Pronto seremos felices (Destino) es el último libro de Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1956) y el flamante ganador del Premi Ciutat de Barcelona 2015, en la categoría de literatura castellana. El jurado, presidido por el crítico Jordi Gràcia, valoró la «inteligencia, sensibilidad e imaginación» de la obra, cuyo tema es la metamorfosis social y personal que experimentaron los habitantes de la Europa del Este tras la caída del muro de Berlín. Pliego Suelto se reunió con el autor –quien en calidad de periodista vivió de cerca el desarrollo de dichos acontecimientos– para hablar de su premiada novela y de su visión de la Europa actual.
En Pronto seremos felices te conviertes en un testigo-narrador de un proceso histórico: la caída del muro de Berlín y los profundos cambios socio-económicos y culturales que desencadenó en los países de la Europa del Este.
Estuve de corresponsal en aquella época (1989-1991), una etapa muy importante que me marcó porque era una situación muy diferente a lo que yo estaba acostumbrado a ver en la Europa occidental. Por tanto, para mí fue fundamental. Para esas poblaciones también porque cambiaron de régimen y, cuando cambia un régimen a uno mejor, en muchos sentidos mejor, siempre se desata una cierta euforia y la idea de tabla rasa, de empezar de cero. De ahí el título: Pronto seremos felices, que luego queda desmentido por la cruda realidad que nunca es paradisiaca como se la imaginaba la gente. Cada vez que acaba una guerra se dice que es la última y que empieza un nuevo orden mundial.
Lo que caracterizó a aquellos años fue una corriente de euforia inmensa y se aprovecharon las nuevas libertades. Entre ellas, una que nos parece elemental y común a casi todo el mundo: la libertad de viajar. De tal manera que las poblaciones, sobre todo los jóvenes, se lanzaron a viajar como locas en autobuses.
Incluso algunos gobiernos del Este penalizaban el entablar contacto con extranjeros.
Efectivamente. En países tan cerrados como Rumanía, me acuerdo que entré como periodista y como había mucha agitación, pusimos detrás del parabrisas del coche un cartel que decía “Press” y entrábamos a algunos pueblos y la gente se reunía alrededor a aplaudir. Imagínate, aplaudir porque veía que llegaba la prensa occidental.
Tal era la idea y la expectativa que tenían de que la prensa internacional representaba a la libertad. Era un síntoma de la represión que habían padecido y la ingenuidad con que veían nuestro mundo. Mientras que hoy la profesión de periodista es una de las más denostadas en España, por ejemplo. Ya ves cómo cambian las cosas, según las épocas y los sitios.
Claro.
En estos países –estoy hablando de Checoslovaquia, Rumanía y Bulgaria– por los que viajaba de manera enloquecida, cada semana cambiaba todo. Un discurso de Gorbachov en Moscú hacía caer al régimen en Bulgaria. Tenían la idea de Europa occidental como un paradigma para el futuro y, concretamente, España era vista como una especie de sitio paradisiaco, como un Caribe mejorado, por el hecho de que aquí disponíamos de un buen clima y que el carácter español gustaba mucho.
Latino-mediterráneo.
Exactamente. En aquella época, económicamente, estábamos muy bien. La gente era abierta y era famosa la fiesta, “la Movida”. En Pronto seremos felices hablo también un poco de eso. Es un libro de personajes literarios, en el sentido que, como periodista, yo hablaba con políticos y analistas, y esa era la sustancia de la información periodística, cosa que no tiene nada que ver con lo que sale en este libro. Los personajes, las historias y los ambientes que yo cuento no eran significativos para el periodismo, pero sí como material literario.
¿Una aproximación a la intrahistoria?
Efectivamente. El personaje de Isabella encarna a un confidente de la policía secreta del Ministerio del Interior de Checoslovaquia y, como yo conocía a algunos de estos, lo cuento en el libro. Además, también supe que eran confidentes porque, más tarde, salieron en las listas de los “chivatos”.
En general, te haces una idea de estas figuras por las películas o por lo libros, personajes como muy en blanco y negro. En cambio, yo he intentado retratar a uno de ellos. Eefectivamente lo era y, en ese sentido, un espía es una persona despreciable y traicionera, pero tiene sus justificaciones o sus explicaciones. Lo que he intentado es comprender a ese tipo de personajes como seres humanos. Condenados ya están por la historia y por la moral.
Otro personaje es Alina: juventud, belleza y pasotismo.
