Harry Dean Stanton tenía 58 años cuando consiguió su primer papel protagonista tras treinta años como actor secundario. La película fue París, Texas (1984), de Wim Wenders. Recuerdo haberme enamorado perdidamente de Travis y del jersey fucsia de Nastassja Kinski. Recuerdo haber llorado a borbotones y haber anhelado el inmenso cielo de Texas.
Cuenta Wenders que a Harry (Travis) no le gustaba el final: le parecía una imagen de renuncia, demasiado dolorosa, la forma de amor más generosa y pura —o eso dicen—, pero también la imagen de la desesperanza radical, la condena a una vida sin hogar. ¿Puede que el actor tuviera la certeza de que el desierto del personaje algún día sería su propio desierto? Esa parece ser la pregunta que plantea la suiza Sophie Huber en su documental Harry Dean Stanton: Partly Fiction (2012).
Tal vez hay en Travis más verdad de Harry que en el propio Harry. Ambos emprenden la huida, pero mientras que Harry Dean Stanton mantiene para sí la lógica del que ha escapado, quiere para Travis el descanso, la familia, el amor. Stanton sostiene que no puede atarse a nadie, pero, ¿por qué quiere ligaduras para Travis? Quizás Harry quisiera otorgarle a Travis la inocencia que él ya no poseía y ensayar otra forma de vida más allá del alcohol y las juergas. Pegotes para tapar que la actriz Rebeca de Mornay lo abandonara por Tom Cruise, pegotes para olvidar el lugar remoto y triste de donde venía (Kentucky) y desentenderse de los hijos no deseados a los que nunca quiso amar.
Sea como sea, Travis, finalmente, se marcha y su partida es un dolor terrible. Serán otros, su mujer y su hijo, los que tendrán acceso al amor. Serán otros y no Harry Dean los que hinquen sus raíces en la tierra.
Dice Wenders que HDS se metió en el papel de Travis de un modo aterrador. Y es cierto que la vulnerabilidad y la fragilidad del personaje son monstruosas, apabullantes. Travis escoge el silencio para enfrentarse a la vida, al vacío que inevitablemente está detrás de todas las cosas. Se calla para desaparecer, porque es un personaje sin identidad. Su fuerza poética reside en la negligencia de la vida. Su belleza, en el fondo de una herida.
¿Harry es Travis? ¿Quién es Harry Dean Stanton cuando no actúa, cuando vive la vida cotidiana? Son otras preguntas que se hace Sophie Huber. O incluso cabría otra que ya se hizo Don DeLillo en Body Art (2001):”¿Quiénes somos cuando no estamos ensayando quienes somos?”.
Harry Dean Stanton no desea ser conocido. Sin embargo, acepta la tentativa de Sophie Huber. Hay quizás en los hombres que quieren permanecer en el anonimato y en su soledad, una llamada desesperada, una súplica velada a ser desvelados. Stanton ensaya todas las formas posibles de desconocimiento: “Estate quieto y no conozcas”, nos dice. Paradójicamente, su desposesión se convierte en el mapa que ha de conducirnos al tesoro, en la cruz que indica el punto exacto en el que podemos empezar a cavar.
Harry dice en el documental: “Soy nada. No hay yo”. Y: “no me importa que me recuerden”. Sus amigos en el bar le preguntan: “¿Quién eres ahora?” “Llamadme Ron”, responde. Un desfile de borrachos, haciendo arte blanchotiano: un espacio que solo puede ser llenado por la muerte, por el borrado del yo. Un espacio donde Harry puede ser él mismo, porque no tiene que rendirle cuentas a HDS. Un maestro zen salvaje, que asesta collejas metafísicas.
¿Ese hombre es Harry Dean Stanton? Su asistente nos lo dice muy claro: “no”. Nos habla de un actor entregado a su trabajo, voluntarioso y esforzado. Creo que su asistente no ha comprendido nada. El actor es un hombre despersonalizado que, precisamente, adquiere su personalidad a través de lo otro, del vacío que deja su ausencia: un vacío que es la vida misma y en la que él chapotea con la ligereza y el peso de una rana vieja.
“Tengo que meterme en el papel y fumarme un cigarro.”, dice al principio del documental. Fuma, conduce y canta, como radical forma de silencio. Con 87 años, Harry escoge, para explicarse, el elemento mismo del olvido: la actuación. Porque el documental perfila una biografía bajo la fascinación de la nada. Una vida y un rostro que parecen retirados del curso del mundo, convertidos en nada, en virtud de su actuación. Harry Dean protege su anonimato y su soledad con canciones y silencios. “Me muero”, dice y “casi no puedo moverme”: “Todo va a desaparecer. Todo es pasajero. Nada es importante”.
Paradójicamente, Harry Dean Stanton nos muestra así su intimidad más profunda y fantasmagórica: la presencia estremecedora de la muerte, el gran vacío. Travis y Harry se unen aquí en un fundido en negro y no paro de pensar en carreteras vacías, gasolineras abandonadas y desiertos.
Conocemos a HDS por su forma de esconderse. Por lo que calla. Por lo que canta. Por lo que no quiere y no quiso. Por sus sonrisas, por su mirada severa. Por su llamada desesperada. Canta como Travis camina: de una forma desposeída y frenética —como en su versión de “Canción mixteca”, incluida en la BSO de la película. Y “parece que ve a Dios”. Yo creo que ve la muerte y que comprende la vida. Harry canta canciones y sabe que la muerte, como la vida, no es nada.