Gabi Martínez (Barcelona, 1971) ha escrito novelas, libros de viajes clásicos, de vanguardia y periodismo literario. En Voy (Alfaguara, 2014), su undécimo libro, nos ofrece una novela que desmitifica la figura romántica del escritor viajero, habla acerca de cómo se construye una persona y cede la palabra a aquellos con los que ha viajado. En esta interesantísima entrevista, nuestra colaboradora Cristina Gómez charla con el autor de Voy de viajes, de lo cotidiano, de lo enigmático, de política, del yeti, de dinero, de los moas, de Walt Whitman, Argullol y de Coetzee, entre otras muchas cosas.
En Voy un periodista chileno, admirador de Gabi Martínez, va en busca de Gabi Martínez, que ha desaparecido en Nueva Zelanda. ¿Cuánto se parece este Gabi a Gabi Martínez?
Explicar un libro es complicado. Ese Gabi protagonista aspira a representar el sentir de muchas personas, no creo que importe cuánto se parece a mí. La clave es que el lector crea que ese personaje es alguien tan real como él mismo, que comparta inquietudes, anhelos, desasosiegos, formas esenciales de estar en el mundo. Este libro habla de cómo se construye una persona.
¿Cómo ha sido la experiencia de acercarse a uno mismo a través de la literatura?
Estimulante desde el sosiego. Llego a esta novela después de varios libros relacionados con el viaje, cada uno adoptando una forma distinta: novela, libro de viajes clásico, de vanguardia y periodismo literario. Mientras, viví experiencias que transformaron mi mundo, liberándome de muchos miedos y complejos. Lo pasé muy bien, muy mal, y llegué a Voy con la tranquilidad y la distancia suficientes como para mirar al pasado sin devociones ni odios singulares. Una distancia y objetividad que de algún modo quise aumentar al ceder la palabra a las personas con las que había viajado. Quería que fuera mi exmujer, mis amigos, amantes o guías quienes opinaran sobre el hecho de viajar conmigo, con el cariño, la calma o la furia que caracterizó mi relación con ellos.
Ha sido curioso observar cómo me resultaba más sencillo señalar mis faltas que mis virtudes. El mundo exterior recibe mucho mejor el autocastigo, el morbo que conlleva. Al halagarte transitas por el filo de la vanidad, es muy fácil acusarte de soberbio. Por suerte, gente como Walt Whitman nos recordó no hace tanto que no debemos olvidar nuestro lado más hermoso, que somos insignificantes, sí, pero también grandes. Whitman firmaba como Walt hace ya dos siglos porque quería hablar a los lectores como hablaba a sus amigos. Luego, esa tradición ha dado Toms magníficos (Wolfe, Spanbuer), premios Nobel llamados Toni (Morrison) e incluso presidentes como Bill (Clinton). Sí, Whitman me animó a varias cosas, como a firmar con diminutivo en un ecosistema dominado por los nombres con dos apellidos y los “de” aristocráticos.
¿Qué buscabas con este experimento? ¿Evolucionar, observarte?
Cerrar una etapa. He escrito once libros, y hasta el quinto no me atreví a firmar como escritor por el respeto que tenía a los autores que consideraba como tales. Me identifiqué por primera vez como escritor al rellenar el formulario de una aduana, después de algunos libros por los que se me encasilló en distintas tendencias. Había probado cosas, también de vanguardia, pero decidí reiniciarme atendiendo a un consejo de Joan Miró. Decía que antes de cambiar las reglas, uno debía demostrarse que sabía pintar un cuadro clásico. Por ejemplo, un paisaje convencional, con su casita con chimenea, su caminito, su sol, su árbol.
Una vez bien dibujado eso, podías alargar los rayos del sol, curvar la chimenea, deformar el tronco del árbol… De modo que escribí una novela clásica, Sudd (Alfaguara, 2007). Con ella empiezo una serie de libros que me han traído hasta aquí. Durante este período, a menudo me han preguntado cómo alguien tan joven ha viajado y escrito tanto. Y cuando tuve la certidumbre de que había llegado al final de algo, de que se cerraba una etapa estrictamente vinculada a los viajes, pensé en el hombre en el que me había transformado. Entonces deseé explicar cómo se construía una persona a base de literatura y viajes.
Explicarlo a la gente que se había interesado por ello, pero también a mí. ¿Qué me ha fascinado siempre de muchos escritores? Su capacidad para entregarme algo íntimo, su forma de desnudarse. En un país donde la hipocresía se ha impuesto, el desnudo es un valor a reivindicar. Y ahí fui. Escribir me ayuda a entender algunas razones, mías y de los demás. De hecho, en Voy son los demás quienes hablan.
