El diario, además de con las memorias, también se solapa con el universo de las epístolas y de los libros de viajes. En este género descolla, por encima de cualquier otra propuesta, el ambicioso proyecto de Andrés Trapiello. Nadie le hace sombra.
Ocurre con este autor que, sin haber triunfado en el mundo de la novela propiamente dicha, sin embargo ha conseguido a través de sus diarios hacer lo más parecido a una novela decimonónica que se pueda concebir.
Confieso que llevo ya unos años siguiéndole.
Durante una época me enganché y me leí todos los tomos de su diario que llevaba publicados. Me atrajo desde el principio el concepto de El salón de los pasos perdidos, un lugar de donde uno accede a las estancias más lujosas. En cambio los títulos me gustan menos: El gato encerrado (1990), El tejado de vidrio (1994), Las nubes por dentro (1995), Las cosas más extrañas (1997),…
Aunque los últimos volúmenes, como El jardín de la pólvora (2005), de 800 páginas, son netamente más novelescos, yo prefiero los primeros, cuando era más sintético, discriminaba más. Y sobre todo cuando vivía realmente de espaldas a ese mundo literario que ha acabado por engullirlo.
A Trapiello hay que reconocerle un oído perfecto para el castellano, un vocabulario fuera de lo común y una capacidad descriptiva magistral.
También tiene una sensibilidad de tono menor, entre stendhaliana y barojiana, con la que resulta fácil sintonizar.
Con sus diarios ha hecho algo perdurable y, a mi juicio, más sólido que Umbral, a quien muchos consideran el gran escritor español de la segunda mitad del XX. Más inteligible, quizá. Trapiello se deja llevar menos por los cantos de sirena del surrealismo, por el ingenio, los juegos de palabras, retruécanos y demás. El estilo, como las uñas, que diría d’Ors, es más difícil tenerlo limpio que brillante.
Quizás lo que más chirríe sea el tono. No me acaba de convencer esa falsa modestia, esa sensación de que va de pobre por la vida con el uno por delante: «uno, que es tan poco en esta vida». Va de humilde, de barojiano, cuando, a poco que uno rasca, se le nota que tiene un ego de aquí a China.
También queda por probar que Baroja fuera realmente humilde, claro.
Resulta interesante y moderna la manera en que salpica sus textos de aforismos:
Los diarios son a la literatura lo que el yogur a la dieta: un privilegio de las naciones bien alimentadas.
Escribir con el tono de quien habla poco y bien, aunque se escriba mucho, como Balzac, o mal, como Baroja.
No se puede escribir como Pessoa o Kafka y aspirar a publicar eso en vida. El sufrimiento y el dolor verdadero exigen el anonimato o la muerte.
Me gusta cómo adereza sus páginas con pensamientos sueltos, impresiones, greguerías, con detalles atmosféricos, de escritor barométrico, que dice él, y hasta con ficción.
Trapiello sabe cocinar un texto para que te acabe llenando todos los sentidos. Sus obras ganan siempre por puntos y el conjunto, al ritmo que lleva (prácticamente un volumen por año), va camino de convertirse en un grandioso compendio literario que pronto no tendrá nada que envidiarle a la obra de Pla o incluso, a su manera, a la de Galdós o Balzac.
Trapiello, que ha trabajado muchos géneros, ha entrado en la literatura con mayúsculas por esa puerta trasera que son los diarios, que veía como un modo de hacerse la mano mientras se preparaba para dar el salto a la novela, y al final han cogido tal peso que se están convirtiendo en su particular Comedia Humana.