Manual de jardinería (para gente sin jardín) (RELEE, 2016) es el título del primer libro de relatos para adultos de Daniel Monedero (Valladolid, 1977). Entrevistamos al autor, y guionista de series televisivas, y nos expresa sus motivaciones y reflexiones sobre el proceso de creación de su obra, de la estética de la ausencia, del caos y el vacío. Además, Monedero nos habla del buen estado de salud que atraviesa el cuento en español, la diversidad del género, de las tendencias y sus debates internos en torno a conceptos de autores clásicos como Jorge Luis Borges, Julio Ramón Ribeyro y Raymond Carver, y de narradores contemporáneos como Rodrigo Fresán, Eloy Tizón y Matías Candeira.
Manual de jardinería (para gente sin jardín) aparece de la mano de RELEE (Red libre – escritura y edición), una nueva plataforma que conjuga talleres literarios y edición de libros, con el fin de dar a conocer la obra de aquellos autores noveles que han participado en los talleres. ¿Cómo ha sido la experiencia?
En mi caso, al ser uno de los primeros autores de RELEE, no he participado como alumno en los talleres. Sin embargo, fui alumno hace tiempo de Eloy Tizón en Hotel Kafka, escritor al que admiro, y del que he aprendido mucho de su forma abierta y sin complejos de “atacar” el cuento. Y respecto al proceso de edición, no ha podido ser mejor. Aunque también algo tortuoso por la parte que me toca, ya que soy obsesivo y perfeccionista hasta la hartura, y me costó soltar el libro y darlo por terminado.
Como decía Paul Valéry: “Un poema no se termina, se abandona”. Pues yo creo que eso podía ser extrapolable al cuento. Y a mí me costó abandonar los míos. Pero por la parte que corresponde a la editorial, el trabajo que hizo Clara Redondo con el manuscrito que entregué a RELEE fue ejemplar, ayudándome a sacar el mayor brillo posible a los cuentos y a deshacerme de lo que parecía fuera de lugar. En ese sentido, encontré el hogar perfecto para mi libro. Además, después de la publicación, el acompañamiento de mi editora, Isabel Cañelles, también está siendo impecable.
Para futuros alumnos de los talleres, tener la posibilidad de publicar sus obras (si están maduras y cumplen unos requisitos de calidad, claro), con el asesoramiento de tan buenos profesionales, me parece una gran oportunidad un espacio como RELEE.
Para mí ha sido ideal publicar mi primer libro de cuentos en una editorial nueva y con una apuesta “diferente» como RELEE. De un modo aparentemente discreto, y sin contar con una gran maquinaria detrás, gracias a la recomendación de lector a lector (que son los que han hecho el libro cada día más visible), y a una recepción crítica muy buena, llegamos hace un par de meses a la segunda edición, algo que no entraba en nuestras mejores previsiones. Así que ha sido un estreno inmejorable.
En este sentido, en los últimos años ha habido un auge de los cursos y talleres de escritura creativa. ¿A qué crees que es debido, teniendo en cuenta que aún continúa de fondo el debate sobre su utilidad?
Supongo que es debido a que está desapareciendo ese complejo que había hace años respecto de los talleres literarios, y que no parece existir en otras disciplinas artísticas, como la pintura o la música. Yo creo que en la literatura poco a poco está desapareciendo. También tengo la impresión de que los más jóvenes ya conocen a buenos escritores, que tienen obra publicada y que comenzaron como alumnos en talleres. A pesar de ello, hay autores que todavía tienen reparo en reconocer que comenzaron o gestaron sus obras en el ámbito de los talleres literarios, como si sus méritos literarios fuesen menores por ello.
También se acusa a los talleres, y en general injustamente, de cierta tendencia a uniformar el estilo de los alumnos, cuando yo creo que eso no es así, o no debería serlo, o es síntoma, en todo caso, de estar guiados por un mal profesor. Y creo que un buen taller sí que puede ser útil, y te ayuda a encontrar tu voz y a perfilarla. A tener armas críticas y herramientas para enfrentarte a tu propio trabajo. Eso creo. Y así fue en mi caso. Eso sin añadir que también te pone en contacto con gente que comparte tu pasión y puedes encontrar cómplices que te acompañen en un camino tan solitario, como suele ser el del escritor.