Otra cosa que pretendía era derribar el mito del escritor viajero. Hay un exceso de romanticismo en esa figura, a menudo alimentada por los propios beneficiarios. Los mitos se alimentan en buena parte de ignorancia o cobardía, y quería mostrar que si alguien con mis carencias ha podido levantar una vida de viajes y literatura… Además, he trabajado con algunos fabricantes de mitos y no suelo simpatizar con sus intereses ni sus propósitos así que ofrecer la otra cara de un mito ha resultado estimulante. Pero desde luego que reivindico viajar. Refuerza tus lazos con el mundo. Con todo el mundo. Creo que si Umbral no hubiera perdido a su hijo tan pronto y se hubiera convertido en el cronista viajero que apuntaba ser, su impacto habría sido mundial.
¿Qué puede llevar a un escritor de literatura de viajes a querer desaparecer? ¿Y por qué en Nueva Zelanda?
Nueva Zelanda está en las antípodas, muy lejos. Es una buena razón para esfumarse allí, aunque la verdad es que la elección de aquel país fue mucho más casual: desde hacía meses leía sobre el moa, el que fuera el ave más grande sobre la Tierra, y se extinguió en Nueva Zelanda. Planeaba una incursión siguiendo su rastro, y como tenía al país en la cabeza… lo curioso es que después de escribir Voy, logré montar una expedición real en busca del moa y mientras viajaba por Nueva Zelanda temí varias veces que el argumento de mi novela se cumpliera… porque yo no quiero desaparecer. Tengo gente a la que deseo seguir viendo mientras los ojos me lo permitan, tenerla cerca en cualquier caso.
Tanto en Sólo para gigantes (Alfaguara, 2011) como en Voy das mucha importancia a animales imaginarios, legendarios, extinguidos –como el yeti o el moa– que existieron, o tal vez no, y que ahora existen en la imaginación. ¿Qué te llevó a fijarte en ellos para plantear tus historias?
El origen está en mi investigación para escribir Sólo para gigantes. La aventura del zoólogo Jordi Magraner me hizo pensar a fondo en cómo ideas alternativas o fantásticas pueden convertirse en motores vitales, en cómo pueden ayudar a explicar el mundo desde ángulos imprevistos. Ese libro cambió mi vida, y no es una hipérbole. Fueron tres años volcados en una historia que me hizo actuar como jamás pensé que haría, llegué a poner mi vida en peligro. Al terminar la escritura, me fui a vivir a otro lugar, de un modo diferente.
Y seguí dando vueltas a esas historias marginales que tan bien resumían el mundo. El yeti y mi interés por el viaje me llevaron a libros sobre animales enigmáticos, no solo míticos sino extinguidos o vivos pero muy difíciles de ver. De hecho, ahí hallé el germen de un proyecto que a muchos le pareció chiflado y para demostrar su validez viajé en busca del moa. El resultado es Animales invisibles, el proyecto que estoy desarrollando con el arqueólogo Jordi Serrallonga, el periodista Jacinto Antón y Altaïr,
Otra de tus preocupaciones está en España, la España de la crisis y del paro.¿Qué te lleva a escribir sobre estas cuestiones?
Escribo por necesidad. Durante el mandato de Aznar, cuando España iba bien, la impotencia y el pasmo ante lo que decían lo medios de comunicación en contraste con la realidad de mi barrio me llevó a escribir 600 páginas basadas en seis crónicas que apuntaban a la especulación inmobiliaria en Benidorm, la feroz pugna Madrid-Barcelona a través de las pasarelas de moda, la exaltación religiosa del Rocío, etc. Las titulé Una España inesperada (Poliedro, 2005) y precisamente este junio Debate empieza rescatar esas crónicas en digital, porque, casi una década después, el libro ha cobrado una nueva vigencia.
En Canarias intentaron retirar de las librerías mi Diablo de Timanfaya (Debolsillo, 2000) porque, entre otras cosas, advertía sobre el riesgo de erupciones que podrían poner en peligro a hoteles y apartamentos en primera línea de playa en algunas islas.Trece años después de la polémica tuvieron que evacuar varias poblaciones de El Hierro a causa de los movimientos sísmicos. Cómo no me va a preocupar la crisis, el paro, la censura o la corrupción, si me afectan cada día. El periodismo y los viajes me han hecho estar siempre muy cerca de lo cotidiano, y en ello encuentro buena parte de la inspiración. Y luego tengo mi poética, claro. Esa poética pasa por permitir que cada historia escoja su forma, dejarla que crezca a su manera sin someterla a un estilo determinado. Manda la historia.
En un mundo tan movedizo como el actual en el que tú mismo te modificas constantemente resulta artificioso atrincherarte en un estilo. El estilo es una marca, y el problema con el que se encuentran algunos es ser esclavos de su propia marca. Creo que se ha confundido el estilo con la voz, una perversión capitalista que castiga al mundo del arte. Y es curioso, porque desde que Pessoa nos desasosegó a fuerza de poesía y heterónimos se abrió la cerca para liberar a todos los yoes que nos habitan, para ser más libres y llevar a otro lugar la imaginación.
