He tomado la línea 157 en la parada cercana a la fría construcción del Hotel Arts. El bus recorre parte del insigne Paseo Marítimo con dirección al Camp Nou, cuartel general del Fútbol Club Barcelona, punto inevitable en el recorrido de regreso a casa. Y aquí estoy… casi cuarenta minutos de retraso. Las banderas, las bocinas, los carteles, las camisetas deportivas del equipo local y del visitante, las risas y las conversaciones van casi todas en una misma dirección. Nadie parece oponerse al orden acordado para el evento. Nadie parece dispuesto a ser atípico. Si no fuera reacio a estas celebraciones tal vez me bajaría contagiado y enceguecido de euforia a gritar cualquier consigna deportiva, atrapado en ese escenario caótico, pero extrañamente sistemático.
Tengo el reproductor MP3 configurado en forma aleatoria casi sin batería y antes de apagarse del todo suenan las primeras notas de “Mongoloid”, controvertido himno de esos geniales androides plásticos llamados Devo que a finales de los setentas, como inquietos duendes futuristas acarreando guitarras y sintetizadores, nos dieron una rotunda muestra de que el rock y la música en general no tienen que seguir principios ni estéticas concluyentes, que el rock puede burlarse y criticar, que puedes saber que te odian y alimentarte de esto para ser más certero y afilado en la música y el mensaje.
Como esa extraña sensación que tengo de ver a la masa entregada en el ritual del fútbol y que me hace pensar que en lugar de avanzar retrocedemos hacia las cavernas, los cyborgs de Akron, Ohio, se tomaron en serio su “Teoría de la De-evolución” (que nos explica por qué nuestra civilización retrocede en lugar de avanzar) cuando Gerald V. Casale, miembro fundador de Devo junto a Mark Mothersbaugh, fue testigo de un tiroteo en su Universidad donde murieron dos conocidos suyos. Sí, era 1976; ahora atravesamos el 2012 y la teoría de la De-evolución está confirmada.
Tenía que ser otro vanguardista como Brian Eno quien lograra producir y editar el espectacular LP “Q: Are We Not Men? A: We are Devo” (1981), gracias a los halagos de otros dos alienígenas como David Bowie e Iggy Pop, que después de ser testigos del corto “The truth about De-evolution”, mediaron ante Warner Bros. Todo ello me traslada a la pubertad, en que mi afición por la música crecía hasta alcanzar las frecuencias que emitía esa anomalía de disco. Estimulante, inquieto e irreverente, los Devo se atreven a deconstruir “(I can`t get no) Satisfaction” de los Stones, mi preferida de esa joya de acetato negro junto con “Mongolid” (“mongoloid we was a mongolid, happier than you and me…”) y su incendiaria declaración de principios “Jocko Homo” (“Monkey men all, In business suits, Teachers and critics, All dance the poot, Are we not men? We are DEVO!)
Han pasado muchos minutos más de los que esperaba sentado en el bus de regreso a casa y sigo viendo a la gente desfilar hacia el Camp Nou sobre un camino hecho de mensajes simétricos y conformistas, muy parecidos a los que nos tiene acostumbrados la música actual de la escena mainstream o la indie. Mientras que en mi mente la imagen de los Devo aparece rozando lo ridículo, pero llena de una fuerza creadora sin parangón en esos años y en los actuales donde ya solo nos alimentamos de reciclar una y otra vez.
En 1979, sale a la luz el disco de transición en el sonido de estos “Devo-lucionarios” donde ya se puede advertir la senda a seguir. “Duty now for the future” reincide en el sonido de sintetizadores, pero dotándolos de mayor relevancia. Canciones con mensajes mal interpretados por el público llenan la historia de la música moderna y “The Triumph of the Will” con esa sensación de estar escuchando una marcha “facha” incluye a los Devo en esta lista. Reacción del grupo: ¡que piensen lo que quieran!—parecen decirnos con su silencio sobre este tema.
Aún puedo recordar ese videoclip extraño lleno de referencias sado-masos con unos tipos con un sombrero en forma de maceta (que más tarde ellos aclararían que era una especie de “cubículo de energía”), desnudando a una mujer a latigazos. Para los ojos de un púber ochentero ver esa imagen —mientras la narración del documental donde mencionaban a Devo como unos exponentes de la degradación social— fue simplemente irresistible. Cuanto más pecaminoso, más atractivo a esa edad. Eran los Devo y su “Whip it”, la canción de su más exitoso álbum, un Freedom of Choice (1980) ya casi totalmente sumergido en el sonido, hasta ese momento analógico, de los sintetizadores.
Comenzaron a correr los ochentas y la cultura del videoclip estaba en ascenso. Ya no importaba el mensaje más que la imagen (si es que en algún momento realmente importó más) y los Devo tenían una imagen simplemente rompedora. Payasos insufribles para unos, pero visionarios para otros, en su cuarto disco sucede algo que me hace verlos como lo que verdaderamente son: unos obstinados en remover los cimientos del modo de vida estadounidense aludiendo a sus símbolos más importantes. Reemplazan su famoso “cubículo de energía” que tenían por sombrero por una réplica plástica del corte de cabello del ex-presidente John F. Kennedy, y titulan su cuarto disco como New Traditionalists.
