Bajo una laberíntica identidad, Jorge Luis Borges (1899-1986) trafica por corredores hexagonales, falsifica y tergiversa historias ajenas creando una enciclopedia apócrifa donde tiene cabida la Historia Universal de la Infamia (1935-1954). Con un “estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura”, aporta las palabras extraviadas de las aventuras y desventuras de personajes menores, como Billy the Kid o Lazarus Morell, que transitan la historia y, por consiguiente, merecen ser registrados en ella.
Heredero del espíritu de la Ilustración, Borges ofrece al lector una revisión de la Enciclopedia (ese tomo infinito donde se reúne todo pensamiento y saber humano) y añade siete capítulos que dan voz y nombre a siete personajes: Lazarus Morell, Tom Castro, la viuda Ching, Monk Eastman, Hill Harrigan, Kosuké no Suké y Hákim de Merv. Héroes villanos y cobardes cuyas crueles hazañas han de ser citadas en los anales de la otra historia, la no oficial de la infamia.
Para Borges, tan cercano y devoto de la filosofía idealista de George Berkeley, somos fruto de las percepciones mentales de un Dios que desconocemos o que nos está soñando —»Qué Dios detrás del Dios la trama empieza” afirmará en los últimos versos de “Ajedrez”—. En este sentido, su propósito en la Historia Universal… parece claro: llevar al lector a un juego entre lo ficcional y lo histórico, donde las fronteras entre lo verídico y lo fantástico quedan completamente abolidas. Una constante que se mantendrá a lo largo de toda su obra.
Borges crea espejismos donde el lector se convierte en autor y personaje de cada historia y en las que los convencionalismos o las creencias pierden fuerza y se desmoronan lentamente. De modo similar a «Tres versiones de Judas» —una de sus tantas Ficciones—, los personajes infames de la Historia Universal.. terminan por despertar simpatía en el lector. Un lector que parece hallar justificación en aquella afirmación del Marqués de Sade que alegaba que «puesto que la destrucción es una de las primeras leyes de la naturaleza, nada que destruye podría ser considerado criminal».
Para ello, “el orillero”, como lo apodó Beatriz Sarlo, se sirve de un doble modus operandi. Cada uno de los relatos que conforman la Historia Universal… posee, por un lado, una estructura narrativa similar y, por otro, comparte una misma unidad temática. Los relatos siguen un patrón formal —algo inusual en Borges— que recuerda al contenido de la entrada de una enciclopedia en tanto que el narrador, en ese juego entre realidad y ficción, se disfraza de historiador y presenta cada uno de los cuentos ordenados en una sucesión de subtítulos.
El proceso consiste en crear, primero, un contexto espacio-temporal para exponer, a continuación, los actos y hazañas que llevan al personaje a ser considerado un infame y, finalmente, notificar su muerte, siempre «inesperada». Y lo hace sirviéndose de la rigurosidad de los datos bibliográficos y testimoniales, incluso de transcripciones, para otorgar veracidad a los hechos y al texto.
Y no hay que olvidar que la unidad temática reside en la INFAMIA, término que conduce a lo que Sylvia Molloy denominó “el juego de caretas” que luego se convertirá en “máscara y desplazamiento”. De esta forma, el atroz Lazarus Morell –comparado con Al Capone y Bugs Moran– será Silas Buckley. Tom Castro –llamado así “porque bajo ese nombre lo conocieron por las calles y por las casas de Talcahuano, de Santiago de Chile y de Valparaíso, hacia 1850”– será Arthur Orton según el registro de nacimiento de Wapping y es, a su vez, Roger Charles Tichbourne y “un pobre fantasma habitado por el genio de Bogle”.
La pirata viuda Ching se transmutará en “Brillo de la Verdadera Instrucción”. Bill Harrigan pasará a ser Billy the Kid. Edward Osterman será Monk Eastman, pero también Edward Deanes, “alias William Delaney, alias Joseph Marvin, alias Joseph Morris, alias Monk Eastamn”. Hákim de Merv será Al Moqanna, “el Profeta Velado”, el “Enmascarado”, “El Velado” o utilizará la cabeza de toro como máscara visible.
Un continuo e inquietante juego de máscaras y de ambigüedades con el que Borges logra falsear y tergiversar historias ajenas para crear otras historias posibles confrontadas a su vez con la presunta historia oficial. Duda perpetua que derriba los límites entre realidad y ficción –entre lo histórico y lo fantástico– y que lleva al lector a cuestionarse la reversibilidad de los géneros y las categorías que les asignamos.