El retrato que hacen de él sus enemigos no deja lugar a dudas1.
Gracián era un tipo malquisto, de la cáscara amarga, cuya experiencia principal en la vida fue el rechazo. Rechazado por la corte, rechazado por la Compañía de Jesús por rebelde a sus consignas y rechazado por la mayoría de su entorno (fue hombre de pocas amistades), se fue encerrando cada vez más en su propia concha.
Aunque a lo mejor sería más correcto decir que nunca salió de ella.
El caso es que esa cerrazón se convirtió en el centro neurálgico a partir del cual nuestro jesuita aragonés se fue construyendo su visión del mundo, desconfiada y egotista.
Si tuvo mala acogida en la época, si no se cumplieron sus expectativas, tuvo en cambio mejor suerte con el extranjero y la posteridad.
Traducido al francés por Amelot de la Houssaye, sus aforismos se convirtieron en el libro de cabecera que sus educadores impondrían a Luis XIV. Madame de Sablé (1599-1678), la autora de unas máximas que se publicaron póstumamente en 1678, fue gran admiradora suya y amiga de La Rochefoucauld, cuyas indispensables Maximes aparecen dieciocho años después del Oráculo manual y arte de prudencia gracianesco (1647).
Influyó en La Bruyère. Y Voltaire lo citaba recurrentemente.
En Inglaterra y en Italia también se le leyó.
Sin embargo, su gloria moderna y la aprobación universal le llegaría por la decisiva estimación que le tuvo otro hombre tan desconfiado y malmirado como él: Arthur Schopenhauer lo tradujo al alemán y le otorgó, con su aprecio, carta de nobleza universal.
Desde entonces, el nombre de Gracián resuena en el oído de cualquier persona letrada con un aura único. El de los clásicos inmortales capaces de atravesar los siglos y de seguir hablando, siempre iguales y siempre cambiantes, a las generaciones futuras.
La densidad de pensamiento del Oráculo manual y arte de prudencia se debe entre otras cosas a que fue un destilado aforístico de sus libros anteriores, El Héroe (1637) y El discreto (1646). Ha habido una criba importante.
Son pensamientos reconcentrados y organizados, a diferencia de los de Quevedo o Antonio Pérez, que pueden considerarse producciones a granel.
Es un texto tremendamente aprovechable y educativo en el mejor sentido de la palabra.
Uno lo puede contrastar, según lo lee, con la experiencia propia, y así comprobar que, casi siempre, el consejo es acertado y práctico.
En ese sentido, es un auténtico libro de aforismos, entendidos como máximas para la conducta y guía eficaz del comportamiento.
Hay un salto cualitativo importante con respecto a aforistas anteriores.
A diferencia del infante Juan Manuel, la individualidad, en Gracián, está plenamente conquistada, y eso lo hace moderno. Ya la primera reflexión lo aclara:
Todo está ya en su punto, y el ser persona en el mayor. Más se requiere hoy para un sabio que antiguamente para siete, y más es menester para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en los pasados. [Gracián]
Es un tono diferente de sus predecesores. El mundo ha cambiado y sus complejidades, siendo mayores, necesitan de consejos de la máxima finura.
En su conjunto, la enseñanza gracianesca es una mezcla de prudencia y astucia, recomendaciones para poner en valor nuestras virtudes y esconder defectos, enderezar la sindéresis, hacer economía de fuerzas, de autoanálisis, todo en un estilo sintético y con una inteligencia dúctil, llena de matices y sutilezas difícilmente resumibles sin que al hacerlo desvirtuemos su cuidada exposición.
La vara de medir lo humano no es en este autor una regla rígida, como demasiado a menudo ocurre con Quevedo o Antonio Pérez, quienes con mayor o menor fortuna lanzan sus pensamientos sin volver sobre ellos dos veces, sino más bien un cordel elástico que se tensa cuando corresponde medir en recto, pero que se encoge y se curva para que con él se pueda medir prácticamente todo recoveco humano.
La máxima es desplegada y desarrollada en el comentario donde se orienta su aplicación, zigzagueando con ductilidad y cautela entre inconvenientes y excepciones.
Cito un aforismo cualquiera:
(Oráculo manual y arte de prudencia, 1647)
Como se ve, Gracián no se conforma con la máxima abstracta, sino que la basa en la observación de un carácter determinado que traza, con plasticidad metafórica, en pocas líneas. Entremedias se suceden una advertencia, una censura, y concluye indicándonos la mejor conducta posible a la hora de tratar con tales individuos. Es algo bien pensado, sopesado, y mejor expresado. Inteligencia de muchos quilates. «Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral», dijo Nietzsche. La Bruyère, al otro lado de los Pirineos, es el autor, a mi juicio, que más se le asemeja.
Otro ejemplo de sutileza son las reflexiones sobre el arte de negar, que no por ser un ejercicio cotidiano deja de ser de los más difíciles.
(Oráculo manual y arte de prudencia, 1647)
Dan casi ganas de escribir un libro comentando uno a uno los aforismos. Pero eso sería un insulto para quien dijo aquello de «lo bueno, si breve dos veces bueno», y además es un ejercicio que prefiero dejar al lector. Leer y comentar los aforismos de Gracián es una de las experiencias intelectuales más gratificantes. Lo recomiendo encarecidamente.
Es el príncipe del género.
(Lorenzo Mateu y Sanz, Crítica de reflección y censura de las censuras, Valencia, 1658, en contestación a El Criticón de Baltasar Gracián).