Alina es una chica guapa con mucho éxito sentimental, pero al mismo tiempo tiene un tremendo fracaso emocional y problemas de inseguridad. Representa una juventud muy educada en el comunismo y muy desorientada de cara a la responsabilidad de la vida adulta, porque en la sociedad comunista –tal como la conocimos– la responsabilidad quedaba confiada a las autoridades. Era una sociedad en la que se trabajaba poco, y por eso hizo implosión económicamente, donde había mucho tiempo libre para las ensoñaciones, como las de este personaje, que vive de la fantasía y de ideas poco trabajadas intelectualmente.
De alguna manera, encarna el prototipo de mucha gente. Además, le he puesto el rasgo de que cree en fenómenos paranormales. Yo me he encontrado con muchos jóvenes delirantes. También los había en España, cuando yo era joven. Gente que venía con estas cosas de marcianos y de ocultismo. Pero creo que allí, en la Europa del Este, había más. Quizás porque el rechazo a la educación oficial no era compensado con una educación paraoficial o de la oposición, que no existía porque estaba muy aplastada. Y entonces, entre una cultura despreciada y otra que no tenía manifestación, salía esa subcultura, que aquí representa, por ejemplo, los libros de J.J Benitez.
Hay también otras figuras como Felipe, miembro de la diáspora española por los países del Telón de acero y que vive su limbo particular.
Felipe es un niño de la guerra. Representa a muchos miembros de las comunidades de españoles, ya avejentadas, a quienes tuve la oportunidad de conocer y que se reunían y mantenían algunas tradiciones. Y, desde luego, muchos, no es el caso de Felipe, volvían a España en verano y tenían con nuestro país unas relaciones sentimentales profundas. Y mantenían vínculos con miembros de la familia que se habían quedado. Cuando volvían a la Europa del Este alardeaban todo el año: “en agosto iré a tal sitio”, “¡mi nuera prepara un besugo!”… La gastronomía era para estos exiliados una cosa que les servía como compensación de la idea de la patria.
También en un pasaje se habla de una iglesia en Praga donde los españoles se reúnen desde hace cuatro siglos.
Es la iglesia de Santo Tomás, llamada la iglesia de los españoles porque la pagó la Embajada Española en el siglo XVII, en la época de la Contrarreforma. Es muy bonita. Ahí se iban enterrando a los dignatarios españoles que vivían por Praga. Tiene dos santos, Bonifacio y Justo. Dos reliquias inmensas, y tétricas, porque son los esqueletos enteros de ambos los que te reciben a la entrada de la iglesia, que por otra parte es preciosa, una maravilla del Barroco. Todo esto me sirve para comentar un tema que me fascina, y que narro en Lo que cuenta es la ilusión (Destino, 2012): el fetiche, la reliquia, el objeto.
Hablas también de distintos escenarios: Praga, Sofia, Bucarest durante la Guerra Fría.
Cada personaje vive en una ciudad diferente y lo único que los une es el narrador, que es un viajante comercial que tiene la fantasía de hacerse rico en estos nuevos mercados que se abrían al comercio internacional. Me sirve para introducirlo en las esferas de la vida privada de los personajes. Más que si fuera un periodista.
Un conjunto de tramas que tienen saltos temporales, idas y venidas.
Las referencias que yo tenía eran Adiós a Berlín de Christopher Isherwood y París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. Pero con la diferencia que estos excelentes libros hablan de un joven que llega a una ciudad y luego se va. En cambio, aquí yo tenía que hablar de un personaje que va y viene durante 25 años. Y no a una ciudad, sino a cuatro o a cinco. Con lo cual era complicado mantener una cierta unidad o darle un equilibrio narrativo, porque todo es disperso, hay varios personajes e historias que no se cruzan. Eso era bastante complicado y también era estimulante por su misma dificultad.
En un pasaje del libro se dice que hay dos Europas: la instalada en la postmodernidad y otra que aún no ha agotado la modernidad.
Son los discursos de un personaje rumano, Petru, para explicar la conveniencia de su país de acercarse a nuestra manera occidental de vivir y de pensar. O, al revés, la de ponerse al amparo de la manera eslava-soviética de hacerlo. Petru dice que la capital del mundo moderno es Moscú y la capital de la Europa postmoderna puede ser Berlín, Oslo o Bruselas. Lo que es evidente: todavía hoy hay dos Europas. Eran reflexiones de este personaje.
¿Y cuál es tu visión sobre Europa?
La verdad que no puedo criticarla ni defenderla mucho porque es como si uno hablara de su familia. Soy europeo. Tengo la conciencia de que es un continente fundamental en la historia de la humanidad, pero que se ha construido a base del expolio de los pueblos del Tercer Mundo.
