. ¿Cómo lo definirías y vincularías con la modernidad y el Estado?
La contraportada del libro lo explica perfectamente: el terrorismo es la palabra acuñada en el siglo XVIII para denominar la aplicación de actos de terror contra la población para el establecimiento del Estado liberal, que es en el que todavía vivimos. El primer terrorista es el Estado, histórica y cualitativamente. En las manifestaciones a las que asisto en Barcelona se corea con mucha sabiduría el estribillo de “L’únic terrorista, l’Estat capitalista”.
Terroristas modernos tiene una conexión tripartita: conspiración, escritura e imaginación. Incluso recurres a la simbología del número 3…
Se recrea la Conspiración del Triángulo, llamada así porque estaba constituida en células de tres conspiradores cada una, así como por su estructura jerárquica, piramidal. Todo conspirador es jefe y subordinado de alguien. Estos datos históricos los trasladé en cierta forma a la construcción argumental y de personajes, si bien de un modo sutil, no determinado por la numerología del 3.
No quería yo, como narradora omnisciente, ser una cómplice más de la conspiración. La narradora de la obra es bastante cínica con las supersticiones y las ilusiones de los personajes cuyas vidas narra, me parece a mí.
Terroristas modernos, por otro lado, establece conexiones con tu primera novela, Los combatientes: estructura polifónica, recurrencia a la conjura y teatralización. ¿Qué métodos de composición y documentación sigues cuando escribes una novela?
La documentación ha sido constante y prioritaria en Malas palabras y en Terroristas modernos, no tanto en Los combatientes, donde primaba un deseo no tanto de interpretar la realidad y sus fuentes como de boicotearlas, pues en esta novela se juega a la confusión histórica sacando de contexto un discurso falangista de 1935.
Las conexiones entre Los combatientes y Terroristas modernos se deben también a que la primera fue escrita en un período de descanso de escritura de la segunda, con lo que es normal que una y otra se comuniquen.
Por lo demás, escribo de manera cronológica, sin adelantar capítulos o escenas, sin saber cuándo ni cómo será el final hasta que llegue. Suelo sentarme ante la pantalla en blanco sin tener ni idea de lo que voy a escribir, pero sí teniendo deseos o sensaciones que querer transmitir.
Creo que el argumento es secundario en mis novelas. En el proceso de escritura, el argumento emerge a merced de las características de los personajes o del lenguaje escogido.
En la novela hay detalles minuciosos, como en un film: los escenarios y el vestuario, las variedades del español, catalán y gallego, los precios, utensilios de la época y la atmósfera de los bares. ¿Intentas promover un rescate histórico-estético o buscas una experimentación con el lenguaje?
Lo segundo sobre todo. El rescate de elementos de la vida cotidiana presentes a principios del siglo XIX en España era algo accesorio, necesario para poder hablar de la cotidianidad de los personajes sin caer en anacronismos, pero accesorio.
Mi interés principal era hacer hablar a los personajes todo lo vívidamente que la literatura permite. Apresar el habla en las páginas de un libro era mi objetivo.
La oralidad es el pilar fundamental de la novela. Por eso hago desaparecer los signos ortográficos del diálogo y por eso dejo palabras a medias o creo palabras nuevas para indicar que un personaje ha interrumpido a otro mientras hablaba.
También está presente el humor mediante la intertextualidad y las, diríamos, “trampas literarias”. Incluso aparecen canciones de Siniestro Total en una fiesta de carnaval del siglo XIX. ¿Qué eslabón ocupan estos aspectos dentro del andamiaje compositivo de tu libro?
No son tanto trampas como creaciones o descubrimientos de vínculos ocultos. La banda punk Siniestro Total tiene una canción cuyo estribillo es un verso del poeta Manuel Bretón de los Herreros, que por las fechas de la novela tenía 19 años y vivía en Madrid, y al que yo convierto en personaje en mi libro.
El estilo de Siniestro y de Bretón, aunque los separen casi doscientos años, es muy parecido y no lo es por casualidad. Existen tradiciones artísticas no consagradas, no recogidas académicamente (ni falta que les hace). El establecimiento de estos vínculos es, creo yo, donde reside la potencia crítica de la novela.
¿Consideras que tu libro es una reflexión sobre el concepto de autoridad, desde una mirada ácrata, centrada en un acontecimiento histórico silenciado: “la Conspiración del Triangulo” contra el rey absolutista Fernando VII (Madrid, 1816)?
Me gusta mucho que lo veas así. Es una reflexión sobre el concepto de autoridad en tanto que no homenajea a los constitucionalistas españoles, sino que más bien los critica por querer derrocar a la autoridad regia vigente para erigirse ellos en nueva autoridad, igual o más represora que la primera.
En la novela podemos ver cómo desde el primer momento los conspiradores están pensando en qué cargos ocuparán una vez el rey les haya cedido el poder. El objetivo de los conspiradores del triángulo no es, pues, emancipador, a pesar de que esa es la retórica empleada en sus discursos. Ellos emprenden una lucha de élites para perpetuar relaciones de dominio. Sólo cambia la retórica, la legitimidad con la que ellos mismos se revisten.
Para finalizar, y cambiando de tema, ¿de qué manera becas como las de la Fundación Han Nefkens han impulsado la carrera de jóvenes escritores peninsulares? ¿Nos podrías hablar de tu caso?
La creación literaria ocupa un lugar de prestigio simbólico, y muy marginal, en nuestra sociedad, pero eso no se corresponde con una remuneración económica equivalente. La excepcionalidad de becas como la Nefkens hace que escribir se convierta en un trabajo dignamente remunerado. Hay poquísimas becas así, y cuando puedes disfrutar de ellas lo es por un período de tiempo muy breve.
Terminada la beca tienes que volver a recordarle a todo el mundo que escribir es un oficio que implica mucho tiempo, esfuerzo y dedicación, que con lo que tú escribes siempre hay otros profesionales cobrando alrededor (editores, periodistas, impresores, agentes, diseñadores, correctores, políticos de cultura, etc.) y que tu producción literaria no puede ser peor remunerada en toda esa cadena de producción en la que estás inserta.
«Menea el bullarengue», Siniestro Total, 1984