Has escrito guiones para series de televisión y has publicado diversos libros infantiles y juveniles. Sin embargo, Manual de jardinería (para gente sin jardín)es tu primer libro de cuentos orientado a un público adulto. ¿En qué momento comenzó a gestarse?
Pues realmente hace bastante tiempo que comenzó a gestarse el libro. Las primeras ideas surgieron hace años, pero todavía no tenían la forma que adquirieron después. A veces eran solo esbozos, apuntes, intentos fallidos. Era una fase muy temprana, solo iba “abocetando” textos, mientras me dedicaba a escribir guiones, que es mi oficio, y literatura infantil, mi otra pasión como escritor y lector.
Hace tres años, aprovechando una etapa más sosegada de otras ocupaciones, “ataqué” la escritura del relato “Llamadme Mississippi”, un homenaje a uno de mis personajes favoritos de la historia de la literatura, Huckleberry Finn. Y parece que allí había una voz literaria más clara, más rotunda, con la que me sentía más identificado, que se amoldaba mejor a lo que quería contar y al modo de hacerlo, que en ocasiones anteriores.
Y ahí considero que está la semilla del resto del libro. De pronto, me sentí maduro para afrontar aquella nebulosa de situaciones y personajes que estaban en mi cabeza. Y a partir de esa semilla fueron saliendo el resto de los cuentos, donde creo que hay una voz con ciertos elementos en común, pero con tonos diferentes. Y así, de modo disperso, los cogía, los abandonaba, volvía a ellos. Ordenando. Desordenando. Corrigiendo. En un proceso lento. Como decía Julio Ramón Ribeyro de sí mismo, yo también creo que soy un escritor de ritmo vegetal. Me gusta dar tiempo a los cuentos.
Poco a poco las piezas fueron encajando y formando un todo que tiene sentido como conjunto, tanto estilística como temáticamente. Fue un proceso hermoso y agotador en el que me encontré con el escritor que soy hoy en día. O creo ser. Mañana ya veremos.
Algunos relatos de Manual de jardinería (para gente sin jardín) presentan una cadencia más narrativa y lineal que otros. ¿Has seguido algún criterio a la hora de elegir su disposición en el libro?
He de confesar que la disposición de los relatos me ha dado bastantes quebraderos de cabeza, hasta que por fin encontré el orden que me parecía más satisfactorio. Aunque sé (porque también lo hago), que después de que uno hace ese trabajo minucioso y calculado, el lector compra el libro, se sube al metro y comienza a leerlo por un cuento cualquiera, quizá el más breve, o uno cuya primera frase ha llamado su atención, y al final lee los cuentos en un orden caprichoso y aleatorio. Aún así, la obligación de uno, como escritor, es ofrecer un orden meditado y cargado de sentido.
He intentando que hubiera un equilibrio constante entre la cadencia más narrativa y la más, digamos, desenfocada o lírica, como si se tratara de un balancín, que te lleva arriba y abajo, o de un lugar al otro constantemente. Para mí tenía una importancia vital el relato que abría el libro y el que lo cerraba. Hay un cierto hilo invisible entre ellos que los conecta, aunque no sea muy evidente en una primera lectura.
Por otro lado, creo que era Rodrigo Fresán el que establecía una distinción entre “libros con cuentos y libros de cuentos”. Los primeros serían más o menos una colección dispersa de relatos, no demasiado homogénea, sin ningún ánimo de unidad, y los segundos serían los libros en los que los cuentos tienen un sentido y deseo de unidad, ya sea formal, temática, etc. Yo creo que he escrito un libro de cuentos, no un libro con cuentos. O ese era mi propósito.
De manera significativa, los cuentos retratan personajes habitados por vacíos y carencias. Sin embargo, en su zigzagueante deambular, no renuncian a la búsqueda de un sentido. ¿Qué te llevó a colocar a los personajes en tales situaciones?
Desde el propio título ya se indica que es un libro lleno de ausencias. Un manual de jardinería, pero para gente sin jardín. Por otro lado, lo que me lleva a colocar a los personajes en esa situación de deambular y de búsqueda de sentido es el intento de que mis relatos (a pesar de su aparente “extrañeza”) se parezcan lo más posible a la vida. Porque creo que la existencia de todos es así, en general, zigzagueante, llena de carencias y vacíos, y a pesar de eso, o precisamente por ello, no renunciamos a buscar un sentido a nuestra vida, a buscar una narración oculta en la sombra. Lo necesitamos para sostenernos y no dejarnos arrastrar por el deambular y el absurdo.