Lo curioso es que es una conciencia autosatisfecha, como si fueran los europeos el paradigma de la cultura y de la civilización (los ingleses, por ejemplo). Puedo hablar de lo que pasó en Asia, cómo se masacró al imperio chino con La Guerra del Opio, del colonialismo en África, etc. Del expolio viene la riqueza y la cultura que ha construido nuestras ciudades y nuestros museos. Y por eso somos «más civilizados”, porque podemos ir a los museos. Ya sabemos de dónde vienen las cosas que hay ahí y cómo se han obtenido.
El caso del Museo Británico.
Efectivamente, paradigma de la democracia, el pueblo británico. Perdona, pero los ingleses fueron los más grandes piratas del mundo.
No, él era solo un peón del juego. Me refiero a la monarquía…
¿Qué perdimos y qué ganamos con la caída del muro de Berlín?
Ganamos media Europa y perdimos el fantasma del comunismo, que servía para mantener parte del estado del bienestar en Occidente. Si había una alternativa ideológica y política y, por siniestra que fuera, pues el capitalismo tenía que reflexionar sobre sí mismo, tenía que generar sus propios efectos paliativos sobre sus defectos. Me da la impresión que eso hemos perdido.
Eres un escritor polifacético: guionista de cómics, autor de relatos, novelas, artículos periodísticos y un dietario sui generis.
Si coges la nómina de escritores españoles, casi todos son profesores de instituto, de universidad o periodistas. O han sido una cosa o la otra. En relación a los cómics, me dediqué a eso como guionista y trabajaba en una editorial. Me parecía un medio de expresión con unas limitaciones para ciertos géneros, pero en cambio muy expresivo y útil para otros. Por ejemplo, muy eficiente para el humor, pero poco útil para una reflexión psicológica.
Ya hace tiempo que no lo practico. Después, me metí en el periodismo y durante unos veinte o treinta años he trabajado en secciones de cultura de los periódicos. Ahora soy un colaborador externo
¿Por qué crees que actualmente la industria editorial privilegia la publicación de novelas sobre otros géneros?
Las novelas, al parecer, se venden más y por eso los editores siempre prefieren que el autor vaya con una novela que con un libro de relatos. Dicen que en España se venden menos. Yo estoy muy contento con Destino, que me publicó un dietario y, un año antes, un libro de relatos (Noche sobre noche, 2010). Hoy en día, una gran editorial raras veces se permite eso.
Lo que cuenta es la ilusión aporta un aire renovador a la prosa memorialística en el ámbito peninsular…
Es un dietario bastante especial porque hay desde aforismos hasta pequeños ensayos o aproximaciones, anecdotarios, costumbrismos, periodismo reciclado… Además, está muy reescrito y ha sido concebido como una obra literaria. Hay otros autores que piensan el dietario como un registro puro y duro. Para Paul Léautaud lo importante es la impresión del día. Consideraba que no se podía reescribir y que “eso no hay que tocarlo”. Esa es la honestidad, decía.
Este dietario es también un carrusel multidisciplinar, una muestra de autores y artistas de ambos lados de Europa que el lector descubre y aprecia.
De alguna manera el taller del dietario te permite establecer relaciones entre autores que te han impresionado y los pones en referencia. Por ejemplo, un día estás releyendo la poesía de Machado sobre un pariente que vuelve de América (Soledades. Galerías. Otros poemas, 1907), luego otro día lees a Pavese y ves que tiene un poema que se llama “Los mares del Sur” (Lavorare Stanca, 1930), que habla de un primo que también vuelve. Es interesantísimo poner en relación a poetas con formas y lenguas diferentes.
El taller del dietario te permite también elogiar a autores que te gustan, citándolos. Si pones una cita de Rimbaud, inmediatamente, realza el texto, es una muleta que te ayuda.
Hablando de poetas, la tragedia del búlgaro Grigor Lenkov aparece en Pronto seremos felices.
Es algo que publiqué en la revista Claves y le quiero dar más publicidad. Representa una historia muy ilustrativa de la manera en que se hacían las cosas en Bulgaria.
El poeta que va a recibir un premio en la URSS y que desaparece…
Un caso típico de la Europa del Este de esos años, totalmente real y documentado, tal como me fue contado por los parientes de Grigor Lenkov.
De otro lado, ¿qué planes tiene para los próximos meses?
Me gustaría escribir otra nueva novela que tengo a medias. Tengo mucha información acumulada y varios textos a medio escribir. Es algo que permite mucho el ordenador, que es un instrumento para la procrastinación, dejar lo difícil para comenzar lo fácil. Son cuatro o cinco proyectos, y tengo el placer de elegir entre ellos.
¿Alguna pista?
Seguramente voy a hacer algo sobre los tópicos y las frases trilladas, de cómo nos llevan a una vida trillada.
Gracias.