La fama adquirida a raíz del anterior “Freedom of Choice”, los empuja a llevar un poco más allá la crítica en un momento donde al mundo le importa muy poco lo que quieren decir. El tema “Beautiful World” presenta un videoclip plagado de contrastantes imágenes de gente disfrutando de una vida ideal y chocantes escenas de hambre en África, el Ku Klux Klan y la bomba atómica. El estribillo “It’s a beautiful world, For you, It’s a beautiful world, Not me” queda más que claro.
A estas alturas de la historia, mi percepción sobre Devo era la de ser una banda más “punk” que los punks de esos años ya bastante desgastados por un exceso de atención durante la explosión del movimiento. Los Devo utilizan los medios que les brinda la fama para introducir su ácido mensaje con un sonido que iba ganando adeptos por su clara inclinación a las pistas de baile.
Su postura subversiva se vio reflejada a lo largo de los años en la destrucción de las bases originales de muchas canciones populares que mostraba un interés por la incorrección política como por su intención de estar un paso adelante, dotando de aire fresco y avanzado a temas por demás trillados musicalmente hablando. ¿Homenaje? Ese es un término dudoso para quienes durante años se distinguieron por usar el sarcasmo sin concesiones ni tener temor a ser encasillados o mal interpretados.
Hace 30 años de la aparición de “Oh, No! It’s Devo!”(1982) y recuerdo muy pocas bandas dentro de la gran industria musical (para este disco Devo contó con Roy Thomas Baker, quien anteriormente produjo a grupos como Queen y The Cars) que siguieran siendo controversiales sin dejar de ser digeribles por el gran público. Solo puedo sucumbir al asombro de saber que tienen un tema inspirado en un poema de John Hinckley, quien atentó contra el ex–presidente Ronald Reagan (“I Desire”) y otra basada en una serie de cartas enviadas a un disc-jockey por una supuesta personalidad esquizofrénica (“Big Mess”). Payasos y fascistas para muchos críticos de la época; este disco fue la respuesta a “cómo sonaría un disco hecho por payasos y fascistas”. Simplemente geniales.
Llegados a este punto, la historia de uno de los grupos más originales y controvertidos de la música moderna la puedo discernir menos resaltante pero nunca menospreciada porque álbumes tan certeros como Shout (1984), Smooth Noodles Maps (1990) no tienen desperdicio para quienes nos encontramos en las mismas coordenadas mentales que estos perspicaces gnomos. Como verdaderas personalidades inquietas que son, nos llevan por los siguientes años a través de una infinidad de colaboraciones, proyectos paralelos de sus miembros y música para programas de televisión hasta el 2010, donde nos sorprenden con un nuevo álbum “Something for everybody” sin la genialidad y el filo de sus primeros discos de los ochentas pero donde se notan más vitales y lo actual de su discurso
Pero es en el Festival Primavera Sound 2008, representativa reunión musical de la Ciudad Condal, donde pude sentir la fuerza de su música, ese festejo incansable por ese enorme momento. La agudeza de su mensaje y la contundencia de sus primeros hits desfilaban uno a uno totalmente intactos a pesar del tiempo ante la multitud entregada en esa celebración de uno de los regresos más esperados.
El legado de Devo se extiende a lo largo de los años: desde Telex, pasando por los populares B-52`s, Wall of Voodoo, los contundentes Man or…Astroman? o los japoneses Polysics (cuyo potente y divertido directo me dejó pasmado también en el célebre festival de Barcelona), la extensa sombra de Devo sigue creciendo y recupera su carácter.
Existen bandas y existe música que envejecen mal, que se visten de excentricidad en su momento empíreo y una vez el inexcusable paso de la moda los deja de lado, miramos atrás y los vemos como verdaderos payasos (muchos nombres me vienen a la mente con la actual oleada de revivales), definitivamente no es el caso de Devo, quienes a pesar de su extravagante imagen tan asociada, por obra del videoclip, a la década de los ochentas, no perece, y en este sentido puede asociarse a Devo con grupos como Kraftwerk, que prácticamente inventaron un sonido, ese que utiliza la tecnología como conductor de su mensaje y una estética que actualmente son referencia para muchos grupos que lactan de ese sonido. Los Devo distan de los alemanes en la solemne intelectualidad que estos poseían, pero también tenían algo en común con los ilustres callejeros Ramones: a ambos grupos los tildaron de caricaturas en su momento, por eso la famosa portada del disco “Road to Ruin” (1978) de los Nueva York donde aparecen representados en forma de colorida parodia.
Sigo sin poder llegar a casa por la implacable masa que va al campo de fútbol. Reniego y lanzo afrentas mentales. Pienso que solo quiero que vuelva el tiempo (si alguna vez existió) donde era sorprendido por sonidos novedosos que podían mantenerme aislado de los vulgares hábitos que nos imponen las corporaciones y los medios de comunicación empecinados en no dejarnos crear. Exijo mi derecho a volver a sorprenderme. Exijo mi DEVO-lución.