El escritor Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976) vuelve a la carga con un nuevo libro: Contra los lobos (Aristas Martinez, 2016). En medio de su gira de presentación sostuvimos una amena charla con el novelista en la librería Laie del CCCB de Barcelona. Allí le propusimos que, de manera lúdica y con total libertad, escribiera en estas páginas sobre su propia novela. En el siguiente artículo, Torres Blandina nos habla de su libro, un retrato sobrenatural de un mundo en crisis y reflexiona –en tono distendido– del proceso de creación, hibridación, intuición y estructura del mismo género novelístico.
MIS REGLAS BÁSICAS PARA ESCRIBIR UNA NOVELA
1. No escribir una novela
Una vez intenté escribir un best-seller. Me dije: “Venga, Alberto, tienes técnica, puedes hacerlo, dar a los lectores lo que quieren y luego, cuando hayas captado su atención, darles lo que tú quieres”.
Me aburría soberanamente durante su escritura. Nunca lo acabé.
No volveré a escribir nada que no me DIVIERTA, me dije.
Esos personajes manidos. Esas estructuras hechas con cartabón. Esas descripciones y esos adjetivos que se me caían de las manos. Me sentía escribiendo para otro siglo. En un idioma antiguo. Siguiendo caminos hechos por otros que llevaban a destinos que no me interesaban lo más mínimo. Me sentía observando mapas en lugar de paisajes. Me sentía lejos del mundo que deseaba retratar. Falseado tras palabras, géneros, tipos, background, clímax, anticlímax, inicio-nudo-desenlace, fórmulas, causas-efecto…
No quiero escribir novelas, me dije.
Decidí que intentaría escribir el mundo, no NOVELAS. Que me daba igual lo que los demás considerasen que escribía. Que sería honesto y sincero conmigo mismo: primero pensaría qué deseaba contar y luego buscaría la estructura que se amoldase a ello. No al revés. Y si se parecía a una novela, pues mejor. Y si no, pues adelante igualmente.
2. El lector manda
Me encanta la radio. Un día escuché un programa de radio que hablaba de los niños índigo. Niños que en los 70 fueron educados para ser líderes espirituales del futuro. Quise saber más. Investigué. Me di cuenta de que deseaba leer una novela al respecto. Una novela sobre aquellos niños engañados por gurús new age. Y sus secuelas años más tarde, cuando descubrieron que ni eran elegidos ni eran nada.
Como no existía esa novela, decidí escribirla.
Lo dijo Rulfo una vez, que fue a la biblioteca a sacar Pedro Páramo (1955) y como no estaba tuvo que escribirla él.
Así yo, me dije, escribiré las novelas que como lector quiero leer.
La novela se llamó Niños rociando gato con gasolina (Siruela, 2009) y fue finalista del Café Gijón.
3. Pasear de la mano
Un crítico de Babelia dijo que Niños rociando gato con gasolina era una novela con poca tensión. En el primer capítulo se contaba la muerte del protagonista.
Pensé que era toda una declaración de intenciones: “Oye, lector, ya sabes cómo va a acabar esto, ahora dame la mano y caminemos por las páginas. Déjate llevar. No hay misterio que resolver. No hay trucos de prestidigitación. Solo un viaje tranquilo por unas vidas destrozadas y el hombre que las destrozó. No debes correr para llegar a la meta. El asesino es el mayordomo. Siempre es el mayordomo. Ahora paseemos por el jardín”.
Pero el crítico de Babelia pensó que me había equivocado, tal vez, y que había puesto la muerte al principio cuando debía estar al final.
No entiendo las novelas como carrera hacia una meta. No entiendo las novelas como misterio o anécdotas encadenadas. Las entiendo como paisaje. Lo que no significa que sean aburridas. No me gustan las novelas aburridas. Me aburren las novelas como misterio o anécdotas encadenadas. Me aburre correr hacia una meta. Me encanta pasear. Por paisajes nuevos y fascinantes, sobra decirlo.
4. Alejarse de la venrtriloquía y la Ouija
Me aburre lo predecible. Me aburren las fórmulas. Quiero encontrar mis propios caminos. No quiero hablar con las voces de otros. De vivos e incluso de muertos.
Quise contar la globalización, por ejemplo. Escribí Con el frío (Aristas Martínez, 2015). El índice es un mapamundi. Cada capítulo es un lugar del globo.
No es una novela, dijeron algunos. Es un libro de relatos.
Dijeron relatos porque vieron relatos. Qué miopía, ¿no?
Quería contar cómo se genera la VERDAD en un mundo globalizado: cómo diferentes culturas, religiones, nacionalismos, lobbies se disputan la hegemonía de la verdad.
Intenta contarlo desde la voz de un detective alcohólico y divorciado, venga. Con un enigma oculto en una obra de arte, adelante. Con dos puntos de giro y un todo por el todo. Inténtalo, valiente.
Cada historia tiene sus reglas. Encontrémoslas. Inventémoslas.
5. Contra los lobos
En mi nueva novela he hecho una trenza. Tres historias paralelas que se van enredando hasta formar una sola historia.
Una historia sobre el hartazgo del mundo. Sobre la crisis ideológica de estos momentos en los que vivimos, donde las viejas verdades ya no sirven y las nuevas aún están por llegar. Sobre unos jóvenes que deciden no seguir los caminos. Dibujarlos. Con violencia si hace falta.
La segunda historia va sobre un policía y sobre el vagabundo totalmente tatuado con símbolos religiosos que encuentra a las afueras del bosque. Y va también sobre abrir túneles aunque sea con tus manos. Porque a lo mejor, no hay otra forma de llegar allí a donde deseas llegar.
La tercera va sobre un hombre encerrado en su casa. Sobre una presencia extraña que lo atormenta para la que no tiene explicación. Porque no sabe dónde mirar exactamente. Porque la respuesta siempre está ahí, esperando la pregunta adecuada.
Y las tres historias giran unas sobre las otras, como una trenza, ya dije, hasta mostrar una historia más grande. Todavía más grande si la enfrentas a mi anterior obra Con el frío, pues ambas, siendo independientes, conversan. Abren nuevas posibilidades de lectura.