Al Gabi que viaja en Voy le preocupa también, y mucho, el dinero. Es una constante que se repite en todos los destinos: Australia, China, Italia, India, Andalucía y Nueva York. ¿Se viaja mejor con lo justo? ¿Es parte de la experiencia, o siempre es porque no hay más remedio?
Yo no tengo dinero, nunca lo he tenido, y si he viajado por el mundo ha sido gracias al dinero de los medios y editoriales para los que he trabajado, o a mecenas puntuales. En términos económicos, uno viaja con lo que puede. Sería idiota decir que no me habría venido estupendamente un poco más de liquidez en varias ocasiones. A cambio, la desesperación me ha regalado momentos memorables, narrativamente muy agradecidos. El dinero es una presencia capital en mi vida, pienso a menudo en él, pero llevamos tanto tiempo de relación ardua que he conseguido sacudirme su presencia, y ya no me tensa.
En lo material, se viaja mejor con lo justo. Casi siempre podrías llevar algo más pero después de varios viajes sueles entender que no compensa. En el viaje te tienes a ti y, cuando los hay, a tus compañeros.
Dicen que no conoces bien a una persona hasta que no compartes un viaje con ella, ¿crees que los compañeros de viaje a los que das voz te han conocido bien?
Algunos de los que aparecen han sido personas fundamentales en mi vida, otros son gente que dejó alguna huella o personas de paso con las que he compartido la intimidad de habitaciones y varios días en ruta. Esto no basta para conocer bien a nadie, desde luego, pero da pistas sobre cuestiones importantes de un carácter.
En tu libro En la barrera (Altaïr, 2012 ) te inspiraste en Bruce Chatwin. Ahora, en Voy, reconoces que partes de una estructura similar a Verano de Coetzee, ¿qué te llevó a tomarlo como referencia para contar la historia de Voy?
Verano (2009) me asombró y fue decisiva a la hora de pensar Voy. De todas formas, Coetzee parecía agotar la fórmula en sí misma porque en adelante todo lo que se abordara en ese formato recordaría a él. Se situó en el centro de un yermo y comenzó a golpearse. El centro de fuerza lo absorbía todo, alimentado por el atractivo imán del morbo, porque como he dicho antes, fascina contemplar cómo alguien se humilla en público. Después de darle muchas vueltas, até unos cuantos cabos y resolví que podía aportar algo, tanto moral como técnicamente, a la propuesta de Verano. Moralmente, creo que una persona puede reconocerse en lo humillante pero también en el valor.
Por otra parte, el periodista que conduce el libro no tiene relevancia en Verano mientras que en Voy posee una historia propia, unas razones para involucrarse en esa búsqueda. Coetzee es un premio Nobel, decir que va a hablar de él despierta curiosidades de forma automática. La misma acción proveniente de un escritor infinitamente menos conocido como yo es una apuesta por la literatura más allá de la fama del que la haga. Y por fin, y capital, está situar al protagonista en las antípodas del de Coetzee: mientras Coetzee lo absorbe todo desde un yermo desierto, yo pongo al mundo a dar vueltas entorno al hombre que es el eje.
¿Qué otros nombres añadirías a una lista de referentes?
Sobre todo, el Houellebecq de El mapa y el territorio y Argullol en Visión desde el fondo del mar. Autores que se han mirado alejándose de las aproximaciones autobiográficas convencionales, dispuestos a jugar consigo mismos proponiendo a los lectores algo que va mucho más allá de la historia de una persona que se pone a enumerar episodios vitales con más o menos destreza. Escritores que desafían, aprenden, se exploran.
Terminas con un agradecimiento al fotógrafo Carles Mercader (foto izqda.), porque es “una persona de las que van”. ¿Qué representa para ti el verbo ir, que también da título al libro?
Tener fe, apostar por ideas que consideras dignas o hermosas y defenderlas hasta donde alcances. Abrir una puerta y cruzar el umbral, lo más difícil de cualquier viaje.
¿Nos llevarán los próximos libros de Gabi Martínez a Nueva Zelanda?
Eso es, a Nueva Zelanda. Aquella incursión siguiendo los pasos del moa me sugirió una novela. Los protagonistas son dos personajes que representan formas de enfrentar las dificultades desde lugares físicos y mentales antagónicos.
Has escrito hasta ahora novelas de viajes, periodismo literario, literatura de viajes vanguardista. ¿Qué otros proyectos tienes en mente? ¿Te llevarán a explorar nuevos géneros?
De momento, voy a impulsar Animales invisibles. La idea es viajar por todo el mundo siguiendo desde al dodo al leopardo de las nieves, y escribir lo que cada experiencia inspire. También trabajo en una idea más local, pero sobre esto prefiero no avanzar nada aún. En cuanto a géneros, estoy escribiendo una novela que me adentra en un terreno que no había probado. Así que seguimos explorando, sí.