¿Por qué tengo la impresión de que escasean más de lo que debieran los autores de este género en España? ¿Por qué parece que apenas hay grandes cuentistas actualmente?
Es una buena pregunta y una cuestión que me intriga.
Es cierto que están Bécquer y Clarín en el XIX, y que casi todos los grandes novelistas han compuesto relatos breves. Pero con la excepción, en la segunda mitad del XX, de Ignacio Aldecoa, de quien ya he hablado en esta columna, no veo desde entonces un cuentista contemporáneo lo suficientemente reconocido como para entronarlo como un clásico absoluto.
No hay ahora mismo el equivalente de un Chejov, un Borges, un Onetti, un Quiroga, un Carver, un Berthelme.
No parece que nadie lleve lo suficientemente alta la antorcha del cuento español. ¿Merino? ¿Mateo Díez?¿Gonzalo Suárez?¿Bonilla? ¿Tizón? ¿Magrinyà? (menciono a los que he leído o me han recomendado, los que se supone que son los mejores especialistas de los últimos tiempos). Son demasiado minoritarios. Y la mayoría se han pasado a la novela.
Si acaso, los únicos que han conseguido una notoriedad lo suficientemente visible, como especialistas del género, serían autores como Ana María Matute, recientemente fallecida, o en otro ámbito, con una estética más norteamericana, Quim Monzó, que escribe en catalán. Puestos a resaltar a alguien, tendría que hablar de ellos, sin que ninguno de los dos me convenza plenamente. Al menos no como Aldecoa.
Cabe preguntarme, pues, por qué se abandonó el género y por qué se pasa la gente a la novela. Yo solo encuentro una respuesta: porque en el cuento no hay dinero.
En Estados Unidos existe un sistema prestigioso de revistas: The New Yorker, Harper’s y compañía. Todas ellas publican, cada cierto tiempo, relatos de escritores reconocidos, y no tanto, y lo más importante: pagan bien. Un escritor que se mueva, dedicado exclusivamente al cuento, podría vivir de ello. No digo que boyantemente, pero al menos correctamente.
En la España actual eso es imposible.
El circuito comercial del cuento está muerto. Es, como diría Valle, colorín, pingajo y agua.
Existe, desde luego, el circuito de los premios literarios regionales. Y los hay de todos los colores y cuantías. Curiosamente, es un mercado nada despreciable. Más que el de unos cuentos publicados, que hasta el momento casi nadie compra.
Hay auténticos profesionales dedicados a ello. Los llamamos, dentro del gremio, ganapremios. Pero son gente que no está interesada en publicar en editoriales precisamente porque, de hacerlo, “quemarían” sus cuentos y no podrían ya presentarse a premios reservados exclusivamente a inéditos. Eso los convierte en coto privado de amateurs. Los profesionales apenas participan.
Los editores tampoco fomentan, faltos de resultados comerciales, la publicación. “Oh, un libro de cuentos”, murmuran, cuando ven tu manuscrito. Y te miran con un ceño tan reprobador como si les estuvieras colocando una recopilación de artículos. Algo absolutamente invendible.
Ante tal situación, el escritor de cuentos está abocado a ser un abnegado, un suicida comercial, un poeta, y salvo los rentistas (la literatura, decididamente, está hecha para ellos), los demás procuran pasarse a la novela.
Si dijera otra cosa, mentiría. Lo siento por los aspirantes a cuentistas.
El resultado, en definitiva, es un panorama desolador donde por el momento no veo yo que despunte nadie públicamente de forma incontestable. Hay quien dice que esto está cambiando. Yo mismo se lo he oído recientemente a algún editor. Aunque, vista la crisis generalizada, a lo mejor lo que ocurre es que la venta de las novelas está bajando de tal manera que se empieza a equiparar por lo bajo con los cuentos.
En todo caso, si los editores se muestran más receptivos, puede que gracias a ello empiece a darse un cierto resurgir del cuento.
Yo reconozco que soy pesimista.
No parece razonable pensar que un campo arrasado pueda convertirse de la noche a la mañana en un vergel.
Pollino Pardo
31/03/2015
Hace ya un centenar de años que Juan Ramón Jiménez dejó escrito uno de los mejores cuentos que he podido disfrutar.
Platero y yo.
Considero en mi humilde opinión, no académica, que sigue siendo literatura contemporánea…