Sexualidad, prostitución y soledad son los ejes argumentales de la colección de relatos La mujer ajena del escritor peruano Ramón Bueno Tizón (Lima, 1973), publicado por Candaya (2014). Bueno Tizón, también abogado y periodista hípico, es autor del libro Los días tan largos (Solar, 2006) y ha participado en la antología Emergencias, doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013).
El conjunto de los once relatos que conforman La mujer ajena mantiene una estrecha relación con la cuestión de la sexualidad tanto masculina como femenina. ¿Sobre qué aspectos te interesaba reflexionar a la hora de hablar de este tema?
La sexualidad humana es muy compleja y heterogénea, por lo que el libro solo podía abordar cierta parte específica de dicha sexualidad. Concretamente, una sexualidad marginal, frustrante y frustrada, de menos de dos. El individualismo extremo de nuestra sociedad contemporánea ha privilegiado el éxito de los triunfadores, mientras que los perdedores, los rezagados, tienen que arreglárselas como pueden.
Ahí está el enfoque del libro: en la sexualidad de aquellas personas incapaces de entablar una relación de pareja plena y gratificante. Tal vez en la sexualidad posterior a una ruptura, o en la de aquel minusválido o handicapé sexual, condenado a ver de lejos la sexualidad de los otros, de los que sí pueden tener acceso al sexo normal o funcional. El libro explora esa otra sexualidad, cargada de rabia y amargura, que se abre paso a patadas, empujada por los instintos.
En el relato “María Ozawa” –nombre real de una actriz porno– se describe a la mujer “como una flor carnívora, hermosa y espeluznante. O como una tarántula”. De hecho, la mayoría de las que aparecen retratadas en tu libro son como sueños inalcanzables que los hombres persiguen continuamente. ¿Es una manera de reafirmar su independencia, a pesar del oficio de prostituta de algunas mujeres retratadas en tu libro?
Creo que su independencia está fuera de toda duda. Lo que me parece interesante es la incapacidad de los hombres de llegar a ellas. Ahí es donde está puesto el énfasis del libro. Y por eso es que se habla de una mujer ajena, es decir, una mujer que es distante, lejana y extraña en ese mundo concreto. En este contexto, la figura de la prostituta se alza como la mujer ajena por excelencia, al ser la única forma de acercarse a una mujer por parte de estos hombres.
Las mujeres parecen evocar una profunda angustia en los personajes masculinos. La relación que establecen con ellas se funda a veces en la “la ilusión de ser por un momento el garañón de la manada”. ¿Cómo planteas la relación que ambos sexos mantienen? ¿Existe un juego de dominación-sumisión?
No creo que sea posible generalizar la relación que ambos sexos mantienen hoy en día. Ciertamente podría existir un juego de dominación-sumisión, no solo de hombres a mujeres sino también de mujeres a hombres, como también perfectamente podría no existir en absoluto.
Cuando el narrador-personaje del cuento “María Ozawa” habla de “la ilusión de ser por un momento el garañón de la manada”, lo hace desde la perspectiva de aquel “macho beta” o “gamma” de la especie humana que añora y envidia la suerte del llamado “macho alfa” y su éxito con el sexo opuesto.
En el mismo cuento escribes una interesante reflexión sobre la emigración: “Quizás la mejor lección al emigrar y quedarnos desnudos sea comprobar que de eso se trata la vida. De desprenderse de lo que nos rodea, de lo que más nos gusta y más queremos. De no aferrarse a nada. Nacemos para dejarlo todo y que nos dejen todos”. ¿Hasta qué punto crees que el ser humano debe re-encontrarse, necesariamente, en la soledad?
Me parece que vivimos en un mundo signado por los estímulos externos, por el individualismo y el materialismo a ultranza. Tanto tienes, tanto vales. Dime con quién andas y te diré quién eres. Todo ello, dentro de una espiral vertiginosa que no deja tiempo para nada, tanto así, que se pierde la perspectiva de lo esencial, de lo verdaderamente importante.
Si en el medio de esa vorágine pudiésemos ser capaces de darnos cuenta de que somos simplemente aves de paso, que todo lo que tenemos es temporal y que nada es para siempre, podríamos disfrutar de las pequeñas cosas que nos da la vida y ser felices con ello. Podríamos ser capaces de aprovechar al máximo nuestro pequeño tiempo en este mundo.
Creo que ahí juega un papel fundamental la soledad, el viaje interior. Porque la verdadera felicidad se encuentra dentro de uno mismo, y no fuera. Y para comprender mejor todo ello, emigrar y desprenderse de todo lo que uno tiene, ayuda muchísimo.
La mayoría de relatos presentan un final abierto, que invita a la participación del lector, ¿qué papel te gustaría que desempeñara el lector de La mujer ajena?
La participación del lector es fundamental. En el fondo, la idea es que el lector complete o integre la historia en base a lo sugerido en los textos y a su propia experiencia de vida. Y en ese punto, el lector tiene libertad total. Mi labor es trabajar lo mejor que se pueda en el pacto de verosimilitud que tiene todo texto con el lector. Una vez logrado dicho pacto, la historia queda en manos del lector.