La literatura, creo, también es un modo de intentar ordenar el caos y, además, de crear belleza. Uno con su vida se diría que quiere eso: ordenar el caos, y que sea lo más hermosa posible. Sabiendo, por supuesto, que se trata de un propósito lleno de obstáculos y en su mayor parte destinado al fracaso.
En Manual de jardinería (para gente sin jardín), el lenguaje poético, junto a una dosis de humor y cierto absurdo, está presente en cada uno de los relatos. ¿Se trata de un equilibrio intuitivo o hay un trabajo de compensación y proporción de los elementos?
Hay un poco de ambas cosas. Creo que en ese equilibrio entre lo poético, el humor y lo absurdo se encuentra mi visión del mundo y de mí mismo. Y es lo que se refleja en mis cuentos. Así que ese equilibrio, en principio, es intuitivo, porque no es más que mi mirada sobre el mundo.
Después hay un trabajo, claro, de corrección del texto, de poda, de jardinería (nunca mejor dicho), en el que intento que esos elementos estén lo mejor equilibrados posibles, y que ninguno tenga demasiado peso, ni excesiva incidencia, ni la balanza se incline hacia ninguno de los lados de modo excesivo.
Si los cuentos fuesen solo poéticos, o solo humorísticos, o solo absurdos, estaría traicionando lo que quiero contar y cómo quiero hacerlo, además de aburrir al lector. Es la mezcla equilibrada de esos ingredientes lo que hace de estos relatos lo que son, para bien o para mal. O para todo lo contrario.
En el cuento «Non finito», uno de los personajes llega a compararse con los non finito de Miguel Ángel, esculturas que se erigen como paradigma de la estética de lo inacabado. ¿Se podría extrapolar esta misma comparación a la estructura de tus cuentos, en contraposición a esa idea arraigada del relato como forma esférica, cerrada y sin fracturas, en la que nada sobra ni falta?
Matías Candeira lo cuenta de modo muy preciso en el prólogo del libro: “El relato cerrado, aseado, frente al relato excesivo, vivo y hasta furioso”. Yo me identifico más con ese relato excesivo, por supuesto. Y practico un tipo de cuento algo desparramado, desbordado, en contraposición con ese tipo de cuento cerrado que comentas.
Los non finitos de Miguel Ángel sirven como metáfora del estado emocional del protagonista del relato que señalas, pero también son una metáfora de los propios cuentos del libro: textos abiertos, llenos de huecos y recovecos, digresivos, deambulatorios, y que no encajan en esa idea del cuento sin fisuras, donde nada sobra ni nada falta. También considero que mis personajes se parecen bastante a mis cuentos. Ambos están llenos de huecos y en ocasiones parecen inacabados. Ya hemos dicho que este es un libro lleno de vacíos, tanto en lo que respecta a los personajes del libro como al propio texto, donde las elipsis son vitales.
En ese sentido, me he preocupado también de que fondo y forma rimasen todo lo posible, sí. Quizá podríamos añadir, siendo un poco pedantes, que escribir es un modo de llenar un vacío que a su vez crea otros vacíos.
En el marco del cuento español actual, se viene advirtiendo ya desde hace un tiempo la aparición de nuevas tendencias, respecto a los modelos clásicos y canónicos. ¿A qué atribuyes este cambio?
Eloy Tizón lo explicó perfectamente en un artículo que publicó en El Cultural en el que decía que al cuento español le han saltado las costuras y está como desabrochado. Él lo contaba de maravilla y os invito a todos a que lo leáis. Ahí se hacía eco de esa tendencia contrapuesta a los modelos canónicos de cuentos, sin renegar en ningún momento de la tradición, claro. Yo creo que esos aires nuevos le están sentando de maravilla al cuento, y tengo la convicción de que el cuento en español está en un momento excelente.
Por suerte, hemos escapado de esa dicotomía tan reiterativa, y arraigada hace algunos unos años, de apostar o por el cuento de tradición carveriana o por el cuento de tradición borgiana que sigue con Cortázar.
Creo que hoy hay más caminos entre esos aparentes extremos. El cuento puede ser casi lo que quiera ser. Ese cambio se ha producido y es imparable. Y me alegro, de vez en cuando hay que abrir las puertas y las ventanas para ventilar un poco la casa del cuento.