Hace pocas semanas nos encontramos en una céntrica calle de Barcelona con el escritor y profesor universitario David Roas (Barcelona, 1965). Vino al tema su nuevo libro recién salido de la imprenta, Bienvenidos a Incaland® (Páginas de Espuma, 2015), y tras los saludos, surgió la iniciativa de hacer algo diferente a una reseña o entrevista: que el mismo autor fuera quien hablara de su propia obra. De los viajes que hizo al Perú, del proceso de creación y la estructura narrativa.
Bienvenidos a Incaland® surge de un viaje real que hice a Perú en agosto de 2008, que se completó con una estancia de dos meses en Lima en 2011, aunque debo advertir que para entonces el libro ya estaba prácticamente escrito. Ese segundo viaje terminó por confirmar lo que experimenté en 2008 y que motivó la escritura de los cuentos que componen el libro: la fascinación y el desconcierto ante ese espacio en el que confluían varios elementos que añadieron algunos grados más de excitación. No sólo era mi primer viaje a Perú sino también a Latinoamérica, así como la primera vez que cruzaba al Hemisferio Sur. Demasiados umbrales a nuevos y desconocidos espacios.
Desde el principio supe que iba a escribir un libro de cuentos. Pero también tuve claro que no quería que fuera un volumen de relatos típico (si es que eso existe). Por eso le di una estructura muy cerrada y homogénea (ello justifica que algunos lo hayan leído como novela), a la vez que juego con los límites del cuento, hibridándolo con la crónica y el libro de viajes. De ahí, por un lado, que la voz narradora y el protagonista sean siempre los mismos (cambiando, eso sí, el tono: de lo fantástico a lo grotesco, pasando por el absurdo) y, por otro, la organización de los cuentos siguiendo las tres etapas del viaje que yo hice en la realidad: Lima – Cusco – Machu Picchu.
Evidentemente, el lector es libre de entrar por donde quiera, pero yo espero que acepte el juego de leer los cuentos siguiendo la estructura en la que aparecen ordenados (precedidos por el excelente prólogo de Fernando Iwasaki) y, de ese modo, comparta conmigo la experiencia del viaje.
Lo que me interesa –y de ahí el haber escrito un libro de cuentos y no un libro de viajes (o una guía turística)- no es tanto ser fiel al itinerario real del viaje que yo hice (enriquecido, como dije, con esa segunda estancia en Lima) sino (re)construir ante los ojos del lector la delirante experiencia que me deparó dicho viaje y que éste pueda compartirla. Las tres etapas dibujan cronológicamente mi creciente estado de fascinación y perplejidad, que se inaugura en las calles de Lima y su tráfico manicómico (seguidos de un ligero terremoto, las repetidas incursiones en la increíble gastronomía peruana o el robo de la máquina de escribir de Vargas Llosa) y termina en el viaje aún más desquiciado en el tren de regreso a Cusco tras visitar Machu Picchu.
Un dibujo que se ve alterado por mi distorsión imaginativa, por mi irrefrenable y alterada manera de ver la realidad, siempre trufada de ficción. El propio narrador-personaje ya lo advierte en el primer cuento del libro cuando afirma:
La ficción como medida de todas las cosas. Como escala para asumir e interpretar el mundo. Nunca ha podido evitarlo. Y en este viaje tampoco lo hará. Bienvenidos a Incaland®
De ahí también el constante juego intertextual con la literatura fantástica, el cine de serie B, The Twilight Zone, etc., como elementos para comparar lo que el personaje ve/experimenta en los espacios que recorre. Porque él, como yo, mira la realidad a través de las lentes de la ficción. Ello justifica, por ejemplo, que transforme en zombis a los turistas que abarrotan las calles del centro de Cusco. Esas legiones de individuos paseando lentamente (los 3.500 metros de altitud no permiten demasiadas proezas atléticas), con cara de alelados y cubriendo sus cabezas con ridículos (por innecesarios) chullos, no podían ser descritos de otro modo que acudiendo a la ficción.
Esos guiños culturales, inevitables, por otro lado, en alguien que escriba en el presente (¿cómo no acudir al cine, al cómic, a las series de TV?), también colaboran en desrealizar el libro, porque a medida que lo escribía me di cuenta de que el realismo se me quedaba corto para comunicar mi experiencia. Si bien por tendencia natural me gusta moverme en lo fantástico (como subversión de los límites de lo real) y el humor (como disolvente de dogmas y verdades), enseguida tuve claro que la única forma de comunicar al lector mi experiencia –no tanto lo que veía como lo que sentía- era escapando de los estrechos márgenes del realismo, contradiciendo –paradójicamente- una de las citas que abre el libro:
Si Kafka hubiera nacido en Perú, habría sido un escritor costumbrista. Bienvenidos a Incaland®
Así, para alejarme de una visión demasiado trivial o tópico-pintoresca de los espacios que recorría y de las experiencias vividas en ellos, aun sabiéndolos reales, acudí a lo fantástico y lo grotesco como vía para compartir tales experiencias, para reflejar mi mirada sorprendida y fascinada ante una realidad que no se acaba de entender. Una mirada que también se vuelve crítica, sobre todo ante los desastres provocados por el turismo masificado y lobotomizado. Ello justifica el título del libro, pues paseando por el centro de Cusco y por las ruinas de Machu Picchu me sentí en medio de un parque temático. Disneyland. O, mejor, Incaland®.
Esa mirada supone una inversión de la tradicional perspectiva del libro de viajes (o de la guía turística): aquí no se mira al Otro, sino que es el Otro (Yo) el que mira. El extraterrestre (como el protagonista de Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza) que un día aterriza en Perú y trata de contar sus vivencias y emociones. Sin refrenar su inventiva, claro está, pues si bien todos los cuentos parten de experiencias reales, la ficción campa a sus anchas por las páginas del libro.
Un paseo por la Dimensión Desconocida. Un viaje al Otro Lado del Espejo.