El personaje de Verónica aparece retratado en dos relatos –uno homónimo y, el otro, “La princesa china” –, ¿cómo decidiste crear dos puntos de vista sobre un mismo asunto en dos cuentos distintos?
Creo que cada cuento del libro tiene una autonomía propia, como texto que funciona independientemente de los otros. Finalmente, de eso se trata con los cuentos. Ahora bien, en algunos casos existe una interdependencia narrativa que el lector atento puede descubrir. En el caso concreto de “Verónica” y “La princesa china”, por ejemplo, incluso hay un tercer cuento que también está enlazado.
De lo que se trata es la búsqueda de un universo ficcional propio, que aporte la mayor verosimilitud posible a los textos. Si hablamos de referentes al respecto, podríamos citar a Juan Carlos Onetti y a Italo Calvino, por citar algunos nombres.
Tus textos se construyen a menudo con un mínimo de dos voces que se cruzan o corren en paralelo. ¿Cómo ha sido el trabajo de articular estas voces?
Ciertamente, algunos textos del libro apuntan hacia una polifonía de voces. En algunos casos, hay narraciones paralelas; en otros, la perspectiva salta de un personaje hacia otro. Podría decirse que son recursos más propios de la novela que del cuento. Ahora bien, uno puede empezar una novela sin saber a dónde va y para no perderse en el camino, debe estructurarla. En cambio, no es posible empezar un cuento si no se sabe a dónde va. Lo que yo he tratado de hacer es estructurar los cuentos, sabiendo de antemano a dónde quiero llegar. Aunque también es cierto que hay un poco de todo: algunos cuentos tienen una estructura deliberada y otros son más bien lineales.
En uno de los relatos, “Nosotros los que miramos”, un grupo de adolescentes borrachos dan sus primeros pasos en el descubrimiento de la sexualidad a través de la zoofilia. ¿Cómo nace la idea de escribir este cuento? ¿Consideras que existe alguna conexión con La ciudad y los perros de Vargas Llosa?
Ese relato tiene un referente fáctico muy propio. Aunque, en mi opinión, los referentes fácticos carecen de importancia. Lo que verdaderamente cuenta es el producto final que le llega al lector, si tiene o no tiene valor en sí mismo, si se alcanza el llamado pacto de verosimilitud.
Los paralelismos con La ciudad y los perros de Vargas Llosa son inevitables: es un texto cargado de peruanismos, los temas que se exploran son la adolescencia, la bebida y las cantinas, la iniciación sexual. Estoy de acuerdo en que se puede hablar de una conexión, no por algo Vargas Llosa es parte de esa extraordinaria tradición literaria que tiene el Perú: Vallejo en poesía, el propio Vargas Llosa en novela, Ribeyro en cuento. Podría decirse que los escritores peruanos crecen bajo la sombra de esa gran tradición literaria, que los estimula y los nutre en sus primeros años.
Luego, ya depende de cada uno encontrar su propio camino, su propia voz. Depende de uno mismo desmarcarse y trazar su territorio personal. Es un juego peligroso, porque puedes caer en la trampa de imitar siempre y nunca salir de ahí. Por eso es importante tener otros referentes, muchas lecturas, mirar también otras tradiciones literarias. Solo así puedes encontrarte a ti mismo.
Al haber vivido unos años en España, ¿qué autores actuales te han llamado más la atención? ¿Y de Perú?
A nivel mundial, Philip Roth, J.M. Coetzee y David Grossman son los novelistas vivos que más me interesan. En lo que respecta a España propiamente, puedo citar a Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Belén Gopegui y Jordi Carrión. También Juan Trejo, pese a la crítica feroz que le hicieron a su último libro. De los latinoamericanos actuales, Patricio Pron, Andrés Neuman, Juan Gabriel Vázquez, Yuri Herrera, Eduardo Ruiz Sosa y Guadalupe Nettel. Y de los peruanos, me gusta mucho el trabajo que hace Carlos Yushimito. Sus cuentos son extraordinarios.
Para terminar, ¿nos podrías contar tu experiencia en el Máster de Creación Literaria de la Universitat Pompeu Fabra?
Fue una experiencia positiva por donde se le mire. Es muy cierto que no es posible aprender o enseñar a escribir de cero, de la nada. Pero el Máster te permite interactuar con otras personas de España y Latinoamérica que tienen las mismas inquietudes literarias, que ya han publicado uno o dos libros o que están en la búsqueda de un editor. Eso de por sí ya es estimulante para escribir.
El Máster te permite también conocer el mercado editorial español por dentro, en un microclima ideal, con clases impartidas por escritores, críticos y editores. Y no menos importante aún, el Máster te puede abrir puertas. A mí por ejemplo, me permitió ponerme en contacto con Editorial Candaya, ser antologado en Emergencias, doce cuentos iberoamericanos (2013) y luego publicar mi primer libro en España. Así que lo recomiendo efusivamente.